Las raíces de la Atlántida. Acercamiento a la poética de Tulio Galeas. (1/2)

Miyer Pineda[1]

Resumen
Se trata de dar un testimonio sobre el impacto que produce la obra del hondureño Tulio Galeas, poeta destacado en el grupo La voz convocada y cuyo estilo evidencia la profundidad de los registros poéticos que se dieron a lo largo de las últimas seis décadas en el país centroamericano. Se abordan los libros Cambio de Alas (2010) y Las Razones y otros poemas (2020) desde una perspectiva hermenéutica, de manera que se pueda rastrear una simbólica que permita habitar la obra de uno de los poetas más impactantes e importantes de América Latina.

Palabras clave
Hermenéutica, La voz convocada, metáfora como enigma, razones y saudade

El poeta Tulio Galeas y Francés Simán. Presentación del libro Habitaciones de la Memoria. Antología de Tulio Galeas. 25 de marzo 2023. Tegucigalpa.

Imagino que cuando los libros de Tulio Galeas (1942) cruzaron el espacio aéreo tembló en todo el territorio nacional; es probable que peces, tiburones, galeones y ballenas hayan sentido la presencia de los poemas del poeta hondureño; luego las aves de las cordilleras y las plantas, desde la planicie caribeña, hasta los bosques y páramos que, por primera vez, sentían esa presencia poderosa. El problema es que ahora me sentaré en el bar de siempre en la mesa de siempre a leer estos versos esperando un cambio de alas, buscando el umbral para arribar a la Atlántida, a la raíz de La Ceiba y conversar con los fantasmas del poeta. El problema es que la lectura será imán para ladrones de libros, mendigos y mujeres sombrías cuya raíz es el misterio. Rodearán este bar de mala muerte, que, ahora, gracias a las palabras del poeta, se ha vuelto un bar de buena muerte, y la muerte lo sabe, esa muerte adicta a la poesía, drogadicta perversa, coleccionista de poemas e imágenes que se inyecta con jeringas hasta el nervio de la columna vertebral de la desolación, en la que andan estos reinos que habitamos; esa muerte yonqui que se pasea aterrada por los países de América Latina, ese continente repartido entre sátrapas, mercenarios y traidores.

Leemos los poemas de Galeas desde un rincón del bar como quien echa un pulso con la muerte, o como si estuviéramos en un décimo piso haciendo un pacto con el demonio. Las plumas que nos quedan, que dejamos en el aire luego de la mutación, luego del canje endemoniado de ser niños tristes mirando las vitrinas, se erizan, sienten el temblor, el vértigo del vuelo. Prepárense lectores porque vamos a entrar a la Atlántida para comprender la sensación del poeta al introducir la mano en un ataúd vacío, al apretar el gatillo de un Smith & Wesson en la sien de la tarde, en la nuca del Ángel que nos enseñó a jugar a la ruleta rusa; ese Ángel loco que cargaba un puñal entre las palabras y que se hacía heridas para que las cicatrices fueran tatuajes clandestinos, alfabetos adheridos al tacto de los iniciados, esos poetas menores, pobres y borrachos, inclinados ante el rock de la catástrofe que se avecina, porque “No serán los mansos quienes heredarán la tierra” (Galeas , 2010, p. 8).

Es Roberto Sosa quien da la bienvenida en el libro Cambio de Alas (2010); un prólogo sucinto como debieran serlo todos cuando se trata de libros de poemas; así el lector aprenderá a inmiscuirse en sus asuntos mientras lee esos versos que brillan en la oscuridad. El poeta Roberto Sosa, sin piedad, nos arroja al enigma; quien no sepa quién es Tulio Galeas supondrá conspiraciones para defender lo humano, o conflictos desde el territorio de la belleza para defender la poesía, la única tierra, la única patria del hombre, mientras la palabra se entreteje desde la complicidad, comprendiendo que se debe escribir como quien asalta un banco.

Desde el prólogo, ya son dos los poetas hondureños confesándole al mundo que en Honduras está el pozo donde han bebido todos y la noche, porque Honduras es uno de los umbrales que deben cruzarse para conocer al monstruo, porque debajo de esa tierra y sus cementerios, está la Atlántida dormitando para que la poesía aflore y reverdezca ante los ojos de los perros ciegos que esperamos, dignos, a que todo mejore, a pesar de la ralea que ha gobernado las haciendas-países de América Latina.

