Por: Carlos Medrano*
Estoy seguro de que miles de hondureños, por qué no decir millones, estamos muy admirados por lo que está ocurriendo en el país vecino, cuando su presidente Nayib Bukele ha tomado decisiones valientes, oportunas e inéditas en El Salvador.
Los altos índices de popularidad obedecen a un mandatario que ha leído bien las necesidades del pueblo y tomado rápidamente las decisiones correctas en beneficio de sus conciudadanos.
Los ejemplos han sido diversos, pero mencionaré dos casos que me parecen prototipos que han distinguido a este gobernante del pequeño de Centroamérica.
Quedamos anonadados por ejemplo como Bukele enfrentó la pandemia covid-19, construyendo un espectacular hospital público que atendió al pueblo salvadoreño de manera digna, con medicamentos y tratamiento oportuno, mientras en Honduras sufríamos con un presidente que nos encerró salvajemente y con una política de “sálvense quien pueda”.
Su política de seguridad, con su mano dura, para capturar y encerrar a miles de pandilleros que durante años sembraron el terror y muerte de indefensos ciudadanos. Bukele construyó una mega-cárcel para albergar a los delincuentes que se han visto sometidos y castigados como corresponde.
Aquí en Honduras, mientras tanto, cada vez vemos como el delito, que es una violación a las normas vigentes, a las leyes y a los reglamentos establecidos en la Constitución de la República, está avanzando y sometiendo a todo un país.
Ya nos hemos acostumbrado a ver en los medios de comunicación como corre la sangre con crímenes al cual peor, ensabanados, desmembrados, sin que nadie haga nada, sin que la autoridad policial pueda capturar y castigar las faltas cometidas.
Miles de extorsionadores atemorizan, chantajean y humillan a toda una comunidad completa durante años, desfila por los tribunales de justicia y al poco tiempo sale de la cárcel con la mayor frescura e impunidad a continuar con su actividad delictiva.
Nadie quiere enfrentar a los delincuentes, ya que las víctimas delante de un juez, son atemorizados, amenazados, intimidados, lo ponen de rodillas los mismos facinerosos, mientras el juez no tiene más remedio que levantar los cargos del violador de la ley.
Los cuerpos policiales, algunos especializados y equipados para que den resultado, se hacen de la “vista gorda” y no enfrentan el reto histórico que les corresponde.
Otros delincuentes, roban vehículos, secuestran personas, se corrompen con los recursos del Estado, sin que exista un castigo ejemplar en contra de estos personajes criminales.
Los violadores de niños, por ejemplo, un delito que a mi criterio es abominable, condenable y con consecuencias desastrosas para quienes sufren de esta agresión, siguen provocando daño, ahí caminan tras víctimas y dejando una huella indeleble de terror y destrucción.
Presidente Xiomara Castro, hoy quiero lanzar un reto público a nuestras autoridades para que escuchen al pueblo ya cansados de tanto crimen y que le pregunten a los hondureños si están de acuerdo en que se aplique la pena de muerte para quienes se les compruebe que violaron a un niño o una niña.
Les aseguro que la mayoría del pueblo hondureño apoyaría una determinación de esta naturaleza, un cambio de timón para un país que año con año ha visto degradado todo su estamento legal y sus principios morales y espirituales.
La pena de muerte que propongo sería aplicada a quien irrefutable y científicamente le sea comprobado que abuso de un infante, aprovechando que existen unas leyes blandengues y un sistema policial y judicial que se ha confabulado muchas veces con el crimen.
Presidente Xiomara, empiece a tomar medidas ejemplares porque estamos perdiendo el país, acérquese a Dios pues de lo contrario el juicio divino, la historia y su pueblo la condenará irremediablemente.
*Periodista
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