Óscar Aníbal Puerto Posas
Alfonso Guillén Zelaya, nació en Juticalpa, el 27 de junio de 1887, hijo de Miguel Guillén y de doña Jesús Zelaya. Tuve la suerte cuando viví en Juticalpa, de conocer la casa donde nació el poeta. Muy cerca de la plaza principal de la ciudad. Conjeturo, entonces, que Alfonso Guillén Zelaya, perteneció a una de las familias principales de la ciudad. Un ignoto alcalde tuvo la delicadeza de colocar una placa sobre la pared del domicilio natal del autor del “Almendro del Patio”. Asimismo, distante de la plaza se levanta la majestuosa vivienda en que nació don Froylán Turcios Canelas (1875-1943). También tiene placa en losa de bronce. Visité, en el cementerio, la tumba de José Antonio Domínguez, casi en el abandono; lloré. “¿Quién que es no es romántico?”, Rubén Darío “La canción de los pinos”. Yo entonces era un muchacho de 26 años, trabajaba en el INA. Había concluido mis estudios de Ciencias Jurídicas. Confieso que Olancho fue bueno conmigo. Cultivé amistades inolvidables, Porfirio Lobo (Trujillo, 1948), luego Presidente de la República (2010-2014), y el poeta Luis Armando Verde (recientemente me enteré de su óbito, ocurrido en mayo de 2019). Autor de “Silabario, antología de poetas olanchanos”, originalísimo título. Puede verse que supe seleccionar mis amistades, en el vasto departamento.
Alfonso Guillén Zelaya, es una de las figuras conspicuas de nuestra literatura. Si bien, como señala Andrés Alvarado Puerto (1917-2004), “no solo era el poeta exquisito al que todos conocemos, sino que era un estadista fuerte, conocido y respetado por mucha gente, de gran peso a nivel continental” (Andrés Alvarado Puerto, entrevista a Ninfa Arias, La Tribuna, 19-IV-2022). Pese a ello, pocos autores se han ocupado de él. En primera fila, Ramón Oquelí Garay (1934-2004), “el maestro Oquelí”, cual lo llamamos quienes aprendimos a quererlo.
Hay dos hondureños que se han ocupado de nuestros ancestros intelectuales. Ramón Oquelí – a quien ya mencioné- y don Julio Rodríguez Ayestas (1912-2002). Don Julio, fue un historiador autodidacto. Durante tres lustros, dirigió la Biblioteca Nacional. Y en ese cargo no permaneció ocioso. Compiló la obra histórica del gran Paulino Valladares, el libro se titula “Hondureños Ilustres en la Pluma de Paulino Valladares”, con prólogo de Alejandro Castro h., don Julio, sin recursos para editar obras, acudió a Alejandro Castro h., para entonces, Castro era jefe de la Oficina de Relaciones Públicas de Casa Presidencial (gobierno del Dr. Ramón Ernesto Cruz). Después buscaría otros auspicios y publicó obras sobre Adolfo Zúñiga y Salatiel Rosales; la vida no le alcanzó para divulgar el pensamiento egregio de otros hondureños.
Alfonso Guillén Zelaya, era el único hijo varón, de una familia compuesta por mujeres (cinco hermanas). De ahí deriva su trato exquisito hacia las hijas de Eva. Hizo su primaria en Juticalpa, sus estudios secundarios en el célebre Instituto “La Fraternidad”, donde dejó su huella indeleble el pedagogo cubano, Francisco de Paula Flores (tiene un busto en el parque de Juticalpa). De “La Fraternidad”, egresó Medardo Mejía. Los hermanos Bermúdez Meza (Antonio, Rubén y Néstor). También ahí se educaron algunos hijos de familias bien de Olanchito, entre ellos, Céleo Murillo Soto, urgido por el conocimiento, antes que se fundara el Instituto “Francisco J. Mejía”.
Guillén Zelaya comenzó estudios de Derecho, que no concluyó. Sobre este particular, Ramón Oquelí dice muy poco, lo atribuye a “un trágico incidente”, cuya naturaleza oculta. El poeta, tomó otros senderos: el periodismo y la diplomacia. Guatemala fue su primer cielo propicio. Allí fraternizó con Alberto Velásquez, Rafael Arévalo Martínez, el autor de “Ecce Pericles” (la novela que narró la cruel dictadura de Manuel Estrada Cabrera); Porfirio Barba Jacob, el gran poeta colombiano y otros del mismo jaez. A la caída de Carlos Herrera -sucesor de Estrada Cabrera- abandona el “país de la eterna primavera”. De Guatemala trae ideas de avanzada, que luego desarrolla en la tierra de Anáhuac. Ante ese ir y venir, conoce a la mujer de su vida: Isabel Alger. En Honduras, dirige dos periódicos: “El Cronista”, cuyo timón le confió Paulino Valladares, antes de dirigirse a Panamá, donde Caronte le aguardaba. “El Cronista”, se diferenciaba de los demás periódicos porque siempre estuvo en doctas manos. Aunque no se crea, la gente lo compraba por sus editoriales. Titulados: “En estos momentos”. Cuando el capital mercantil destruyó “El Cronista”, que no pudo competir con “La Prensa”. Alejandro Valladares (hijo de don Paulino), escribía magníficos editoriales; nadie ha vuelto en Honduras a buscar un diario por su página editorial. Hoy la ciudadanía busca la “página roja” o la deportiva. El hondureño ya no tiene pasión cognoscitiva. Ahora ama la frivolidad y las boberías.
