Poncio Pilatos, misterio en Judea

La figura de Poncio Pilatos es denostada por la tradición cristiana, que le presenta como un personaje pusilánime que se lavó las manos para no enfrentarse a la multitud. Los evangelios apócrifos son más generosos con él y destacan su intento de demostrar su inocencia ante el Sanedrín. Es una figura presente en toda procesión de Semana Santa, como ésta de Ciudad Real, en España. EFE/Manuel Ruíz Toribio

Poncio Pilatos es uno de los personajes más desconocidos de la Pasión, aunque en el cine lo hayan interpretado actores de la talla de Gary Oldman, David Bowie, Harvey Keitel o Telly Savalas. El único «civil» que intervino en la muerte de Jesús fue un hombre laico y escéptico que asistió impasible -«se lavó las manos»- al procesamiento religioso y ajusticiamiento de quien se presentaba como el Hijo de Dios.

— Pilatos es descendiente de uno de los hombres que apuñalaron a Julio César en los idus de marzo.
— Según los evangelios apócrifos, murió en Vienne, en Francia, donde se quitó la vida tras caer en desgracia durante el reinado de Calígula.
— Decidió lavarse las manos ante la presión popular, aunque estaba convencido de la inocencia de Jesús.

Fue el quinto prefecto de Judea. Gobernó desde el año 26 al 37 en esa provincia que llevaba dos décadas bajo la dominación romana. Pilatos, de cuya vida poco sabemos con certeza, permaneció en Jerusalén hasta justo antes de la muerte de Tiberio, en el 37. Según los evangelios apócrifos, cayó en desgracia con Calígula, el nuevo emperador. Desterrado a la Galia, dice la tradición, terminó quitándose la vida en Vienne.

EN LA ERA DE TIBERIO.

Si bien Jesús nació bajo el mandato de Herodes el Grande, rey de Judea y Galilea, y con Octavio Augusto gobernando Roma, su predicación, muerte y resurrección transcurre en pleno reinado de Tiberio. El procurador de Judea, según relata el intelectual francés Roger Caillois en «Poncio Pilatos. El dilema del poder», era un hombre optimista que huía de las complicaciones.

En el proceso a Jesús se vio entre la espada y la pared, en una de esas situaciones sin salida que aborrecía por su carácter. Estoico y pragmático, nunca comulgó con el fanatismo reinante. Era un intelectual tolerante y amante de la filosofía griega, explica Caillois.

Casado con Prócula, quien en pleno proceso a Jesucristo le reveló un sueño premonitorio y le instó a salvarle la vida, Pilatos pasó a la historia a su pesar, aquel día fatídico en que Caifás le llevó preso a quien se proclamaba el Mesías.

UN JUICIO SUMARÍSIMO.

Poncio Pilatos, en esta escena teatralizada de Granada (España), vivió atormentado el dilema de tener que ajusticiar a un hombre al que sabía inocente. Pero cedió ante la presión de la multitud. EFE/Juan Ferreras

Caifás era el presidente del Sanedrín, un consejo de 71 notables. Caifás y su suegro, Anás, acudieron a Pilatos porque habían condenado a muerte a Jesús y necesitaban que Roma confirmara la pena ese mismo día para que fuera crucificado. Su pecado: haberse declarado el Mesías, hacer milagros en sábado y proclamarse «rey», algo que, según el Sanedrín, Roma no podía tolerar.

Pilatos veía a Jesús como un simple iluminado, y de hecho, según se desprende de los Evangelios, le interrogó con un punto de ironía y superioridad intelectual.

Para evitar la imagen de que le imponían la sentencia, procedió a hacer él mismo la instrucción judicial. Una de sus primeras dudas fue si el Sanedrín de Jerusalén tenía competencias sobre un galileo como Jesús.

La jurisdicción, pensó Pilatos, era de Herodes, rey de Galilea. De ahí que lo pusiera primero en sus manos. Casualmente, en ese momento Herodes se encontraba en Jerusalén, así que el trámite fue rápido, este invitó a Jesús a que hiciera un milagro para demostrar su divinidad. Al negarse el preso, fue devuelto a Pilatos.

EL DILEMA.

