La leyenda de la mica

Por Roberto C. Ordóñez

En Honduras hay muchas clases de reptiles, o mejor dicho hubo. La deforestación de los bosques por parte de los madereros sin control; los incendios forestales; la agricultura de roza y quema; la ignorancia y el machete desenvainado de los campesinos, han hecho que hasta las culebras estén en vías de extinción.

Hay más reptiles  venenosos  y ponzoñosos en el ámbito político que ofidios  en nuestros diezmados bosques.

Todavía quedan unas pocas micas, una culebra de brillante y bello color negro y amarillo, a cuyo alrededor se han tejido infinidad de leyendas. Con el nombre de “mica” la hemos bautizado los hondureños. Ignoro su nombre científico o el nombre común conque se le conoce en otras partes.

La mica vive principalmente en los árboles, sobre cuya copa se moviliza a gran velocidad. A veces emite un estridente silbido que imita el de algunos pájaros, cuyos huevos devora, además de alimentarse de insectos y de uno que otro pequeño y descuidado roedor que se le durmió el pájaro. Ocasionalmente se observa reptando por el suelo. Para el hombre es completamente inofensiva en cuanto a mordedura, pero cuando anda con la luna puede cuerear con su larga cola a cualquier cristiano que encuentre en su camino.

Dentro de las muchas leyendas tejidas por la fértil imaginación de los campesinos, circula una que oigo desde mis tiempos infantiles en el inolvidable San Marcos de Colón de mis amores y de mis felices recuerdos, hasta los tiempos actuales en que, aunque cada vez menos, me dedico a labores propias de masoquista agrario.

Dicen los campesinos que la legendaria mica sirve para practicar la esgrima con machete. A los expertos en el uso del machete para pelear ellos les dicen “ingrimistas” en vez de esgrimistas, pero entre campiranos nos entendemos.

Resulta que si un campesino pendenciero y bochinchero quiere practicar el arte de  los espadachines, se dedica a vigiar pacientemente la cueva de una mica. Cuando ve que la culebra entra al hoyo, lo tapa con el olote  de una mazorca de maíz de tusa morada, cortado durante la luna tierna, después de pronunciar unos conjuros mágicos mientras da siete vueltas alrededor de la cueva.

A los siete días, siempre que su mujer no esté con “el costumbre”, regresa a destapar el hoyo a las doce de la noche, provisto de un pequeño garrote que usará para medir con la mica sus habilidades de espadachín.

Una vez  fuera de la cueva, la culebra enrosca unos cuantos anillos alrededor de la cabeza, dejando libres la cola y parte del cuerpo, lista para probarse con su adversario.

El aprendiz de espadachín hace piruetas y emite sonidos raros para enfurecerla y cuando lo logra, empieza el intercambio de cuerazos y garrotazos: la mica con su larga cola y el campesino capeándolos con su garrote. La lucha termina cuando amanece y la mica vuelve a su agujero.

El ritual continúa durante siete noches. Si el campesino pierde, la mica le pega una gran cuereada que lo deja marcado para siempre. Si gana, la culebra vomita una chibola pegajosa y pestilente, con la que el triunfador comienza de inmediato a embijarse todas la coyunturas del cuerpo: dedos; manos; codos; rodillas; pies, etc.  Esto se repite durante siete semanas, hasta que la pelota queda lisa y libre de tufo. El ya invencible espadachín la envuelve en un pañuelo negro y la amarra con siete nudos ciegos, escondiéndola entre otras pertenencias, como una honda de hule, un anzuelo y varias piedras en la bolsa de atrás del pantalón, de manera que ni la mujer pueda encontrarla, porque si alguien descubre la chibola pierde su virtud y el marchante pierde sus habilidades con el machete.

Hay una especie de boa llamada entre nosotros zumbadora con la que pueden realizarse las mismas prácticas, pero según dicen el aprendizaje con ella no es tan eficiente como con una mica.

A propósito de campesinos, mi amigo el ingeniero Eduardo Membreño está resentido porque no lo mencioné en mi artículo “Los aldeanos de El Hatillo”. Dice que quisiera ser el aldeano que llena las árganas y tortolea matates, arreando con su bastón  una recua de burros cargados de  legumbres cultivadas por él.