Cómo diferenciar a un político pura sangre, de un político aguacatero (2)

Por: Arq. Óscar Cárcamo Vindel

Con evidentes y honrosas excepciones, la clase política de agreste raíz criolla, nos nutre de un cómico entretenimiento, con su acostumbrado espectáculo de animoso teatro de incorregibles desmanes, ordinarias tropelías, intemperante verborrea y amenas agudezas. Los referidos hidalgos de la patria, tienen la perceptible capacidad de parodiar una novela, de cierto entretejido libreto que incorpora la comedia como si tratara de una función de circo, para luego hacernos llorar con un melodrama de intriga novelesca de “pasión de gavilanes”.

El asunto en cuestión, es que el guion de la tragicomedia de la politiquería catracha, concibe la genialidad de transformar el sagrado aposento del legislativo en un corral multiusos, y en ocasiones lo hermosean en un colorido palenque en donde ennavajan sus gallos de lidia, para desplumarse entre si en zafarrancho de un arrebato de furia. Luego lo emperifollan, en un cuadrilátero al más puro estilo Jackie Chan, para impartir clases de karate, en como lanzar patadas voladoras al contrincante. También suelen engalanar el reciento en una changoneta, de bulliciosa carnaval de alborotado jolgorio, en donde compiten por quien sopla con mayor enjundia el silbato.

Empero, dispensando las enseñanzas que nos convidan para la posteridad; de cómo mentir con aire de dignidad, o de cómo salir airoso por la tangente, ante preguntas engorrosas, existen ciertos síndromes que se manifiestan en la metamorfosis del ciclo de su carrera de cuatro años, que es de relevancia poder destacar;
1. El síndrome de Pedro el escamoso; cuando estas criaturitas de dios (en minúsculas), mudan el cuero de cascabel para silenciar el cascabillo, y serpentear como furibundos tunantes en acoso de los incautos votantes; y en el solaz del piquito por aquí, abrazo por allá, piropos, promesas de amor, y grandes comilangas; el Juan querendón de la novela mexicana, se queda chiquito a la par de este calenturiento coqueteo.

2. El síndrome de Walter Mercado; cuando sutilmente esconden la cornamenta que les abulta la frente (el que tenga oídos que oiga, como dice la Biblia) y se arremangan a manera de camisa de fuerza, una larga túnica blanca para apoltronarse detrás de una mágica bola cristal, e iluminarnos con la sapiencia de inspirados todólogos, que dominan con resuelta autoridad todos las matarías del saber universal, y recetan en convincente elocución las soluciones pertinentes a cada problema que nos aqueja.

3. El síndrome de depresión postparto; el primer año en el poder, les agarra una lloreta perra a moco tendido, y con lastimero compunjo, le rezan las letanías de los 40 días de luto en capilla ardiente al gobierno anterior; cuando ¡dale que dale!, con un agrio y alargado rosario de desdichas, de la calamidad en la encontraron al país. Y dizque, los malandrines del gobierno pasado, son los causantes de su pachorruda lentitud en poder implementar sus grandes “ideotas”.

4. El síndrome de la posesión demoniaca; en verdad que “Mel” tenía razón de hacer una limpia en el palacio en donde está el trono del altar Q. Yo creo también, que los curules del Congreso están poseídos por un mal espíritu, y necesitan como mínimo que les den unas tres manos con una infusión de concentrado de ruda al 100%. Fíjese usted que espantoso hechizo; los diputados cuando están dentro del hemiciclo, les pega una loquera y se llaman entre sí, con el aristocrático título de “honorable” antes de usar su nombre propio. Yo estimo que necesitan un prolongado exorcismo, para que no vayan a inventar el sacrilegio, de autodignificarse con el titulo nobiliario de su “eminencia reverendísima”.

5. El síndrome de delirio de persecución; cuando tienen asegurada la guayaba, les entra una canillera, como que le deben pisto a todo el mundo, y que los andan taloneando de la central de riesgo o los cobradores de las tarjetas de crédito. No contestan las llamadas al teléfono, caminan de rígido perfil como que tienen tortícolis; y si te vi, ya no te conozco. Y el bonachón y campechano del Juan querendón, no se le volvió a ver el cacho por el barrio.

6. El síndrome de la Loto “vive tus sueños”; cada cuatro años en el país acontece lo mismos; los políticos pura sangre, le pegan al premio gordo y a nosotros el pueblo nos lleva la fregada. Fíjese usted, que dicen las malas lenguas envidiosas (a mí no me crea), que al fulano que conocían en el municipio con el “mal” apodo del Jaunín querendón, que sacaba fiado en la pulpería, ahora la gente lo “mienta” como Don Juanón el estirado, el señorón que ahora se pavonea en una coronela nueva.

En fin, valoramos los políticos de cándido origen aguatero, escasos del colmillo del fino pedigrí, sin embargo, los de pura sangre de filosa pesuña, enraizados al tronco en donde se rasca el tigre, se tantean, más devaluados que el bolívar venezolano frente al dólar y eso es decir bastante…

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