Dícese que Alfonso Guillén Zelaya comenzaba sus editoriales con esta frase: “el hombre de la calle dice”. “El hombre de la calle”, era el pueblo, al cual el escritor interpretaba. Esteban Mendoza, redactor del periódico, -al correr del tiempo canciller- descubrió que “el hombre de la calle”, tenía existencia real. Era un hombrecito, que pasaba por “El Cronista”, a la hora en que Guillén, escribía sus editoriales. Mendoza, le dijo: -“Don Alfonso, ahí va “el hombre de la calle”, si quiere se lo traigo.
-“No, “mijo”, él va a su casa a cenar, no lo interrumpas”. Era un tiempo en que todos los habitantes de Tegucigalpa tenían acceso a los alimentos. ¡Por desgracia, los tiempos han cambiado!
De “El Cronista”, pasó a dirigir “El Pueblo”. Órgano del Partido Liberal. Gobernaba el Dr. Vicente Mejía Colindres (1876-1966). Médico, formidable orador, pero mal estadista. Además, afectó su gobierno, la “crisis mundial de los años treinta”. Todo derivó en la victoria del Partido Nacional. Guillén Zelaya, intuyó lo que venía y abandonó voluntariamente el país. Se instaló en México. Trabajó en “El Popular”, órgano del Partido Popular, curioso detalle. El diario, respiraba marxismo. Era la tendencia que le imprimió Vicente Lombardo Toledano abogado, político y dirigente sindical mexicano. Guillén Zelaya, en su vida había encontrado una personalidad tan magnética. Lo llevó de la mano al estudio del marxismo. Guillén Zelaya abandonó el liberalismo y se hizo marxista. Estudió esta doctrina no en manuales, sino que en sus fuentes originales. Guillén Zelaya leyó con pasión “El Capital” de Carlos Marx, entre otras obras. Fue marxista hasta el fin de sus días. En 1946, Juan Manuel Gálvez Durón, que fue su compañero de aulas en la Facultad de Derecho y Esteban Mendoza, quien trabajó con él en “El Cronista”, acuden a la toma de posesión de Miguel Alemán. Trataron de convencer a don Alfonso que apoye la candidatura presidencial del primero que ya se urdía. Guillén Zelaya, con su proverbial cortesía, rechazó la oferta.
En 1947, lo sorprendió la muerte. Creo que es el único escritor que define lo que sintió al verla aproximarse: “Siento la garra de un tigre en el pecho”. Hicieron guardia de honor ante su féretro: Vicente Lombardo Toledano, Alejandro Carrillo y otros grandes intelectuales mexicanos. En sus honras fúnebres, dijeron sentidas oraciones: Alejandro Dagoberto Marroquín, erudito salvadoreño; Porfirio Hernández, periodista hondureño, conocido por su seudónimo “El Fígaro”; pero la mejor pieza la dijo Rafael Heliodoro Valle (1891-1959). El título de este artículo lo tomé de ese célebre discurso. “El almendro se entristece” dijo Valle y predijo: “Sus palabras no pasarán como no cesa la semilla del sol en volverse en divina acción de milagro, y porque los que como él han llevado un diamante bajo la bóveda celeste del alma, seguirán iluminando la tierra”. Ello ocurrió, en Tenochtitlán, el 4 de septiembre de 1947. Solo había cumplido 59 años, fecundos sí.
Desde Tegucigalpa, vistiendo casi en harapos, como en harapos vistió también el novelista Álvaro Cerrato (lo afirmo porque los conocí). El poeta Constantino Suasnávar (1912-1974), escribió: “El alto comisario del verso Alfonso Guillén Zelaya, ha muerto”. Hoy día se le recuerda como el autor de “La Casita de Pablo”, “El Almendro del Patio”, “El Oro”, “Lo Esencial” y otras más. Fue un fino poeta; no se discute. Pero, fue también político, periodista y filósofo. En Juticalpa, hay un busto en granito, con su imagen conspicua. Lo mandó a erigir Juan Manuel Gálvez (1887-1972), me contaron. Lleva uno de sus mejores mensajes: “Conciliación nacional y olvido del pasado”. Gálvez, protegió a su viuda, la nombró Agregada Cultural de la embajada de Honduras en México. Gálvez también llevaba en sus venas, sangre olanchana. Ello explica su generosidad.
Un sobrino de Guillén Zelaya, Alfonso Guillén Zelaya Alger (falleció en 1994), siendo un doncel desembarcó con Fidel y el Che y otros combatientes, en Cuba, a bordo del “Granma”. Sobrevivió y vio el triunfo de la Revolución Cubana. La casta Guillén Zelaya, estuvo en ese episodio histórico. No cabe duda, Alfonso Guillén Zelaya fue uno de nuestros mejores compatriotas.
Tegucigalpa, 27 de junio de 2023
Fuentes:
1. “Alfonso Guillén Zelaya, Conciencia de una época”, Medardo Mejía, Julio Rodríguez Ayestas, Tomás Erazo y Ramón Oquelí, Editorial Universitaria; Tegucigalpa, Honduras, mayo 2000.
2. José González, “Diccionario de Literatura Hondureño”, Editorial Guardabarranco, Tegucigalpa, Honduras, mayo de 2023.
3. Diario “La Tribuna”, 19-IV-2022, entrevista de Ninfa Arias a Andrés Alvarado Puerto.