Por: Elvia Elizabeth Gómez*
Entre de los significados que la Real Academia de la Lengua Española atribuye a la palabra revolución se encuentra “cambio rápido y profundo de cualquier cosa”. La tercera revolución industrial se conoce también con el nombre de la revolución digital, e inició en la década de los 50 del siglo 20. Esta trajo consigo entre otras cosas, la invención del Internet, la computadora y el teléfono móvil, los que juntos nos han puesto a un clic de distancia, ¡y vaya clic! Por supuesto que esta revolución llegó también a los salones de clase universitarios y de los tres, el móvil nos ha vuelto omnipresentes y ha provocado, sobre todo en las generaciones Z y alfa, un alto nivel de dependencia, hasta el extremo de sentirse aislados de la sociedad si olvidan su teléfono al salir de casa.
Curiosamente, también ha provocado que los docentes, en esta nueva sociedad de la información y el conocimiento, tan conectada, deban estar en línea 24/7, al menos en el imaginario de los estudiantes, y que deban responder a las consultas de estos rápidamente. Lo más grave es que ha borrado la delgada línea de la privacidad que nos separaba. Las fronteras de los salones de clase han desaparecido y en su lugar se ha dibujado todo un entramado de hilos virtuales que “obliga”, aunque no debe ser de esa forma, a estar siempre presentes. Por ello, muchos docentes prefieren no brindar su número personal a los estudiantes, para evitar precisamente el hostigamiento que suele darse de parte de algunos de estos. Pero con la tecnología llegaron las plataformas educativas, las nuevas disposiciones metodológicas y, por ende, la casi obligatoriedad al docente de crear los famosos grupos de WhatsApp de clase. Y así dio inicio el tormentoso camino de los mensajes a la hora del almuerzo, a las 2:00 am, a las 11:00 pm, sábados, domingos y días festivos; porque se han perdido los límites de la prudencia y la privacidad. Aunque coloquemos en las políticas de clase en qué momento y bajo qué circunstancias los alumnos pueden comunicarse con nosotros, para ellos es imposible que el docente no les pueda responder en el momento en que envían el mensaje, no les es posible discernir que los docentes también tenemos una vida fuera de los salones de clase. El horario del docente ha pasado de la jornada tradicional a una perenne.
No todo es negativo, no podemos satanizar a todos nuestros estudiantes encasillándolos en un mismo esquema de comportamiento en el manejo de la comunicación docente-alumno. Tampoco podemos demeritar las virtudes de los grupos de WhatsApp de clase, pues nos permiten compartir con nuestros estudiantes información enriquecedora, profundizar en la explicación de alguna asignación y romper el hielo con ellos. El problema se presenta cuando el alumno no percibe los límites de la comunicación y reclama. Frases como “Lic., le mandé un mensaje y usted me dejó en visto” o “Ing., ¿me ignoró el mensaje que le mandé verdad?”, se han vuelto parte del diario vivir, se ofenden si no les respondemos en el momento y algunos envían hasta 10 mensajes al hilo. Si bien los grupos de WhatsApp permiten un trabajo colaborativo entre los estudiantes y se han vuelto en una herramienta de primera necesidad ante la virtualidad de la educación superior, el uso y control de estos representa un reto importante para el docente. ¿Cómo establecer los límites? ¿Debo sentirme culpable por no responder al mensaje de mi estudiante con el cual mantengo comunicación solamente por esta vía? ¿Cuánto es el tiempo prudente de espera?
Mi experiencia docente se da en ambos campos, en la presencialidad y en la virtualidad y esto, me ha permitido sopesar y establecer políticas diferentes de acuerdo a la modalidad. Los alumnos de clases virtuales necesitan un acompañamiento más personalizado pues no nos tienen en un salón real de clase ni cuentan con una hora específica que les permita consultar sus dudas, requieren mayor flexibilidad en horarios y tiempos de respuesta, pero no se traduce en la obligatoriedad de estar siempre para ellos, sobre todo cuando se hace uso de una plataforma virtual en la cual se les ha colocado toda la información, se les han publicado anuncios con instrucciones, sugerencias, comentarios y la respuesta al consultarles es que simplemente, no los vieron. Por ende, no debemos estar 24/7, los límites son un elemento clave en los procesos de formación, sea cual sea el nivel académico en el que interactuemos.
*Catedrática universitaria.