La primera parte del libro, Cambio de Alas, comienza con el poema Poeta menor, poniendo de una vez las cartas sobre la mesa, poniendo en jaque de una vez al oponente, al contrincante que es el poeta mismo, demostrándose el tono que es capaz de mantener, y que se dio a conocer de manera contundente, con Las razones (2020), en 1969, una plaquette de 15 poemas poderosos:

POETA MENOR
Soy la pequeña puerta, el desvarío
del invierno,
una cifra escondida
en el vientre infinito de los números,
el que escuchó la ingrata alegoría
del ruiseñor de Borges,
el que no tiene voz sino vacío,
el alimento oscuro del olvido,
el que esconde sus sueños
ante el acoso de la medianía,
el que sabe que el tiempo que le queda
es limitado y simple
y no le importa
entregar sus silencios a la hoguera.

(Galeas , 2010, p. 1)

Es voraz la atmósfera que se esparce en la poesía de Galeas. El diálogo sostenido con los grandes poetas de nuestro continente, abraza el encuentro con su palabra, porque parte de la resignación, del roce de la serenidad conseguida a punta de martillar el lenguaje hasta dejar el verso subyugante, aliviando la sed en el desierto que ha sido este deambular de pasarela que se ha tomado la poesía. “Soy la imagen cansada del silencio” (p. 3) agrega el poeta, enrostrando el necesario cambio de alas a estas alturas de la civilización: “El diablo, como siempre/ me prometió otras alas/ con una condición: debo pagarlas/ lanzándome al vacío/ desde un décimo piso” (2010, p. 3). Las alas se han gastado existiendo, se han cedido al mejor postor en los callejones miserables de la vida, en los puertos utilizados por piratas como refugios alejados de la racionalidad estéril; por eso al final ya no hay piedad cuando es necesario apretar el gatillo (p. 4).

El poeta Galeas es hijo del silencio, por eso las sentencias son mordaces, cotidianas, furibundas: “A veces las palabras/ lastiman a la música” (p. 5); la poesía sufre en esos casos, se oculta lejos de la voluntad tiránica del acechante que no se inclina ante la posibilidad de no decir nada, del preferible callar ante la alternativa de maltratar la música convertida en respiración del espíritu. La poética delineada en el cauce del libro, propone perderse para propiciar el reencuentro con el hombre; extraviarse en la soledad mientras se navega en el laberinto del lenguaje. El poema al final será amuleto para el recorrido a través de los pueblos habitados por el sol; será el territorio revitalizado por la luz extinta, mantenida entre las manos y los ojos del poeta, para la posteridad.

En los poemas las piedras se levantan y hablan en su lenguaje doloroso. A medida que se avanza en la lectura se comprende que al fondo de esta poesía habita el mito, se siente entre las líneas su latido, su transcurrir de río bravío, de ave milenaria resguardando a sus criaturas.

Ha asumido su destino Tulio Galeas porque sabe que “la luz perece” (p. 7); enseña a los desamparados lectores que la boca del poeta habla porque las demás bocas han callado (p. 9); entonces hace que la hierba reverdezca en sus palabras, que las piedras canten, que “la tarde estire su camisa/ sobre el puerto” (p. 10). Enseña a cultivar la tierra como quien escribe. Al margen de la posteridad y su espectáculo, interroga por los vasos comunicantes de la poesía, a lo largo y ancho del planeta o de la historia de un continente en llamas; conversa sobre la importancia de comprender el lenguaje como “un jardín construido para ciegos” (p.12), de aceptar “la risa nerviosa del suicida” (p.13) en un reino de violencia desbocada. Después, en medio del silencio, el poeta se interroga por el mito:

LA CREACIÓN
Quien inventó los pájaros
debió quedarse allí,
dejarles su piedad en las alas
y el azul dibujado en sus gargantas.
No era necesario
golpear tanto el silencio,
picar la roca de los días,
insistir en ensayos
o en moldear travesuras con el barro.
La imprudencia aceleró sus límites
y desbordó su esencia.
Decidió continuar
hasta el cansancio:
su mente fatigada
encontró al hombre.

(Galeas , 2010, p. 14)

Si la oscuridad está de pie, quizás el tiempo se ha quedado anclado en el pasado, y la Tierra es una simple caja en la basura. En el poema una cosmogonía, la latencia del mito en el sótano de los versos, y, por consiguiente, una hipótesis sobre el horror, sobre las implicaciones del viaje de “todos los funerales en la sangre (p. 15). A veces las palabras ya no pueden, ya no dicen, ya no calan; o son el cauce para que llegue el llanto y lo refresque todo; esa inmensa soledad que nos habita, esa legión de fantasmas que se llevan lo que somos, como hormigas dementes, obsesionadas con llevarse lo que queda de nosotros a un nuevo universo, a otro tiempo en el pasado.

El poeta bordea la lejanía: “Buscando la palabra/ hallé el silencio./ Callar es mi destino” (p. 19); de tanto caminar en busca de las alas para el vuelo, comenzó a deambular con los fantasmas, hasta vislumbrar sus huellas en el desierto y en el llanto.

