Clave de SOL: Lectura comprensiva de los jóvenes

Por: Segisfredo Infante

Siempre reaparece la pregunta: ¿qué libro se le podría recomendar a un muchacho de tal o cuál edad? La respuesta nunca es fácil, en tanto que se trata de intuir el nivel cultural y académico en que se desenvuelve cada niño y cada adolescente; su nicho ecológico (rural o urbano) y la procedencia familiar. Luego hay que adivinar algo relacionado con los niveles intelectivos y pedagógicos de sus profesores. En tanto que cada día se escuchan quejas sobre las enormes cantidades de tareas que los docentes les asignan a los estudiantes a fin de que las resuelvan en sus casas. Es decir, que los padres de familia, con todos los problemas centrales y concomitantes de nuestras sociedades, le hagan espacio al difícil encargo de resolverles dichas tareas a sus hijos. Pues se olvida con frecuencia que hay cosas sencillas que se pueden enseñar en el aula de clases, incluyendo en esta perspectiva el engorroso submodelo de los teléfonos móviles vía Internet, mismo que ha sido criticado, desde hace varios años, en sociedades altamente desarrolladas e informatizadas como la de Corea del Sur, en varios lugares de Estados Unidos y más recientemente en Suecia, en donde los niños y preadolescentes han perdido su capacidad de lectura comprensiva, y la necesidad lúdica de recrearse.

No existe, pues, un vademécum exacto de lecturas juveniles. Podemos sugerir libros según nuestras experiencias particulares y según la observación que realicemos del nivel cultural aludido. Por un largo transitar sabemos que a los niños les causa buena impresión “El Principito” de Antoine de Saint-Exupéry. En el discurrir de mi vida he obsequiado varios ejemplares a niños y jóvenes, en tanto que es un libro bellísimo que inclusive logra fascinar a los adultos que poseen sensibilidad en ligamen con un buen nivel de recepción intelectiva. A aquellos que han perdido su capacidad de soñar, “El Principito” podría resultarles un libro cursi o sin sentido.

La segunda sugerencia que viene a mi memoria, según el trayecto personal del cual estamos hablando, son las versiones juveniles o condensadas del “Quijote de la Mancha”. También he obsequiado varias ediciones a muchachos y adultos de ambos sexos y de diversas edades, pues el “Quijote” es un libro que hace reír, soñar, reflexionar y paladear el más sabroso castellano que se usaba a comienzos del siglo diecisiete. Hace pocos días le confesé al profesor y viejo amigo Mario Membreño González, que me disgustan aquellas versiones del “Quijote” que utilizan el español actual, en donde se deforma el contenido profundo, la ironía y el lenguaje de Miguel de Cervantes. Creo que en esto (y en otras cosas más) coincidimos con el profesor Membreño, formador de generaciones de estudiantes en la vieja Escuela Superior del Profesorado.

En el intenso sendero de lector persistente (y a veces olvidadizo) recuerdo otros textos que he intentado aproximarles a los jóvenes. Es insoslayable mencionar “Alicia en el país de las maravillas” de Lewis Carroll. Pero quizás los libros narrativos, en lengua inglesa, que estuvieron más pegados a mi corazón en tiempos de adolescencia, fueron los de Mark Twain, es decir, las “Aventuras de Huckleberry Finn” y de su inseparable amigo Tom Sawyer: “la cabeza más equilibrada del mundo”, según una expresión del mismo autor estadounidense. Hoy en día pienso que estos textos narrativos específicos deben ser leídos y disfrutados bajo la veeduría de adultos responsables.

Para lectores con exigencias intelectuales de mayor nivel, los libros sugeridos podrían integrar listados diferentes, siempre dentro de un espectro pluralista. Nunca he olvidado a los amigos que me han solicitado un listado de libros con el objeto de adquirirlos y leerlos gradualmente. Uno de tales lectores fue el joven Enrique Cardona Chapas, aunque sospecho que la juventud se le ha escapado de las manos. Ignoro si acaso el poeta y articulista Chapas, logró adquirir y leer todos los libros sugeridos. En todo caso me consta que es un lector compulsivo, como pocos.

A otros amigos, colegas y conocidos les he recomendado que lean a los filósofos preplatónicos, es decir, al mismo Platón, al señor Aristóteles, a Confucio, “San Agustín”, Severino Boecio, Maimónides, Nicolás de Cusa, Renato Descartes, Gottfried Leibniz, Immanuel Kant, Guillermo Hegel, Ortega y Gasset, Ludwig Wittgenstein, Xavier Zubiri, María Zambrano y Hannah Arendt. Pero a fin de que las lecturas sean lejanamente completas, también he sugerido textos de José del Valle, Karl Marx y John M. Keynes.

En Suecia han detectado que los niños y preadolescentes han caído en su nivel académico por causa de la ausencia de lecturas de libros concretos. Si tal fenómeno ha ocurrido en países desarrollados, ¿qué cosa podríamos decir de nuestra querida, pobre, triste y atrasada Honduras? Las respuestas podrían ser múltiples. Pero una de ellas es que, exceptuando el departamento de Lempira, las bibliotecas escolares son inexistentes.