Por: Segisfredo Infante
Impreso y reimpreso en México en los años 2001 y 2002, el libro al cual deseo referirme lo tenía como traspuesto, en estado de espera, con el fin de hojearlo y tal vez leerlo con detenimiento. Los quebrantos más recientes de salud me han permitido, sin embargo, una primera aproximación fatigosa a este voluminoso texto de 634 páginas, que ha corrido la suerte de salvarse después de varios libros “extraviados”. En realidad el volumen se titula “Las grandes entrevistas de la historia: 1859-1992”, editadas por Christopher Silvester, con prólogo de Rosa Montero y traducciones de Herminia Bevia y Antonio Resines. Se trata de una edición de lujo con sesenta y una entrevistas con personajes contrapuestos de distintos puntos de la nave terráquea. Los entrevistados son religiosos, ensayistas, científicos, narradores, psicólogos, teatristas y pintores. Pero, por alguna ignota razón, el ojo del lector es atraído por las entrevistas de políticos e ideólogos de diversas tendencias: desde Karl Marx, pasando por Theodor Roosevelt, Adolf Hitler, Benito Mussolini, Iósif Stalin, hasta llegar a Mahatma Gandhi, Nikita Jrushchov, John F. Kennedy, Mao Zedong y Margaret Thatcher.
De los contenidos que he podido constatar de este libro en cuestión, percibo la ausencia de la gran periodista italiana Oriana Fallaci. Motivos reservados de los editores y traductores, me imagino. Pero resulta imposible olvidar la intrépida entrevista que Fallaci le hizo al jefe del Ejército Popular de Vietnam del Norte, el periodista y general Vö Nguyen Giáp (seguidor de Ho Chi Minh) en medio del fragor de las batallas.
En este caso me ocuparé, solo por ahora, de un par de entrevistas: Una de Nikita Serguéievich Jrushchov, realizada por Tom Driberg, entre el 9 y el 16 de septiembre de 1956, en el contexto posterior al “Veinte Congreso del PCUS” y en los comienzos del proceso de desestalinización. Y una segunda de Mao Zedong, realizada por su viejo amigo estadounidense Edgar Snow, el 27 de febrero de 1965, en una circunstancia oscilante entre el fracaso económico ruidoso del “Gran salto hacia adelante”, la innegable recuperación cerealera de 1964, y las vísperas de la “Gran revolución cultural” que, según Mao, condujo a una lucha cruenta de facciones “comunistas” internas, incluyendo en los registros la caída inesperada de Lin Biao (1971), uno de los ideólogos principales de la revolución cultural, y el segundo al mando después de Mao.
Nikita Jrushchov afirmaba en la entrevista de 1956, que “La Unión Soviética es en sí un concepto abstracto: no existe el territorio de la Unión Soviética como tal. Por tanto, la legislación debe hacerse por y para las repúblicas.” Confieso que no había leído en ningún texto semejante declaración. Sin embargo, se podría percibir que las palabras de Jrushchov derivaban, a mi juicio, de dos hechos: 1) de la lectura de manuales de dialéctica materialista, y 2) de su propia opinión respecto de la necesidad de descentralizar el poder en favor de las repúblicas soviéticas, que tiempo atrás se había concentrado bajo la sombra de estructuras políticas estalinistas centralizadoras; esclerotizantes.
Aquí conviene recordar que por aquellos días Jrushchov tenía en mente aplicar hasta donde fuera posible el principio de “coexistencia pacífica” con el “Mundo Occidental”, reducir el culto a la personalidad de Iósif Stalin, reactivar la agricultura con la participación de líderes regionales y mejorar el nivel de vida de los trabajadores y pensionados. Quizás si los dirigentes posteriores de la Unión Soviética hubiesen seguido los ideales de Nikita Jrushchov en favor de las economías regionales y subregionales, aquel enorme país jamás se hubiese desmembrado, y ni siquiera observaríamos, hoy en día, la guerra contra Ucrania. Pero Jrushchov era también un hombre contradictorio: por un lado, hablaba de paz mundial y, por otro, preparaba la guerra con amenazas nucleares. Sentía admiración, posiblemente, por el funcionamiento democrático de la “Cámara de los Comunes” en Londres. Asimismo, Jrushchov reconoció en la entrevista que “el espíritu burocrático de la naturaleza humana era igual en todo el mundo”.
Edgar Snow conversó tres veces con Mao Zedong. La primera vez en la provincia de Yenán, poco después de “La Larga Marcha”. La segunda vez en 1965. Y la tercera oportunidad en 1970. Hablaremos de la segunda, con Mao en el poder. Se trata de una conversación de cuatro horas en que las transcripciones parecieran indirectas. Veamos: “Mao señaló que también los chinos leían libros americanos”. Y que “Washington y Lincoln habían sido grandes hombres para su tiempo”. ¿Aún piensa usted que la bomba atómica es un tigre de papel? Mao Zedong contestó: “Eso no era más que un modo de hablar, una imagen literaria” Paradójicamente Mao le profetiza a Snow que está preparándose “para reunirse con Dios muy pronto”. Y que a pesar de las fricciones había la esperanza de mejorar las relaciones entre China y los Estados Unidos.