Pesan las lágrimas en la lectura de Cambio de Alas; se recuperan cristalinas porque escribir poesía cumple a veces una función similar. Se compone una sinfonía cercana al silencio hasta que el vientre se contrae como si la belleza se moviera en su interior; luego la imagen golpea: “La soledad es un aeropuerto/ donde nadie te espera// El llanto asoma/ como un pasajero inoportuno” (p. 20); el milagro sucede; el espíritu se permite respirar; el cuerpo se libera; ahora puede sostenerle la mirada al cielo; la nostalgia es una cicatriz para los que sienten en silencio el nervio de la pérdida:

LA OTRA LUNA
La luna se aleja de la tierra cada día
como una enamorada que resiste
todas las embestidas
y cierra poco a poco su ventana.

Un día su figura
de fábula dorada
será un recuerdo incierto,
pájaro de otras nubes,
vaivén para otros mares.

Me invade la nostalgia
de los ojos futuros
que al no encontrar su nombre
en la agenda del cielo
escarbarán la tierra
buscando nuestros ojos
para poder mirarla.

(Galeas , 2010, p. 21)

Pero el poema es sobre la posteridad; Bradbury lee el poema emocionado; pero también los lectores de poesía entrenados en las artes de la muerte y de la pérdida. En el futuro, la luna será colonizada por multinacionales, para que desde el planeta (si hay planeta) veamos su publicidad en el fulgor del plenilunio. Literatura y poesía, se anuncia con bombos y platillos, serán escritas por formas de la inteligencia artificial (IA). El espíritu será reemplazado por una IA. Sin embargo, esto no será total; algún humano se agotará de leer la nostalgia, el llanto y el asombro perfectos, impostados por formas más volubles y enquistadas que la máquina, y, a pesar de la ceguera impuesta por las postiranías, el subversivo/hereje/terrorista de entonces, buscará los poemas de Tulio Galeas, y sentirá algo similar a nuestro estremecimiento, esa sensación parecida a esta carga de nostalgia, heredada al vaivén de la llama que se consume como si fuera un ser humano; o, a lo mejor, esta IA tome el acento latino, y, en hologramas, nos lea estos versos como son, y el cyborg que camina acompañando la soledad humana, cite a los poetas de este desierto que solo sabe esparcirse por los sueños y el pasado, vislumbrando un futuro complicado, diferente, poéticamente sospechoso y arruinado, es decir, ¿perfecto?

Se trata de Galeas, de la convicción sobre el poder de la palabra silenciosa lamentándose por los sucesos del mundo, a merced de una especie miserable: “Al final/ cuando el hombre/ huya de este planeta/ con las manos manchadas por su crimen” (p. 23), será redimido nada más por el misterio que contiene lo que sentimos que es la poesía, ese virus contagiado por humanos que “vuelve triste todo lo que toca” (p. 23).

El poema “El muro” sintetiza este proceso; el poeta levanta un muro como quien construye un imperio contra viento y marea. Allí está todo, sangre, uñas, huellas y caminos; pero el muro no funciona; sin embargo, el poeta pone su pecho ya cargado de experiencia, y con los restos caídos, levanta un nuevo muro:

Bajo la piel se esconde,
nadie sabe su origen o su aspecto,
la validez de su ironía,
el humor que destila como un arma,
la dulzura inaudita de sus garras,
la cantidad de noche
que camina conmigo

(pp. 24 y 25)

El lector piensa en Sorba, el griego, en un ladrón de bicicletas, en un fabricante de estrellas, o en alguno de esos personajes de Onetti, de Ribeyro, de Capote en sus cuentos: “la cantidad de noche que camina conmigo”; esa mutación dispuesta bajo los párpados, haciendo pensar en la raíz del ser, el nuevo muro levantado en los escombros, el nuevo camino que se abre, “Ahora es cuando empiezo” (p. 26).

Tulio Galeas lleva años conversando con la muerte, de poesía, cicatrices y virtud; hacen negocios, juegan al ajedrez, se leen las cartas, descifran nubes, se ocultan en horóscopos, se contagian su vitalidad y su tristeza. La muerte dice que lo deja tranquilo porque lo encuentra rebosante de vida. Todos sabemos que el poeta posee el síndrome de Sheherezade: “Viendo los epitafios/ he perdido las ganas de morirme” (p. 28)… y la muerte engatusada, embelesada, pone otras fechas tentativas en su libreta, mientras repite esos versos como si también presentara un informe de rendición de cuentas: “Fui siempre como un ciego/ que regaló a la noche su fortuna” (p. 30).

