Eludiendo responsabilidades

Guillermo Fiallos A.

Causa preocupación y extrema decepción observar la conducta de algunos hondureños; quienes, por su nivel de visibilidad, influyen en las mentes de los jóvenes, ejerciendo una influencia negativa y carente de valores.

Se ha vuelto costumbre que casi nadie desea asumir la responsabilidad de sus actos u omisiones. Desde hace años, se viene manifestando esa conducta negativa y cobarde de aquellos, que no reconocen sus faltas y siempre le achacan las consecuencias de sus pecados, a otras personas o circunstancias.

Muchos no quieren admitir la culpa comprobada que cargan sobre sus hombros debido a sus inadecuadas actuaciones, tardías intervenciones, ineptitud manifiesta o, simplemente, por quedarse de brazos cruzados cuando más se necesitaba de sus actos oportunos.

En el país, hay cientos de casos de personajes que en el pasado lejano o en el presente cercano, han actuado fuera de los límites de la ética, al no cumplir mínimamente con los estándares morales prevalecientes.

Vivimos en una época de oscuridad y de plena irresponsabilidad donde abundan los Poncio Pilato; quienes se lavan, descaradamente, las manos de los problemas y sinsabores, que ellos causaron a una gran mayoría.

Ya se volvió costumbre que los malos de ayer, echan lodo a los malos de hoy; y viceversa, los supuestos buenos del presente lanzan cieno a los supuestos buenos del pasado.

La crisis que vive Honduras no solo es energética, climática, económica, social, cultural; sino más trascendental aún, es una crisis tremenda de valores donde cada quien ve el cristal con el lente que le conviene.

Por eso, se ha perdido la credibilidad ya que quienes están llamados a convertirse en paladines de la República, muestran una actitud deshonesta y baja al nunca aceptar, tener un ápice de responsabilidad sobre sus actuaciones vergonzosas y corruptas de años y décadas atrás; o sobre sus incapacidades descomunales y honestidad adulterada en la actualidad.

Se ha perdido el norte en la nación y ya para algunos en las diversas circunstancias, el mal es presentado como el bien para los demás. Esto tiene periodos y periodos de estar ocurriendo y, por ello, vemos tanta maldad e irrespeto a la vida.

Nadie se hace responsable de su oscuro pasado o de su tenebroso presente. Siempre le imputan sus desgracias al otro o a ciertos eventos. Para todo tienen una excusa y una coartada no creíble. Hacen malabares -cual payasos de circo-, con sus palabras que buscan confundir y justificar lo injustificable.

Hay una gran pérdida de la ética pública y ahora se ha llegado al extremo, de considerar como el más exitoso, a aquel que miente más, disfraza su fracaso y maquilla su mentira, para eludir el dedo índice acusador de la historia.

¡Qué pésimos mensajes y decadente formación están enviando a las nuevas generaciones! La escala de valores invertida de tantos “patriotas”, quienes han estampado su nefasta firma en el devenir de los tiempos, está diseñando una Honduras sin sentido, ni validez para los actos que se ejecutan o que no se llevan a cabo.

Tal vez, algún lector podrá pensar que esta es una reflexión pesimista; sin embargo, quien no quiera ver la situación real de Honduras y de sus “líderes” de siempre, lo hacen, quizá, porque las lágrimas les nublaron la visión.

Tenemos que luchar para que la decencia y la aceptación de la responsabilidad propia, vuelvan a la nación. Es un deber combatir esas poderosas fuerzas del mal, que han destruido los sueños del hondureño común y corriente, y que lo han conducido a una tierra fangosa, en la que hoy han convertido esta patria bendita.

¡Qué Dios nos ilumine para saber cómo salir de este túnel que parece infinito, pues todavía no vemos la salida!