Sueños truncados

Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)

Me contaba una joven graduada universitaria que después de un año en la búsqueda incesante de un empleo, al fin pudo colocarse en una empresa, pero que el salario ofrecido no reunía las condiciones que ella había presupuestado al inicio de su carrera. En lugar de un puesto de decisión, la habían destinado a una posición donde las funciones eran casi todas de carácter operativo. Tuve que responderle con las únicas palabras de aliento con que trato de confortar a mis alumnos de maestría, es decir, que caminen antes de correr, que aprendan el teje y maneje del negocio, y que después tomen una decisión para optar a una mejor oportunidad laboral.

No resulta nada fácil convencerlos, en principio, porque ningún graduado quiere comenzar en un puesto de baratija si ha invertido tiempo, esfuerzo y dinero. Por otra parte, las generaciones -como la llamada G-Z- no entienden que se encuentran viviendo en un mundo cada vez dificultoso, donde las organizaciones están siguiendo un patrón de achicamiento, o de “downsizing” como se dice en el lenguaje organizacional, lo que implica que las oportunidades están menguando tanto en volumen como en calidad. Por el lado del Estado, los subsidios por desempleo son inexistentes en un país como Honduras, al mismo tiempo que los servicios de salud, transporte y seguridad ciudadana son tan malos como para asegurar una protección de calidad a los desocupados mientras esperan por una oportunidad de trabajo. En suma: el panorama laboral se muestra bastante sombrío para los jóvenes del Tercer Mundo.

¿A qué se debe, entonces, que ellos tengan tantos problemas para encontrar un empleo de calidad en este momento? Para comenzar, las empresas están aplicando desde varios años una estrategia de reducción de costos que implica, entre otras cosas, el decrecimiento de los precios salariales, una merma en los beneficios sociales, y recortes de puestos de trabajo. En el caso de Honduras, después que el huracán “Mitch” arrasó con la infraestructura productiva, las empresas comenzaron a detener los aumentos salariales bajo la excusa de una posible recesión económica. A partir de ese momento vino un periodo de estancamiento que sigue vigente hasta la fecha. Pues bien, ese congelamiento nos colocó en la cola de la competitividad salarial en Centroamérica, y sirvió para fijar los salarios muy por debajo del nivel de los otros países de la región.

En segunda instancia, tal como afirma Zygmunt Bauman, son las empresas transnacionales -y no el Estado- las que hoy deciden las políticas laborales y salariales de los países más pobres. Ya no es como antes cuando el Estado establecía las reglas del juego sobre las políticas de inversión. Esto significa, entre otras cosas, que para ser atractivo a las inversiones extranjeras, un país debe acomodarse a las exigencias de esas transnacionales, nos guste o no. En todo caso, cuando las condiciones sociales, laborales e impositivas del país donde operan afectan los costes de producción, las transnacionales optan por largarse a otros países, dejando una estela de desolación comunitaria y pobreza. Ahí comienza el calvario de los jóvenes en edad de trabajar; no necesitamos explicar el por qué.

Pero eso no es todo: cuando un gobierno de los denominados “socialistas” insiste en estorbar a la empresa privada por cuestiones ideológicas, en ese momento comienza el desbarajuste de la economía, porque entonces, a los desempleados de aquellas empresas que pusieron pies en polvorosa, o que fueron expropiadas, no les queda de otra que pasar a ser dependientes del Estado, recibiendo un pírrico salario a cambio de una supuesta protección social. Todo este discurso descansa sobre la falsa promesa de la igualdad de oportunidades para todos, que es lo mismo que decir, iguales, pero en pobreza material.

Bajo ese panorama poco promisorio, no queda más que enseñarles a los jóvenes que su futuro depende ahora de un empleo mal remunerado -tal como afirma Bauman en “Vidas desperdiciadas”-, de un negocio propio, o juntarse con venezolanos y cubanos en una caravana de migrantes en busca del sueño truncado.