BARLOVENTO: Desarmonías de cada momento histórico

Por: Segisfredo Infante

Hace tantos años publiqué un artículo de opinión relacionado con un libro titulado “La tiranía del ruido”, creo que de Robert Alex Baro. En aquella eventualidad me parece haber señalado el tema del ruido en conexión con la pésima música que se había puesto de moda y que se escuchaba en los vecindarios, el trasporte público, los restaurantes y en los parques, como expresión del deterioro de los valores humanos en estas regiones continentales. Pero también en relación con otros temas.

La contaminación sónica es algo que merece nuestra reflexión. No solo de los filósofos, los teólogos y expertos en música clásica. Sino además de los representantes de otras disciplinas y prácticas del pensamiento, lo mismo que de los vecinos en mangas de camisa, que deambulan como víctimas del fenómeno ensordecedor. Para empezar el ruido es un atentado contra los principios de la armonía descubiertos por Pitágoras y las distintas escuelas pitagóricas en una relación dinámica entre los números y los tiempos de ciertos instrumentos musicales. También es un atentado contra cualquier forma de pensamiento equilibrado más o menos libre, tal como ocurrió durante las griterías y arengas incendiarias de los fascistas y los nazis en el contexto de la recesión económica de la década del treinta del siglo veinte, y durante la “Segunda Guerra Mundial”. El doctor Joseph Goebbels (un fanático secuaz de Adolf Hitler) era experto en confundir a las masas populares, con la tenebrosa intención, además, de hacer “diversionismo” con la prensa internacional, mediante sus apariciones públicas y las manipulaciones fílmicas y radiofónicas, directas e indirectas, de todas las semanas. Goebbels estaba convencido que se podía engañar a los pueblos, siempre y cuando se quedaran como soterrados, sin ningún discernimiento básico, ya fuera en lo democrático o en lo intelectual.

Ello significa que, también, en los posibles diálogos y debates entre varios contertulios, suele imponerse el ruido enajenante. Un ejemplo concreto es el programa “Choque de Opiniones” de la televisora internacional “CNN”. Aunque el programa es coordinado por Juan Carlos López (un hombre sobrio, respetable y equilibrado), por regla general los invitados al programa se salen de sus casillas, porque todos hablan al mismo tiempo y al final pareciera que nadie escucha a nadie. Por si acaso, apenas escuchan un poquito al periodista López. Este mismo galimatías lo hemos detectado en otros programas de la televisión internacional, dado que en nuestro tiempo la gente ni siquiera se escucha a sí misma, mucho menos al prójimo de la misma especie humana.

Sin embargo, parece divertido, tal como lo esbocé en mi artículo “Espíritu de contradicción”, que por causa de los clichés reiterativos y empobrecedores del lenguaje; o por aquello del prurito tan fuerte de llevarle la contraria a todo mundo y el deseo de ganar todas las discusiones habidas y por haber, es que los polemistas, aunque estén coincidiendo en varios puntos en el curso de una misma discusión, ni siquiera perciben las coincidencias, en tanto que prefieren subrayar las desarmonías, agrandándolas más allá de lo probable. Porque la “razón” decae, como hecha pedazos, frente a aquellos que imponen sus instintos y egolatrías personales por encima del respeto a la dignidad humana, tal como lo advertiría el socialista español flexible, y exitoso alcalde madrileño, Enrique Tierno Galván, en su libro “El miedo a la razón” (1986). Pero aquí habría que anexar, además, dentro de sus variadas publicaciones, su otro libro “Yo no soy ateo” (1975), en donde el viejo profesor universitario Tierno Galván, afirmaba “que Dios no abandona nunca a un buen marxista”. Esto se traduce como saber escuchar y respetar democrática y republicanamente a los demás, aunque profesen ideas diferentes a las nuestras o a las de nuestro supuesto bando. Por lo menos aprendamos a escuchar nuestro propio corazón, a veces con arritmias alarmantes.

Coexistimos en “Tiempos de paz y de guerra”, según el diplomático, político y escritor mexicano Juan José Bremer, haciendo un recorrido histórico “de Westfalia a San Francisco” (2010, 2017). Empero aquellas personas que han experimentado, en carne viva, tanto el terror como los escalofríos mortales de los choques bélicos internacionales y de las guerras civiles, han llegado a la conclusión final que la paz es la cosa más grande e importante del mundo, en tanto que a la vez se trata de salvaguardar la esencia de todas las esencias, es decir, el derecho a existir del “Hombre” concebido como especie racional; o razonable. Aquí se ratifica lo que sostenía Benito Juárez: Que “entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.

Quiero rematar este artículo con unas frases poéticas del obispo brasileño Dom Helder Câmara: “¿Dónde están los inventores? Necesitamos urgentemente inventos// que ayuden al silencio// lo protejan// lo salven”, en tanto que, desde el silencio, podemos aprender a escuchar a todos los hombres, mujeres y niños del globo terráqueo.