Por: Tomás Monge*
Había una vez, un país en donde los políticos de todos los partidos habían llevado las arcas del Estado hasta la lipidia y la desolación. Habían utilizado los puestos de poder para desviar los fondos públicos hacia sus cuentas privadas, algunos logrando mudarse de barrios populosos a exclusivas residenciales, dejando el transporte público y la ropa usada, para conducirse en lujosas camionetas y vestir prendas muy caras; explotando los presupuestos en todas las instituciones gubernamentales para pagar salarios a activistas y pedir coimas, en lugar de utilizarlos para desarrollar proyectos y resolver problemáticas urgentes.
Un día, cuando las esperanzas del pueblo eran ya casi inexistentes, algo curioso ocurrió. Entre todas las propuestas infructuosas de dinosaurios decrépitos e hijos de expresidentes; surgió un candidato joven, completamente desconocido, sin familiares políticos, hijo de dos ciudadanos comunes -pero honrados y trabajadores-, con mucha preparación académica y con muchos años de trabajo honesto en su carrera, pero sin dinero para una campaña, y sin prometer “enchambar” a nadie a cambio de activismo.
Sorprendentemente, el pueblo, ya cansado de votar –inútilmente- con el estómago, esa vez decidió hacerlo con el cerebro y con la conciencia; por lo que puso de lado sus infantiles ideologías, así como sus ilógicas “ambiciones” y NO votó por aquellos que con sus fotografías “blanqueadas” y cancioncitas absurdas llevaban más de cien años ofreciéndoles promesas vacías de “enchambarlos” o de proveerles servicios “gratis” y regalarles bolsitas con baratijas.
Fue así que, uno a uno, asistieron a las urnas, a votar por este misterioso extraño, que muy categóricamente decía que no prometía “aumentos”, como todos; sino recortes y reducciones de todo lo innecesario que había en el gobierno, para retener solamente al personal más valioso, llevar a cabo una reingeniería de puestos y establecer prioridades para su mandato.
De este modo, al ser presidente, ordenó eliminar una tercera parte de las instituciones gubernamentales, recortó una gran parte del personal en las instituciones que quedaban, redujo el número de diputados, su sueldo; y eliminó los presupuestos otorgados irresponsablemente a cada uno de ellos. Se vendieron todas las camionetas de lujo, y se cambiaron por un par de automóviles compactos y económicos, para quienes necesitaran desplazarse en la ciudad. Los ministros y personal directivo pasaron a usar sus propios vehículos, como cualquier ejecutivo de una empresa privada.
En la Secretaría de Educación, mandó a todos los “Asistentes Técnicos” de regreso a las aulas; ahorrándole varias decenas de millones de lempiras mensuales al Estado, y devolviéndole una gran cantidad de docentes a los niños. Fue impresionante ver cuántos profes -gracias a compadrazgos con dirigentes corruptos- estaban cómodos en una oficina con aire acondicionado y grandes sueldos de ministros, sin hacer nada por la educación del país.
De igual forma, ordenó la creación de un único colegio magisterial; ya que era absurdo que existieran más de siete y que entre todas sus juntas directivas hubieran al menos cien docentes huyendo de su trabajo en las aulas, aprovechándose de licencias con goce de sueldo y de jugosas prebendas, solo para pasarla “al suave” en una oficina, manejando el poder y las influencias a su antojo. El presidente ordenó que la junta directiva de dicho colegio magisterial no tuviera salarios extra, ni vehículos, ni pago de líneas de celular, ni tarjetas de crédito, ni viáticos, ni ningún otro lujo o privilegio. Se trabajaría en la Junta con su salario regular de docentes, y el gobierno auditaría trimestralmente las finanzas de la institución.
Asimismo, eliminó la figura de los regidores y de los jefes de RRHH en las alcaldías, y decretó la no contratación de personal en su período de gobierno. Luego, despidió a todos aquellos empleados sin preparación académica ni experiencia para su puesto, ordenó que cada alcaldía tuviera al menos cinco ingenieros con más de quince años de experiencia y con maestría en administración de proyectos, para liderar una división de desarrollo en cada municipio; dándoles un plazo de treinta días para conformar su equipo de colaboradores, y presentar por escrito la descripción de los proyectos que urgían para ese primer año. De febrero a mayo, se lograron construir miles de sistemas de cosecha de agua lluvia en zonas de cultivo y hogares; con lo que se redujo el número de inundaciones, y se captó suficiente agua para utilizar en riegos y labores de limpieza en la temporada más seca, hasta abril del año próximo.
En general, el país no se convirtió “mágicamente” en Suiza, pero en el primer año se eliminaron privilegios, se recortó la carga salarial, hubo reordenamiento del gasto, mayor adhesión a políticas de transparencia y rendición de cuentas; y se trabajó en una clara campaña de comunicación pública, para informar muy bien al pueblo de la necesidad y los beneficios de estos cambios. En pocas palabras: ¡hubo orden! Y desde el orden siempre hay más claridad para mejorar, desarrollarse y progresar.
*Consultor Educativo y Catedrático UPNFM