Clave de SOL: Mensajes de amor interestelar

Por: Segisfredo Infante

Carl Sagan era un científico optimista pero cauteloso. Lo sé porque cuando todavía era un muchacho leí sus libros más importantes, incluyendo un volumen de actas en donde un conjunto de científicos, de diversos países y disciplinas, postularon que el surgimiento de la vida, en cualquier planeta de la Vía Láctea y de otras galaxias, era una especie de “milagro”, lo cual exigía cálculos exponenciales “negativos”, colindando con las matemáticas infinitesimales. Sobre este punto específico he sugerido y esbozado unas tres cosas, en momentos cronológicos diferenciados.

Pero ahora deseo, más bien, centrarme en un solo libro. Me refiero a los “Murmullos de la Tierra; el mensaje interestelar del Voyager”, publicado bajo la responsabilidad de Carl Sagan, F.D. Drake, Ann Druyan, Timothy Ferris, Jon Lomberg y Linda Salzman Sagan, en los años 1981 y 1986. Se trata de un volumen lujoso en donde se exponen cuando menos cuatro experimentos de mensajes enviados al espacio interestelar con el extraño propósito de que sean interceptados, después de varios millones de años, por civilizaciones extraterrestres con un nivel de inteligencia igual o superior a la de los seres humanos de estos últimos años.

Las sondas interestelares fueron bautizadas con los siguientes nombres: a) “Pioneer 10”; b) “Pioneer 11”; y luego dos naves “Voyager”. Estas naves llevan adheridos unos discos fonográficos de cobre, recubiertos de oro, con suficientes datos respecto de la localización de nuestro planeta, la vida inteligente, la aritmética, la escritura, diversos idiomas terrícolas y la música. Tales sondas “Voyager” estarán navegando en torno de nuestra galaxia, durante miles de millones de años, a la espera de una oportunidad infinitesimal de encontrar una civilización (en la profunda oquedad del universo) suficientemente desarrollada para que pueda interpretar los audios, los símbolos y las figuras, incluyendo el saludo “Hola” de las ballenas tipo yubarta.

Todo esto sucedió en agosto y septiembre de 1977, con un optimismo tecnológico extraordinario. Pero los diseñadores de los dos discos “Voyager” partieron del supuesto que las matemáticas constituyen un lenguaje universal, que puede ser leído por cualquier inteligencia extraterrestre como una “lengua cósmica”, y que tal inteligencia a la vez puede despejar lenguajes binarios, como los de las computadoras. Esta hipótesis hubiese sido válida, también, para cualquier mensaje sideral con lenguajes gramaticales escritos, ya sea del inglés, del ruso, del español, del arameo o del mandarín, habida cuenta que nuestra simbología matemática es también una invención humana, y que solamente aquellas personas sumergidas en esta ciencia, son capaces de comprenderla. Es decir, para la mayoría de los seres humanos las matemáticas superiores son “ajenas” o inicialmente incomprensibles, aunque los observadores sean tan inteligentes como los mismos matemáticos. (Así como difíciles de roer suelen ser los libros de los grandes filósofos antiguos y modernos). El mismo Carl Sagan, en un instante de precaución, sugiere que es “mucho más probable que un oyente extraterrestre no vaya a entender en absoluto ningún lenguaje humano si no consiguió hacerse con un texto elemental de enseñanza”.

Sin embargo, hay un lado positivo, pues los discos “Voyager” también llevan imágenes de siluetas humanas y un poco de notas musicales. Creo que incluyeron hasta la música del genial Johann Sebastian Bach, por aquello de las premisas pitagóricas de la relación entre los números y los tiempos musicales. La música podría resultar agradable o desagradable a los oídos de los lejanos y supuestos extraterrestres. Pero las imágenes serían comprensibles de inmediato para una inteligencia superior. Es más, personalmente considero que debieron grabar la simbología numérica de los mayas, en tanto que es más comprensible a simple vista. No así las simbologías engorrosas de las matemáticas orientales y occidentales, en tanto que para el observador más ingenuo solamente quedan claros los garabatos “cero” y “uno”.

Las imágenes visuales de nuestro planeta y de los seres humanos podrían resultar transparentes para los hipotéticos ojos receptores de cualquier civilización desarrollada, en tanto que las imágenes suelen ser simples, carecen de la profundidad del lenguaje de un texto filosófico, de la belleza de un poema o de una ecuación bien formulada.

Sospecho que descifrar la emisión y recepción de mensajes interestelares requiere, por ejemplo, de la inteligencia puntual de los jóvenes autistas. O de seres enamorados de las extrañas maravillas musicales y tenebrosas del universo, incluyendo los leves ruidos de fondo de microondas. Pero por sobre todas las cosas se requiere de seres pensantes enamorados de la “Historia” pasada y futura de la humanidad, redactada y grabada en momentos de optimismo y de incertidumbre individual y colectiva. Pues la esperanza, el concepto de “Dios” y el amor van tomados de las manos, esculpidos en las cápsulas de todo tiempo, aunque se trate de un amor jamás correspondido.