Clave de SOL: Posibles conjeturas cerebrales

Por: Segisfredo Infante

Allá por el primer quinquenio del siglo que discurre, me daba por escribir temitas conectados con el cerebro humano, habida cuenta de la abundancia relativa de textos basados en investigaciones neurobiológicas que circulaban por aquellos años en las librerías y bibliotecas provinciales. John J. Ratey era uno de los autores, quien afirmaba en 2001 que el cerebro humano “es el objeto más complejo del universo”, y que en consecuencia es capaz de reaccionar creativa, y libremente, por encima de sus propios condicionamientos genéticos y, si añadimos texto, por encima de las trabas de cualquier sociedad “equis” que pretenda soterrar su lenguaje. Este autor sugería que el cerebro, además de poder conversar consigo mismo, es de suyo multidisciplinario, por lo que puede hacer coincidir diversos factores contrapuestos en los niveles culturales, filosóficos, lingüísticos y medioambientales en un solo aparato de reflexión.

En virtud que en diferentes momentos los astrofísicos han calculado el tamaño hipotético, considerado en metros cúbicos, del Universo conocido incluyendo las galaxias en dispersión, John J. Ratey concluyó en forma muy preliminar que la cantidad de combinaciones electroquímicas que experimenta el interior de cada cerebro saludable, es superior, en términos numéricos, que el volumen total de la materia atómica del cosmos universal. (Esta conclusión de Ratey la dejaremos como en suspenso).

Varios autores, entre ellos Alan Turing, James Watson, Carl Sagan, A.R. Luria, David Berliner, Sharon Begley, Thomas Armstrong, Howard Gardner, Marilyn Savat y James Shreeve, han abordado el tema de la inteligencia y de la estructura cerebral, y también de las lesiones y posibles trastornos mentales. Pero pocos científicos han empujado al lector a escudriñar el abismo casi inescrutable de las interioridades cerebrales con la riqueza, optimismo y sabiduría como lo hace John Ratey. Por supuesto que nunca vamos a ignorar la trilogía de libros sobre la mente humana, publicados en fechas más o menos recientes por el japonés-estadounidense Michio Kaku. (Estos respectos fueron incluidos, en forma de una aproximación predominantemente transicional, en mi libro “Fotoevidencia del sujeto pensante”, 2013-2014).

El cerebro humano se comporta, continúa diciendo John Ratey, como un ecosistema con biodiversidad propia; o bien como un gigantesco mapa en donde interactúan todas las cartografías posibles al mismo tiempo, ensamblando de manera simultánea conceptos sólidos e imágenes complejas. Es más, nuestro cerebro, que es analógico y sintético sin embargo suele salirse, por la vía de la imaginación, de los esquemas de la vieja lógica predictiva (y predicativa), por lo que nunca ha requerido de una base de datos manipulables para relacionar pensamientos y sentimientos; ni tampoco para encontrar semejanzas, diferencias o relaciones entre fenómenos.

Los avances de la “neurociencia” contemporánea (o posmoderna) respecto de la estructura cerebral de los seres humanos son tan gigantescos, que en los próximos años estaríamos en situación de conocer cosas más fascinantes que todo aquello que pudiéramos haber imaginado. Frente a esta observación positiva pero escalofriante, John Ratey sugiere que el cerebro (ya lo sabíamos) trabaja con analogías y metáforas tanto viejas como de último minuto, y que por eso habrá de imponerse un pensamiento menos lineal que habrá de sustituir, según el autor, a “los razonamientos lógicos que empleamos hoy en día”, en tanto que la ciencia, como bien lo vaticinaba Chris Langton, tendrá que desembocar en un futuro mucho más poético. Es decir, menos prosaico, antipoético y antifilosófico que en la actualidad. Empero, según mi limitado juicio, la neurociencia actual, con todos sus enormes avances, apenas se ha asomado a los bordes cuasi insondables de la inteligencia, del lenguaje y de la razón humanas, dejando fisuras profundas en los caminos recorridos por los mismos investigadores científicos.

Si acaso el cerebro humano posee unos cien mil millones de neuronas, cantidad solo comparable con los cien mil millones de estrellas que aproximadamente se perciben en la Vía Láctea (Dr. Alex Padilla), significa que al pretender delimitar el cerebro humano como objeto de investigación física y metafísica, estamos girando en torno de un fenómeno maravilloso, milagroso y descomunal, que debiera conducirnos a respetar la vida de cada ser humano; inclusive la de los que se encuentran en embrión. Pero si a ello sumáramos las conexiones neuronales o sinapsis en los hombres y mujeres, las cantidades se multiplicarían desmesuradamente. Un buen amigo ya fallecido (C.A.A.V.), en medio de una conversación simpática, exteriorizó que “el cerbero humano presentaba la misma forma que el Universo”. Y aun cuando no he logrado encontrar la semejanza en ninguna ilustración cósmica, la analogía me parece interesante. Stephen Hawking, un hombre de mucha imaginación, comparó la forma del Universo con una cáscara de nuez. En todo caso debemos, en la medida de lo posible, seguir leyendo y estudiando.