Por: Marcio Enrique Sierra Mejía
Las reuniones entre líderes políticos de distinta identificación partidaria o de diversas precandidaturas proselitistas a lo interno de los partidos político de la derecha no son cotidianas, aunque la mayoría de las veces, las que se realizan son cerradas y elitistas, en las que los líderes de las bases sociales mayoritarias, tienen poca o ninguna participación, y cuando les dan participación, son para recibir instrucciones políticas nada más. Tratan a las bases mayoritarias y su liderazgo con recelo y exclusión, distanciándoles de la participación en debates políticos estratégicos incorporándoles solo para cuando hay elecciones.
En la derecha política, las reuniones con líderes políticos abiertas, en la que se expone y se discuten temas acerca de un tema político determinado importante, brillan por su ausencia en la realidad política hondureña. Lo frecuente es hacerlas cerradas y con selectividad de participantes.
Hasta hoy en día, es ilusorio poder asistir a ver un foro abierto al público en general, sobre el debate político que aborde, por ejemplo, el debate sobre refundación o transformación como enfoques políticos orientadores del desarrollo político nacional, porque o no existe capacidad para hacerlo o no hay voluntad política para emprenderlo.
En el Partido Nacional, ni uno u otros de los precandidatos, están dispuestos a realizar un coloquio abierto para los líderes del partido, y menos aún, un foro de líderes para conversar sobre renovación y democratización de esta entidad. En otras palabras, no es una costumbre en la cultura política del Partido Nacional, desarrollar debates coloquiales que sigan a una disertación o una conferencia y tratar las cuestiones tratadas en ella, sin que haya de recaer en acuerdos.
Los sinónimos de coloquio son conversación, diálogo y plática. Obviamente estos se producen en la sociedad política. Sin embargo, en la realidad es más frecuente efectuar esta práctica en nichos bajo la sombra, separados y, en los que se fijan lineamientos, más orientados a controlar el poder de manera absoluta que, a compartir un enfoque de manejo del poder de manera democrática. Esta actitud, responde a una particular cultura que usa el poder poniendo el énfasis no en función de metas comunes, sino en la instrumentalización del liderazgo, para lograr metas personales que responden al interés ambicioso de actores políticos, afanados en lograr su enriquecimiento o proteger y aumentar el poder económico y político que ya tienen en su haber o quieren llegar a tener. Esta es una negativa costumbre, que prima en el quehacer político y se transfiere históricamente a lo largo y ancho de la sociedad política. Y que, en la actualidad, se ha agudizado porque se ha fraccionado el equilibrio de mando político a favor de intereses particulares de elites económicas acostumbradas a tenerlo. Para el caso, los socialistas buscan afectar la configuración del poder económico que la derecha política ha protegido consuetudinariamente, y que ahora, dada las circunstancias políticas que favorecen a la izquierda, la derecha anhela transformar para democratizarlo con mayor efectividad y hacer posibles salidas del atraso que, reduzcan la desigualdad y todo lo que apareja, la deformación estructural del capitalismo que afecta al pueblo. El hábito hace al monje dice el adagio común. Y en la política la ambición por el poder absoluto hace al político en la mayoría de los casos. Son muy pocas la excepciones de contar o conocer políticos que estén por encima de esa tendencia negativa y de querer controlar el poder político de manera democrática.
Mientras que para los socialistas tener el poder político absoluto es vital, para las fuerzas de la derecha, es la vía democrática la más efectiva para Honduras. Sin embargo, para salir del atraso a través de la vía democrática necesariamente tenemos que dialogar, hacer coloquios con los líderes políticos, tanto los que controlan los organismos de autoridad partidaria, con todo lo que esto implique, como con los líderes que se oponen y quieren darle un cambio de timonel a las estructuras partidarias. Hay que implementar la renovación y el cambio de estructuras de liderazgo, enmarcada en una visión partidaria que, de claridad sobre a donde se quiere llevar al partido en el futuro inmediato, mediado y pos mediato. Tomando como inmediato las elecciones generales, como mediato el tiempo que se toma el gobierno que gane las elecciones y el pos mediato, los que quede del siglo XXI. En consecuencia, tener la visión partidaria es la primera condición para lograr una estrategia y un plan de acción para ponerla en práctica a través del liderazgo orgánico del partido, de barrios, aldeas, caseríos y ciudades urbanas del país. Y esto es con lo que los coloquios deben empezar, realizar debates pertinentes para lograr definir la visión partidaria que necesitan los partidos democráticos para oponerse efectivamente al gobierno socialista.