Por: Segisfredo Infante
La semana anterior falleció un vendedor de paisajes típicos. Se llamaba Carlos y vendía en la calle peatonal de Tegucigalpa. Era un señor sonriente y que nunca hablaba mal de nadie. Dos virtudes extrañas en nuestros caprichosos días.
En marzo del año pasado (2022) traspasó los umbrales de la vida y de la muerte el doctor Enrique Ortez Colindres, a quien tuve la oportunidad de tratar muy a las cansadas, ya que él subrayaba su encumbrado nivel académico y le disgustaba hacer amistades “con gentes ordinarias”, según expresiones suyas. En las conversaciones solía lanzar “latinismos” aprendidos en Francia, con el propósito inmediato de escudriñar si alguien le entendía. A mí me lanzó el famoso “alea iacta est”, y de pura casualidad le contesté: “la suerte está echada”, misma que es una expresión adjudicada a Cayo Julio César al atravesar el río Rubicón. “Ya ve”, me dijo, “por eso usted está en la lista de mis pocas amistades ilustres”. Simplemente le sonreí. La verdad es que Ortez Colindres era un hombre de lenguaje llano o campechano, a veces jocoso, tal vez por su procedencia olanchana. (Recuerdo haber leído su libro: “La República Federal de Centro América, a la luz del derecho internacional público”).
Dos años antes del fallecimiento de Ortez Colindres, murió en Estados Unidos el expresidente Rafael Leonardo Callejas Romero, un político habilidoso y afable en el trato con los demás. En vida fue acusado de muchas faltas. Pero serán los historiadores y economistas de un futuro lejano quienes se encargarán de instalarlo en el lugar histórico que realmente le podría corresponder, en tanto que la historiografía científica evita en lo posible referir las últimas dos o tres décadas actuales de los acontecimientos de cualquier país del mundo o de un personaje “equis”. Se han publicado cuando menos dos libros que intentan aproximarse a su accionar político: el primero de Alexis Argentina González viuda de Oliva, y el segundo transcrito por César Indiano.
Me resulta imposible pasar por alto el nombre del “comandante” Marco Virgilio Carías Velásquez, quien falleció en el mes de junio del año 2019. Carías Velásquez fue egresado de una de las primeras promociones de economistas de la UNAH. Pero también había realizado su “bachillerato”, según me han informado, en “West Point” (Estados Unidos), con cursos posteriores en el Estado de Israel. Quizás por su tránsito en “West Point” le vino el sobrenombre simpático de “comandante”. Pues aparte de ello fue vicerrector de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras en tiempos de Jorge Arturo Reina, y director de “Extensión Universitaria”. Con el transcurrir de los años Marco Virgilio Carías (sobrino del coronel Armando Velásquez Cerrato) se convirtió en un convencido militante marxista-leninista que, sin embargo, jamás les impuso sus ideas a los estudiantes. Ni tampoco a los trabajadores. Era un personaje sobrio, disciplinado, de voz suave y poco accesible a sus semejantes. Como lo conocí personalmente, a mediados de la década del setenta, lo puedo recordar con nitidez. En vida publicó varios ensayos, entre otros el libro titulado “La guerra inútil: análisis socioeconómico del conflicto entre Honduras y El Salvador”, mismo que incluyeron en un lote de diez o veinte libros que me obsequiaron en un concurso de oratoria en el Instituto “Vicente Cáceres”. El comandante Marco Virgilio Carías fue indudablemente un hombre de “izquierdas”, y un defensor inclaudicable de la autonomía universitaria. Penosamente los últimos años de su existencia los pasó con la mente en blanco, por causa de una grave enfermedad que suele atacar a los adultos mayores; pero también a individuos más o menos jóvenes. Quizás por este motivo varios integrantes de aquella generación han olvidado su nombre.
Hace pocas semanas trascendió hacia el “Oriente Eterno” don José María Urbina Molinero, uno de los jefes supremos de la masonería catracha. “Abuelito”, le decíamos con cariño, aquellos que logramos conocerlo. Lo tuve de invitado en un programa de televisión (junto a otros amigos masones) y compartimos un par de almuerzos colectivos, que me permitieron percibir la humildad y la vasta cultura libresca de “Don Chema”. La relación con estos amigos deriva del hecho que mi padre fue un republicano militante de la masonería española y hondureña.
En fecha más reciente falleció don Evaristo López Rojas, un viejo impresor, fotógrafo de alta calidad y coautor de libros. Y apoyador de la juventud. “Don Evaristo” fue un hombre prudente, que sabía distinguir las limitaciones y virtudes de sus amigos y contertulios. No olvido que en cierta ocasión nos echaron del “Sanctasanctórum” de la Iglesia Catedral de Tegucigalpa, porque su teléfono móvil sonaba intermitentemente. La última vez que nos reunimos fue en la casa de una amiga común. En otro momento, Dios mediante, relataré más anécdotas de “Don Evaristo” y dos personalidades más.