RAMITOS DE ESPERANZA

CADA año se conmemora esta importante fecha mediante sugestiones históricas, religiosas, arqueológicas, teológicas y místicas. Al enriquecimiento del evento contribuyen, aparte de los textos bíblicos neotestamentarios, aquellas  películas clásicas que relatan las andanzas del Rabino Jesús cuando atravesaba, triunfalmente, por debajo de uno de los arcos más emblemáticos de la antigua Jerusalem, como preludio inmediato a la Semana Mayor, conocida por aquellas tierras como “Semana de Pascua”.

Por eso es importante que se conozca el manantial profundo que comienza a fluir el primer día de Semana Santa. La conmemoración se remonta a las fiestas tradicionales en que las tribus hebreas comenzaron a puntualizar, en el desierto del Sinaí, la importancia de los hijos primogénitos y la salida del cautiverio del Egipto de los grandes Faraones, allá por el siglo trece antes de nuestra era. Aquella época, conocida en lengua hebrea como fiesta del “Pésaj” se conmemoraba –durante siete u ocho días–, mediante ayunos, lecturas religiosas o alimentación esporádica con pan ácimo. La temporada ocurría entre los meses de marzo y abril, de acuerdo con los registros de los viejos calendarios lunares.

Se volvió una costumbre en los tiempos de Jesús y sus discípulos, predicar las buenas nuevas respecto del amor como valor supremo en el advenimiento del “Nuevo Reino de Dios”. La recordación del “Pésaj” significaba la época exacta para sintetizar el pasado con sus buenos y malos momentos; lo mismo que para soñar con la llegada del Mesías prometido en los antiguos textos. El sabio Jesucristo sabía mejor que nadie que la “Semana de Pascua” era propiciatoria para el sacrificio simbólico del “Cordero Pascual”, y del Hijo del Hombre. Por eso es que durante el primer día (o Domingo de Ramos) determinó penetrar, cabalgando sobre las hojas de palmera, bajo el inmenso arco de lo que, desde hace varios siglos, se ha conocido como “Puerta Dorada”, encaminándose directamente hacia uno de los extremos del segundo Templo Salomónico.

Poco después del Domingo de Ramos Jesucristo recomendó a sus discípulos preparar una cena con buen vino y pan ácimo (o pan sin levadura) para la conmemoración definitiva de la “Semana de Pascua”. En algunas oportunidades se añadían, a dichos alimentos, hierbas amargas, como recordación de los tiempos crueles de la servidumbre egipcia. O como anunciación de las horas tormentosas que padecería, en carne viva, el más amoroso de todos los hombres del planeta, cuya pasión dolorosa quedaría escenificada para siempre en los predios de la vieja Jerusalem.

La Puerta del Mesías, conocida también como “Puerta Dorada”, por donde retornaron los exiliados de Babilonia y por donde entró esperanzador el Rabino de Galilea,  se encuentra completamente sellada desde los tiempos del emperador musulmán Saladino. La tradición talmúdica sostiene que la puerta será reabierta cuando venga el Mesías que se encuentra anunciado en las más antiguas profecías. La tradición cristiana, por su parte, espera que Jesucristo reingrese por esa misma Puerta Dorada, desde el Monte de los Olivos, cuando ocurra su segundo y definitivo advenimiento.

En todo caso la Semana Mayor que ahora comenzamos, significa una gran oportunidad para la reflexión profunda y para una genuina reconciliación entre los hermanos hondureños, sin olvidar a los más humildes de la Tierra.