Ebanistas, nácar, Caribe y Comayagua

Por: Jorge Raffo*

Durante algún tiempo se consideró que las apreciaciones estéticas de las principales capitales virreinales eran puntos de referencia obligados para deshilvanar el camino que la moda de lo utilitario seguía hasta imponerse como una tendencia que se expresaba en un tipo de mobiliario, en una manera de ornamentar las viviendas o en la forma de servir los platillos en las cenas oficiales o familiares de las élites de la América Española de los siglos XVII y XVIII. Sin embargo, el presente siglo trajo enfoques novedosos donde pautas como urbanismo y demografía ayudaron a comprender y descubrir nuevos aportes en el arte de la ebanistería que causaron el boom en el comercio de muebles y objetos de uso doméstico entre los virreinatos de Nueva España y el Perú. Tal es el caso de Melchor Carrasco, un oficial carpintero, vecino de Comayagua, que, imitando modelos asiáticos, innovó mesas, escritorios, taburetes utilizando aplicaciones de carey, plata y concha de perla. En una época donde los “derechos de autor” eran inexistentes, su estilo sería pronto imitado y, en algunas regiones, superado.

Carrasco se formó en el Perú pero no nació allí, es más, se desconoce su procedencia pero su elección por Comayagua -zona de maderas espléndidas, de metales preciosos y punto de tránsito de bienes hacia y desde el Reyno de Guatemala- permite presumir que la región le era familiar porque, en cuanto pasó el examen de maestro carpintero, viajó (¿retornó?) a Centroamérica sin probar suerte en otro lugar. Las ordenanzas del oficio de carpintero de la ciudad de los reyes, hoy Lima, se fijaron por escrito en julio de 1575. El gremio agrupó a los artesanos que tenían como materia prima principal la madera: carpinteros de “lo blanco” y de lo “prieto”, “entalladores” y “violeros” o constructores de instrumentos musicales (AGNP, Real Audiencia, 1817, Juzgado de cofradías, legajo 18, doc. 509, citado por Holguín, 2023). Esos talleres necesitaron de alianzas de colaboración con diversos oficios de la ciudad, como doradores, pintores, plateros, escultores y ensambladores. Además, tenía dos peculiaridades, no era un gremio cerrado sino que admitía foráneos y, además, formaba peritos tasadores especializados en mobiliario.

En el s. XVII, “en Lima resultó bastante común el uso del llamado mueble enconchado, profusamente decorado con incrustaciones de madreperla, carey, marfil y filetes de plata, aplicados sobre finísimas maderas” (Holguín, 2023). La presencia del mobiliario enconchado procedía de Nueva España y Panamá gracias al comercio transoceánico (Taullard, 1944), llegaba desarmado y se ensamblaba en la capital del virreinato peruano; rápidamente los artesanos locales adaptaron la versión europeo-mexicano-panameña de los motivos asiáticos para crear su propio estilo. Esos muebles fueron parte del estatus de las élites virreinales tanto criollas como de la nobleza indígena no solo en el Perú sino en diversas latitudes centro y sudamericanas. Hacia 1670, Lima estaba en condiciones de exportar muebles con incrustaciones de madre perla, y siguiendo la usanza novohispana, desarmados; añadiendo además, por primera vez, un manual de instrucciones por si la cómoda, el baúl, arcón o bargueño llegaba a una comarca sin artesanos carpinteros cerca. El estilo de decoración “limeño”, a diferencia del novohispano, se caracterizó por el diseño de flores, hojas, arabescos y guirnaldas de nácar que se entrelazan con complicados diseños geométricos, los cuales, según Rivas (2006) tienen influencia de piezas coreanas de laca de la dinastía Choson del siglo XVII.

Carrillo (2012) sostiene que la concha de perla es un material que no se encuentra en el virreinato del Perú por lo que debía ser obtenido fuera. El mercader Gerónimo de Solórzano -el mayor proveedor de este producto en Lima- la compraba en las ferias de Panamá que, a su vez, procedía de Manila vía Acapulco (Julián, 1787). El investigador Baena (2016), basándose en una escritura de 1787 del notario Orencio Ascarrunz que describía el mobiliario de un aristócrata limeño, el conde de Monteblanco, determinó que Guatemala era una segunda fuente de abastecimiento de la concha de perla. Holguín (2023) cita a la historiadora Guillermina del Valle (2016) cuando anota que los comerciantes peruanos acudían en navíos de su propiedad al puerto de Acapulco “para satisfacer la demanda de mercurio, e intercambiar de forma subrepticia, plata peruana, vino y aceite, por mercancías asiáticas, concha de perla y productos artísticos y utilitarios”. Un flujo de bienes que alimentó la vida cotidiana y fastuosa de la sociedad de Lima.

Baena (2017) -citado por Holguín (2023)- señala que dentro de ese flujo de artículos, “un caso distinto y que merece mayor investigación es la producción de muebles enconchados de Guatemala (y Honduras), lo que diferenciaba a estas manufacturas del resto eran sus acabados de extrema calidad y que alcanzaron precios muy elevados”. Varios de esos artesanos, vinculados con el Perú como Melchor Carrasco, fueron artífices de primorosas creaciones en madera con incrustaciones de concha de perla que colocaron a Comayagua, durante el s. XVII, en el circuito comercial de muebles de lujo hacia el Caribe donde se podía obtener mobiliario “limeño” sin necesidad de desplazarse hasta Sudamérica. Diestros emprendedores que identificaron una demanda y se adaptaron ingeniosamente a ella.

*Embajador del Perú en Guatemala.