También Pilatos tenía prisa, como el Sanedrin, para resolver el problema. Era Pascua y víspera de sábado. Temía desórdenes si se negaba a ejecutar la pena. La turba que rodeaba la sede del gobierno implorando justicia le asustaba. Sabía que Jesús tenía apoyos en los sectores rurales, frente a la hostilidad urbana de los próceres judíos, según Caillois.

Pero Pilatos era un mar de dudas. Matar a Jesús era más sencillo que aguantar la presión popular y la incomprensión de Roma ante esa debilidad. La cuestión, dice Caillois, era «salir del avispero sin que pareciera que se tomaba partido». Porque una injusticia ofrece menos inconvenientes que un desorden.

Enseguida el romano vio la luz: en Pascua había que indultar a un reo. Así que podría poner en manos del pueblo la decisión. La multitud indultaría a Barrabás, como preveía, y él se lavaría las manos.

LAVARSE LAS MANOS.

Lavarse las manos no es sólo una frase hecha que ha quedado como símbolo de cobardía. En Judea era un ritual para borrar las manchas que deja una falta o un sacrilegio, o para alejar los malos espíritus. Poncio Pilatos encargó una fuente, un aguamanil de plata y un blanco lienzo. El resto de la historia ya la conocemos.

El Evangelio de Pilatos («Acta Pilati»), un apócrifo que apareció en el siglo IV, enjuicia benévolamente la actuación de Pilatos. El texto es atribuido a Nicodemo, el fariseo que conoció a Jesús, que le defendió en Jerusalén y que ayudó a José de Arimatea a darle sepultura.

Le presenta como un hombre bondadoso, sorprendido de los milagros y obras del Mesías, que trata de salvarle y permite testimonios favorables al preso. Es un ser atormentado ante la posibilidad de verter sangre inocente.

Busto de Tiberio, el emperador romano bajo cuyo mandato fue crucificado Jesucristo. Su prefecto en Judea, Poncio Pilatos, confirmó la pena que había dictado el Sanedrín, a quien Roma había cedido la jurisdicción sobre los asuntos internos del territorio judío. EFE/Andrea Merola

Tras la resurrección, señala ese evangelio, Pilatos congregó nuevamente al Sanedrín. Allí, Anás y Caifás le confesarán que efectivamente es el Mesías y que, por un terrible designio, han crucificado al Hijo de Dios.

¿QUÉ FUE DE PILATOS?.

Destituido años después por el gobernador de Siria, Vitelio, Pilatos es llamado a Roma, siempre según testimonios apócrifos. Desterrado, se suicidó en Vienne, en las Galias, tras la muerte de Tiberio, según alguna de las fuentes de la época. Curiosamente fue canonizado por la iglesia etíope y venerado el 19 de junio.

Según los historiadores, se trataba de un hombre de noble estirpe, descendiente de Poncio Geminio, héroe de la guerra contra los galos, y de Poncio Aquila, uno de los que apuñalaron a Julio César.

En el «Evangelio de la Muerte de Pilatos», un apócrifo tardío de origen popular, se relata cómo Tiberio, conocedor de los milagros que hacía en Jerusalén un médico llamado Jesús, pidió que lo trajeran a Roma para curarle. Envía a un emisario, Volusiano, que se entera allí de que Jesús ha muerto.

Tiberio, furioso, ordena llevar a Pilatos a Roma y le condena a muerte. Pilatos, entonces, decide darse muerte con un cuchillo. Su cuerpo, atado a una gran rueda de molino, es lanzado al Tíber.

«Los espíritus malos e impuros … se agitaban en el agua, y producían  tempestades y truenos, y grandes trastornos en los aires, con lo que todo el pueblo era presa del pavor. Y los romanos retiraron del Tíber el cuerpo de Pilatos, y lo llevaron a Vienne y lo arrojaron al Ródano», reza ese evangelio.

Allí, en el Ródano, los espíritus malignos siguieron removiendo los cielos. Así que fue trasladado a Lausana y lo enterraron. Y como los demonios no cejaban, se le alejó más «y se le arrojó en un estanque rodeado de montañas, donde, según los relatos, las maquinaciones de los diablos se manifestaban aún por el burbujear de las aguas». Fin de la leyenda, aunque hoy, en Suiza, cerca de Lucerna, se eleva majestuoso un monte llamado Pilatos.

Ignacio Bazarra.
Efe-Reportajes.