Patria letra por letra
En la segunda estación de Cambio de Alas, se habla de otra de las formas del dolor; el primer poema es escrito con lo que por aquí llamamos dolor de patria, una de esas expresiones que son nervio, síntesis de lo que sentimos los habitantes de Latinoamérica, ese país extraviado en un sueño de los padres fundadores, quienes quizás, en sus pesadillas, intuyeron el desastre:

Solitaria, parece el lamento extraviado
de un planeta remoto, de un planeta
amasado con el odio y el fuego
de todos los infiernos presentidos,
de un planeta maldito que nos hizo
semejantes al hombre y a la tierra

(Galeas , 2010, p. 31)

Sólo los cercanos a la orilla de la extenuación provocada por las injusticias en el cuerpo de tantas víctimas o de tantas “sobras humanas”, pueden vislumbrar el problema de escribir sobre el país. Nada de “mi patria es el mundo”, a menos que sea en el sentido en el que se siente el sufrimiento humano al estilo de John Donne, escuchando el tañido de las campanas. El poeta Tulio Galeas, se refiere al pedazo de jaula en el que se nos tatúa eso que llaman nacimiento entre fronteras. Los poemas oscilan entre Salvador Espriu y su “Ensayo de Cántico en el Templo” (Pacheco, 1986, p. 258) y el poema, “Alta traición” de José Emilio Pacheco (1986, p. 72)[2]. Aquí el problema es el peso socrático del negarse a abandonar la polis; de ese compromiso con la raíz que se extingue a merced de la barbarie; el problema es Bruce Wayne ante al amor que lo cuestiona por los sacrificios que ha hecho por Gotham: la honra, la vida de sus padres, su fortuna, el mismo amor, y aun así, después de haberlo dado todo –le falta la vida-, persiste en defender lo indefendible, una patria triste, incrédula, “asustada como una gota de agua perdida en un incendio” (p. 31).

Golpean los poemas del segundo acápite; habitamos un país que es “muladar de sueños”, “una mancha”; “Nadie puede tocarlo sin herirse”, su nombre es escrito con “la tinta de todos los suicidios” (p. 32). En un tiempo detenido en el que los huesos de los desaparecidos “son palabras que no duermen” (p. 35)[3], sólo los niños, “cicatrices en las manos de Dios”, podrán reivindicarlo a pedradas en las calles; ya había vaticinado Galeas, a las niñas y a los niños sin ojos de la Primera Línea[4].

A estas alturas, el lector advierte que el poeta escribe desde las cicatrices, desde el maltrato y desde el llanto envuelto en un niño hecho un ovillo cuyo centro es un pie roto, la sangre en las heridas, unas manos aliviando el dolor, besadas en agradecimiento con ternura. ¿Qué dar para poder preguntar al poeta por ese poema doloroso, sobre un niño que no aprendió a leer? ¿Hablará de su infancia? ¿Será autobiográfico? ¿Escribía sobre nosotros sin saberlo? ¿Nuestra niñez es un sueño de Tulio Galeas? ¿Frances Simán supo verlo y encontró el vaso comunicante con el origen?

Es experto el poeta en destejer el hermetismo que sostiene la nostalgia, la saudade; el lector, en el siguiente puerto del libro, comprenderá que hay más niveles en los que tendrá que conversar consigo mismo sobre los senderos de la tristeza y la serenidad que da su asombro.

Devoción y leyenda
En este puerto, el lector comienza con una carta a la madre. La escritura de los versos, pausada, lenta, cautelosa, depurada. Se ha consolidado una poética rigurosa hasta pulir el sentido del ser ante el tiempo y su paciencia a la hora del despojo:

Han pasado los años y tu muerte
cada día es más firme. Se levanta
la niebla entre los dos. Amontonan recuerdos
las palabras.

Las acacias levantan su frente en mi ventana
atisbando tu luz.

Esperando tocarte por azar o atraído
por ese amor que ni la muerte
pudo romper, he dejado mi sueño a la deriva.

Sentado en el brocal del pozo
te espero con todas mis velas encendidas.
Y no sé si ilumino tu regreso o preparo el camino
donde un día tendré que ir a buscarte.

(Galeas , 2010, p. 39)

El poema converso con Quasimodo y su Mater Dulcissima (Quasimodo, 1959, p. 305) o con los poemas de los poetas colombianos del grupo Si mañana despierto. Nuevamente la pérdida guiando la escritura y las palabras resanando, permitiendo que en su ilación se pose la belleza, como uno de esos ángeles que pregonan un cambio de alas, para, a lo mejor, emprender el vuelo y sentir desde lo alto, la inmensidad de lo fugaz. (Continuará)