¡DEJEMOS SOÑAR A HECTOR ALEXANDER¡

Juan Ramón Martínez

No hay duda que la capacidad de fabular es, facultad humana. Somos nosotros, por nuestra capacidad de imaginar y alterar las realidades, al construir nuevas cosas, que asumimos el compromiso de cambiar al mundo. Y lo cambiamos. De allí que se acepte que, de alguna manera, para cambiar algo, hay que soñarlo previamente. Los niños, son por ello, muy imaginativos y menos limitados. En la medida en que vamos siendo adultos, nos volvemos más cautos; y solo contamos o relatamos aquello que, sea verosímil. Ellos no tienen esta autolimitación. Por lo que su creatividad es inmensa. No es insustancial que Jesús, en un momento de gran ternura, haya dicho: dejad que los niños vengan a mí. Porque el sabio de la frescura de la imaginación infantil, la franqueza de los niños y la libertad suya, para decir lo que están pensando. Ello es posible porque el nosotros, todavía está en crecimiento y solo son el yo, que se siente libre y espontaneo para decir, en forma libre lo que está pensando, lo que sueña, imagina o cree.

Héctor Alexander Aguilera Ordoñez, es un niño de 10 años de edad. Limpio como una página en blanco, lirio bajo la luz del sol brillante, a quien le sorprenden las realidades, la mayoría de las que no entiende. Otras las imagina, deliberadamente, a su manera. Por ello esta colección de cuentos, los primeros suyos, tienen la frescura ingenua de las mañanas, la confesión que no hay que conocer el mar para saber de la salinidad de sus aguas; ni conocer los excesos de la conducta humana, para entender que los animales, son más humanos que los humanos. Puede parecer una contradicción; pero de repente, esta es la mejor lección que se puede extraer de estos cuentos y relatos de Héctor Alexander. Por lo que, hay que aceptarlos como vienen: incontaminados, sencillos y olorosos, como las brizas que bajan mañaneras desde los cerros verdes más altos de Honduras.

Juan Ramón Martínez

Los más populares cuentos de la literatura infantil occidental, no han sido escritos por niños, sino por adultos para que los gocen los lectores de más tierna edad. El resultado es que Lewis Carroll, autor de “Alicia en el País de las Maravillas”, que escribió para niños, tenga en los adultos, la mayor cantidad de lectores. Porque a los niños, no les gustan las complicaciones de los adultos. En cambio, les afectan nuestras angustias; y no entienden nuestros desalientos. A ellos, les gustan las historias en que todo termina bien, que tienen una moraleja que les sirva como discretas reglas para asegurarse que, la navegación en el bosque, no los entregue en las fauces del lobo; ni los pierda en los laberintos infinitos de la inconciencia. Igual que a Lewis Carroll, le ha ocurrido al autor de El Principito. Antoine de Saint Exupéry. Cansa a los niños más pequeños, aburren a los más crecidos; y solo entusiasma, realmente, a los adultos. Con lo que de repente, la lección que podemos aprender es que, que, para ser más humanos y más felices, hay que imaginar que somos niños, escribiendo y hablando como si fuéramos niños: sin cálculos, sin trampas, tan solo obedeciendo a la naturaleza. Para que al final, producir obras memorables para que los padres aprendan a entender a los niños, a enseñarles a descubrir la realidad, desde el amor, el respeto a todo lo que, vive sobre la tierra. Y a la Tierra misma. Para lograr que Héctor Alexander, consiga que lo que nos plantea en su primer libro: que seamos como los animales, como los árboles, más simples y mejores; dejando de ser tan “humanos”, volviendo a la bondad de los primeros tiempos, siendo como el, un niño, que, sorprendido por las cosas de los adultos, — sus padres y sus abuelos–, aprende de los animales y de las plantas, como ser mejor. Dándonos la lección para ser mejores, menos tóxicos, mas fraternos y más respetuosos de la vida ajenas. De todas las vidas. Y para lograrlo, hay que escucharlo y leerlo, sin imponerles falsas superioridades de la edad, permitiendo que, siga siendo niño, incluso cuando en la adolescencia tenga que enfrentar las complejas dificultades que tiene la vida. Que, nunca dejara de serlo, con humanos tan imaginativos, una aventura llena de emboscadas, alegrías y sorpresas; pero también con muchos dolores desengaños y sufrimientos.

Dejemos que los niños vengan a nosotros. Para lo que, hay que dejarlos que el mayor tiempo posible, sigan siendo niños. Incluso cuando adultos enfrenten las duras realidades de la vida. Porque para entonces, la ternura de los niños, es y será, necesaria para una vida plena y autentica. Y para evitar que las dificultades no hagan llorar y caernos, doblados sobre los duros caminos de la existencia, hay que rascar bajo la piel, para que brote, la ternura fresca de los niños, en los cuentos tiernos de Héctor Alexander Aguilera Sierra.

Gracias, Héctor Alexander por tu tierno libro. Volveré, siempre, desobedeciendo las enseñanzas del filósofo, a beber agua del mismo rio, leyendo tu primer libro. Y los demás, si escoges este camino de la narración y transformación, de las realidades de la vida. Gracias por venir a nosotros. Ayudándonos a ser mejores, volviéndonos niños otra vez.

Tegucigalpa, abril 16 de 2023