VERDADERO MAGISTERIO

ALGUIEN ha sugerido que un verdadero maestro es como “un santo”. Por su paciencia al enseñar y tal vez por la idea del apostolado magisterial que se manejaba en la segunda mitad del siglo diecinueve, y en los primeros setenta años del siglo veinte. Pero esta perspectiva se ha modificado en forma sustantiva y negativa en los últimos cuarenta y cinco años, al grado que los maestros, según el decir de un escritor de vieja guardia, se han convertido en simples profesores, que pasan las horas repitiendo lo mismo que aprendieron en los textos oficializados de diverso signo, y en sus viejos cuadernos amarillentos, sin ningún interés en adquirir nuevos conocimientos; o de formularse autocríticas incisivas para mejorar los abordajes académicos en las aulas y en la vida diaria.

Hay, por supuesto, valiosas excepciones de la regla en diversos rincones del país, en que todavía subsiste, en el alma de varios maestros, aquella noción de apostolado magisterial, a pesar de las dificultades didácticas, de los esnobistas, de las huelgas, de las largas distancias geográficas, de los retrasos salariales y de la incomprensión de ciertos integrantes de la sociedad, que miran con desdén los quehaceres del humilde maestro encariñado con su profesión y con las nuevas generaciones. De vez en cuando tales maestros son premiados por instituciones públicas y privadas. Justamente se lo merecen. Aun cuando lo normal es que sean ignorados y que casi nadie sepa de sus anónimas existencias, en parte por la abundancia de los malos profesores que casi nada saben, y que en consecuencia casi nada enseñan, acerca de los viejos y de los nuevos conocimientos que deparan las disciplinas cognitivas, la ciencia, la investigación y otros ramas del saber. Ya hemos dicho que la mayor parte de profesores de hoy en día se contentan con dejar “volcanes de tareas” a los estudiantes, para que los pobres padres, con limitadísimos conocimientos, las resuelvan. Pues se trata de una idea equivocada de lo que debiera ser una verdadera reforma educativa a todo nivel.

Eso que los maestros han quedado reducidos a la condición de meros profesores, es un problema latinoamericano; especialmente hondureño. Porque en Europa un profesor universitario se encuentra en un nivel que está por encima del doctorado. El término de profesor en nuestro medio periférico, se dirige a un tipo de docente que desdeña a los estudiantes, que le fascina reprobarlos y que es incapaz de hacer nuevas lecturas de libros y de las realidades nacionales y mundiales, sobre todo en materia económica y política. En términos generales es un profesor ideologizado hasta la médula del hueso, que posee “verdades absolutas” desprendidas de ciertas doctrinas dogmáticas, para inyectárselas a los estudiantes incautos, y convertirlos en agentes anti-sistema.

De tal suerte que la merecida celebración del “Día del Maestro”, quisiéramos dirigirla a aquellos docentes de primaria, de secundaria y de las universidades, inclusive de los sectores informales y extra-escolares, que por motivos excepcionales aman el conocimiento en general, y que estiman en grado sumo a los estudiantes. Son maestros que se sienten orgullosos de sus alumnos y discípulos talentosos, porque quisieran ser superados por las nuevas generaciones, en procura del bienestar de la sociedad, no sólo de los compañeros en los consabidos viajes ideológicos. Son maestros que con escasos recursos personales buscan adquirir, en las librerías y bibliotecas, los libros “que aconsejan los hombres de luces”, tal como insistía el sabio cholutecano. El problema es la ausencia de buenas bibliotecas escolares y el desprecio que los malos profesores, administradores y estudiantes, le dispensan a los libros y al conocimiento regional y global. ¡!Feliz Día del Verdadero Maestro!!