Réquiem por la dama del huipil

Por: Elvia Elizabeth Gómez*

Siempre pensando cómo mantener a flote a su amado Museo de Antropología, San Pedro Sula en particular tiene una gran deuda con la dama de la trenza blanca y el huipil. Teresa Campos dedicó parte de su vida a crear un lugar donde los sampedranos pudieran conocer la riqueza arqueológica e histórica del Valle de Sula y pese al poco apoyo recibido por el Estado o la comuna sampedrana, salvo algunas excepciones, el museo sigue en pie, esperando la visita de los centros educativos, de la población sampedrana y los turistas, pues surgió con ese propósito, enriquecer la educación.

Tuve la oportunidad de compartir de cerca con Teresita y de entablar una linda relación que nos llevó a apoyar uno de sus proyectos. Puntualmente, el de poner a disposición nuevamente la biblioteca del museo. Con cero presupuesto y limitado personal, comenzamos con los estudiantes de la clase de Historia de Honduras a limpiar los libros y descubrir los tesoros que ese pequeño espacio posee. Acercamos a nuestros estudiantes a un lugar lleno de historia, en donde muchos de ellos manifestaron su interés por leer algunas de las obras que iban apareciendo en los estantes llenos de polvo. Cajas apiladas de libros donados en donde encontrábamos de todo, desde un libro de sociología o de cálculo hasta un cuento para colorear o un almanaque. Cada libro, revista o material dentro de esa biblioteca era un tesoro resguardado y conservado para las futuras generaciones, al menos ese fue el sentimiento que nos transmitió siempre Teresita. Cuando terminamos de limpiar y pintar la sala de lectura, su felicidad se manifestaba a flor de piel, era otro espacio, el espacio anhelado por ella para poder de nuevo abrir sus puertas. Pero el trabajo no terminaba ahí, había que clasificar y etiquetar cada uno de los libros para poder ubicarlos en los estantes y que, al momento de la búsqueda pudiesen ser encontrados con facilidad. La biblioteca está ahí, con sus tesoros guardados, en un letargo esperando volver a la vida de la mano de los centros educativos, una tarea pendiente de cumplir.

En una ciudad donde las actividades culturales apenas comienzan a dar sus primeros pasos se vuelve imprescindible impulsar iniciativas como las que en sus pláticas me hacía saber. En la última conversación que tuvimos, hablábamos del montaje de la sala etnográfica del museo, pensábamos en un recorrido narrado, en el que los visitantes al entrar a la sala pudiesen escuchar a través de un audio, la historia de cada grupo étnico de Honduras mientras observa las ilustraciones que se colocarían en las paredes.

Teresita siempre se preocupó por recopilar y mantener viva la historia del Valle de Sula. Así lo hacía ver cada vez que tuvimos la oportunidad de organizar recorridos para los estudiantes, que comenzaban con una charla en la cual impartía a la audiencia sus conocimientos, y aunque los temas antropológicos no sean algo que apasione a muchos, la forma en que ella hablaba lograba captar la atención del público. Siempre con una sonrisa, con un hablar claro, sin el uso de un vocabulario rebuscado, salvo conceptos que fuesen necesarios aplicar. Fue una de mis oradoras favoritas en los actos de graduación, pues su discurso se encaminó a sensibilizar a los jóvenes sobre su papel en la sociedad y quiero compartir parte de ese discurso: “Pasamos la vida corriendo, llegando o no llegando. Graduarse es un privilegio que no todos logran, que el éxito no se convierta en egoísmo y prepotencia, ayuden a quienes están en posiciones de desventaja. Mujeres, no doblen las manos a quienes les dicen te quedaste para vestir santos, el individualismo debilita nuestra consciencia social”.

Teresita se nos ha adelantado en el viaje que todos haremos, pero su huella y su legado permanecerán en la memoria de aquellos que tuvimos la suerte de conocerle, como mexicana orgullosa de sus raíces, la imagino en su camino al Mictlán donde le esperan sus ancestros. Este año el altar del Día de Muertos será en su memoria y nos visitará con su característica sonrisa, su larga trenza blanca y su huipil, que siempre portaba con tanto orgullo.

*Catedrática universitaria.