Julio Antonio Bueso
Filander Díaz Chávez fue mi maestro no en las aulas de la Universidad Autónoma de Honduras, pero de una manera más cercana, cuando en 1981 me permitió visitarlo en su casa en el barrio La Ronda. Era, para mí una figura inmensa, y aprecie y cuide con esmero el interés que ponía sobre mí como su discípulo. El primer libro que pude leer fue de la autoría compartida con su hermano; Luis Díaz Chávez, con quien también tuve la experiencia inolvidable de conversar en la temprana noche de un diez y seis de junio de 1979, en el parque central de Tegucigalpa. En una visita a la ciudad de México trate de contactarme con él, e incluso llegue a visitar su oficina en la Universidad Autónoma de México, donde era profesor de arquitectura; pero no lo pude encontrar. Luis Díaz Chávez fue también el primer hondureño en obtener el prestigioso premio en la rama de poesía, otorgado por la Casa de las Américas en La Habana, Cuba; cuando aún la revolución cubana estaba en ciernes y su supervivencia en duda. El libro que menciono es; “Hacia Una Dialéctica del Subdesarrollo.” Este es un libro complejo, escrito de una manera donde el conocimiento profundo de la lógica dialéctica es un requisito obligatorio, para poderlo entender. En diciembre de 1979 adquirí una copia de esa obra en una feria de libros en la parte baja del edificio que alberga el poder legislativo en Tegucigalpa. Solamente unas semanas antes de este evento había tenido la oportunidad de leer el libro de O. Yajot; “Qué es el Materialismo Dialéctico.” En las primeras páginas de la obra de los Díaz Chávez, no solo estaban contenidas las tesis fundamentales que dan forma a este documento, pero al mismo tiempo está la mención de la gesta de Francisco Morazán y su genio, y de paso que toda la obscuridad que ha dominado la historiografía hondureña tenía un aspecto no solo coherente y lógico, pero al mismo tiempo un pasado luminoso y vigente. Desde luego la lectura de un libro de tal complejidad no ofrecía una invitación a leerlo. Por el contrario, el libro desato críticas entre supuestos intelectuales que consideraban esta obra “pretenciosa y confusa.” Irónicamente, “Hacia una Dialéctica del Subdesarrollo”, es aun considerado como una de las pocas contribuciones de las Américas a la teoría marxista. De acuerdo a teóricos marxistas de ese tiempo y filósofos materialistas; este era el único libro fuera del contexto europeo que se podía considerar de manera seria como una contribución a la lógica dialéctica aplicada en un contexto social e histórico concreto. El uso sistemático de la correlación de causa y efecto no solo es la piedra angular de la lógica de Hegel, pero es el instrumento esencial para explicar las contradicciones basadas en la deformación de las relaciones económicas, y por ende el origen de la miseria y las terribles desigualdades sociales que dominan a toda América Latina. En lo personal, “Hacia una Dialéctica del Subdesarrollo” fue como abrir los ojos hacia otra realidad, que era paralela al drama social y económico de estas regiones, y al mismo tiempo una interpretación precisa y abrumadoramente lógica de la realidad histórica de estas naciones. Con el transcurso de los años leí la mayor parte de la obra de Filander Díaz Chávez, de ese período de los primeros años de la década de los ochentas. Aunque escribo ensayos, fue solamente en 1985, bajo la iniciativa de Roberto Quesada, quien no parecía padecer del defecto de la timidez, me hizo escribir un extenso ensayo sobre Morazán. Quesada lo pasó a máquina mecanográfica, y le dio una copia de mi trabajo a Filander Díaz Chávez para que lo analizara y eventualmente dar a conocer una opinión. Debo confesar que nunca me intimido con nada, pero la osadía de Quesada me intimido de manera inexorable. Mi primer pensamiento fue que el ingeniero Díaz Chávez iba desbaratar el ensayo, y que yo tenía que perpetuarme como lector, pero no como escritor. Mi sorpresa fue cuando al ver su revisión, las páginas del ensayo estaban completamente aprobadas por el gran maestro. Solamente hizo tres enmiendas. El quince de septiembre de 1985, Diario El Heraldo publicó el ensayo, cuyos pasajes fueron leídos por periodistas que cubrían los desfiles que se llevan a cabo en esa fecha. Después de mi partida de Honduras, mis padres me siguieron enviando los libros que Filander Díaz Chávez publicaba. Unos meses antes de estos eventos en septiembre de 1985; Quesada arregló una reunión en noviembre de 1984 con la persona más influyente en mi vida intelectual. Su nombre: Ramón Oquelí Garay, considerado por las élites pensantes más importantes y solidas de la América Central en las décadas finales del siglo veinte como el sucesor legítimo de José Del Valle. Como los centroamericanos no tenemos tradiciones intelectuales como las que existen en Europa como “La Lucasian Chair” en Cambridge en Inglaterra, lamentablemente no tenemos un decano que sea la cabeza de un honor similar para preservar la herencia intelectual de José Cecilio del Valle. Contrario a la severidad de Díaz Chávez; Oquelí utilizaba el análisis perspicaz y agudo que muchas veces hacia a su audiencia perder el significado de sus observaciones y comentarios. Como en el caso de Filander Díaz Chávez; mis padres me siguieron enviando los libros con los autógrafos de mi maestro y mentor; Ramón Oquelí. Quesada me decía que le dedicara a Oquelí mi libro; “El Subdesarrollo Hondureño.” Debido a la naturaleza del documento en termino de los derechos humanos decidí no hacerlo para no comprometer su seguridad personal. Sin embargo, en privado y a la distancia extraño a mis maestros y mentores, sus lecciones y sugerencias. En muchas formas un hombre nunca deja de ser un niño, y las sombras de los padres y los maestros siempre se extrañan con dulzura, y a veces con la terrible realidad de que ya no están. De esta circunstancia surge la confrontación con la soledad irremediablemente abrumadora e insuperable donde los recuerdos se convierten en el único bálsamo para encontrar un rescoldo en el consuelo.