Juan ramón Martínez
El discurso antiempresarial, es irracional. Los empresarios de todos los tamaños, son los que dan el 99 % del empleo nacional. Atacar a los empresarios particulares es perverso; y mezquino. Absurdo. Propio de la cultura de la pobreza. Y muestra de ignorancia de las teorías sociológicas con que, en algún momento, varios intelectuales creyeron que no solo podían explicar la operación societaria, sino que, además, dirigirlas y ordenarlas. El descubrimiento que nos muestran los historiadores del desarrollo de sociedades recolectoras que, pasaron a agrícolas; es que, después lograron ser artesanales, comerciales y financieras, “sin la intervención de los burócratas”. Como se ha confirmado, toda persona en dificultades; carente de alimentos para llevarse a la boca, y alimentar a su prole, busca soluciones. Es decir, en el hombre hay la dificultad y la voluntad de buscar alternativas. Incluso en tiempos de violencia, vemos como se buscan soluciones organizadas, trabajando, pidiendo, engañando o robando a otros. Y no solo entre los pobres y sus pandillas, sino que, además, en las clases medias y altas que, siguen las mismas reglas humanas.
Un obstáculo para entender este fenómeno es la escasa capacidad de los refundidores, revolucionarios o reformistas, para acceder al conocimiento de las experiencias ajenas y leer las teorías de los grandes pensadores. Desde los llamados socialistas utópicos: Proudhon, Owen, Bakunin, Stiner, hasta los “científicos” -¡después descubrimos que no eran tales!-, encabezados por Marx, Engels, Lenin, Trosky, Stalin y Mao. Y aceptar que su ideólogo era Hegel y sus teorías sobre la dialéctica que, señalan los procesos: guía en que, suficiente influenciados por los mesianismos cristianos y judíos, hace inevitable el paso del feudalismo al capitalismo, al industrialismo. Y al socialismo en que, por la vía revolucionaria, los obreros podrían tomar y dominar los medios de producción.
Los marxistas no han sido los únicos revolucionarios. En términos numéricos, influencia y dirección del poder, han sido muy reducidos; y poco influyentes. Superados por los reformistas. Integrados por obreros -profesores, zapateros, barberos, proletarios industriales, agrícolas, sastres, empleadas comerciales, camioneros y comerciantes- con poco tiempo para la lectura y muy escasa vinculación con los grandes movimientos revolucionarios. En las primeras tres décadas del siglo XX, los dos líderes “comunistas” más conocidos, no eran trabajadores. Cálix Herrera era predicador de paraísos indefinidos. Wanraig, vendedor ambulante de calendarios. Refería Ramón Oquelí -que posiblemente poco anduvo en tren- que, con un silbato de fútbol, detenía las pesadas locomotoras, para subir y distribuir entre analfabetos, panfletos revolucionarios. Marx fue filósofo. Engels, empresario.
Fue Amaya-Amador, recién regresado de Argentina; quien escribiera que “para hacer la revolución” había que desarrollar al proletariado. Y que este, solo crecía dentro de las empresas capitalistas. Que, desde la organización sindical, en algún momento, podía controlar los medios de producción, cosa que por lo demás nunca se dio, porque en la URSS fueron los burócratas mutados en “revolucionarios” los que lo hicieron, con resultados conocidos. En China, han usado el capitalismo occidental, controlado por el Estado, para facilitar el desarrollo.
En este gobierno, acusan enorme orfandad teórica. Quieren destruir a los empresarios, cuando los que existen son los creadores de empleo, producen bienes para el consumo interno y exportación. El discurso igualitario es falso. Niega la libertad para que, intervengamos en la vida económica, como productores, consumidores y vendedores, de forma que los más exitosos manejen las operaciones más complejas, los medianos se ocupen de proporcionar los componentes de los grandes bienes automotrices, aviones, sistemas de comunicación y trasmisión de datos. En fin, con un dinamismo originado en la sociedad y colocando al gobierno a su servicio.
Al revés de las propuestas de los burócratas neorevolucionarios. Olvidando que la búsqueda de ganancias, es el motivo de la inversión, que deriva en la creación de empleo para los demás, compartiendo energías e imaginaciones creativas. Adán Smith estudio y describió esta operación económica y moral. Por supuesto, hay que hacer pequeño al gobierno, eficiente, subordinado y facilitador, cumpliendo las reglas que aseguren homogeneidad en la producción, permitiendo vender bienes y servicios adecuados para satisfacer necesidades de los consumidores. Y vía impuesto, facilitar la justicia en la distribución de esfuerzo social. Simple. El gobierno, debe cuidar las condiciones para que los empresarios desarrollen sus funciones creativas; y, vía el presupuesto, distribuir el producto social entre todos, con justicia y equidad.