Por: Marcio Enrique Sierra Mejía
Los dirigentes políticos que forman parte de la sociedad política hondureña, deben considerar a la elite marera como un estrato social, con una “cultura de resistencia” altamente violenta y conflictiva integrada en la estructura del crimen organizado en Honduras.
Aunque se trate de un grupo social de reciente participación histórica en las actividades del tráfico ilícito de drogas, tienen una historia de dominio, coacción y desarrollo empresarial que les hace tener ganado el reconocimiento en el Triángulo Norte y otras partes del mundo, como una “elite delincuencial” poderosa. Es un estrato social, cuya “cultura empresarial delictiva”, es altamente, agresiva e irreverente ante el Estado de derecho y los mismos derechos humanos, desarrollando con mucha eficiencia un enfoque organizacional en sus emprendimientos empresariales ilegales o legales actualmente. Al punto, que en el presente cuentan con una estructura de carácter militar para resistir acciones represivas del gobierno o de pandillas enemigas.
Justamente, son las políticas inapropiadas, ineficientes y de complicidad administrativa corrupta desarrolladas en los centros penitenciarios, las que objetivamente afectan al estrato social marero, causando el “estado fallido” en los penales. Adicionalmente, aplican políticas represivas y no de reeducación y disciplina en los niveles que se pueda, lo que tiende a recrudecer la actividad de este sector con acciones negativas en la calle, las cuales se han agudizado en este tiempo de gobernanza socialista.
Se ha permitido que se organice dentro de los mismos penales, una estructura de carácter militar y empresarial, la cual, contribuye a desarrollar eficientemente, la operatividad no solo del narcotráfico, también del delito organizado y de otras actividades como la extorsión contra vecinos y comerciantes. Todo esto ha hecho que se vuelvan grupos con organización más compleja, eficaz y violenta. Su identidad criminal hoy día está más afianzada. El narcomenudeo es una de sus más claras actividades. Actualmente, estas organizaciones, se encuentran un tanto escondidas y como toda organización delictuosa, no reflejan su verdadera estructura y dimensión.
Al producirse el desplome de las cabezas de las familias narcotraficantes y de los narcotraficantes independientes en Honduras, y ser extraditados, la elite marera gana un espacio oportuno con los carteles mexicanos, precisamente ahora que estos carteles mexicanos, van con todo para convertir el istmo como base de su accionar, más allá del solo hecho de tenerlo como canal de tránsito. La elite marera hondureña, según lo indica el estudio del Instituto Español de Estudios Estratégicos sobre crimen organizado y maras en Centroamérica, hacen los “trabajos sucios” de los cárteles a cambio de que estos les ayude a penetrar el “narcomenudeo” (venta de drogas al por menor) y a comercializar mercancías ilegales como coches de alta gama robados”.
Asimismo, plantean que, “a diferencia de los cárteles mexicanos, las maras se organizan con una jerarquía más horizontal y menos definida, que tienen un objetivo más “identitario” y menos económico y que están formadas principalmente por jóvenes que proceden de familias desestructuradas.
En fin, dado ese panorama social, se hace necesarios aplicar una estrategia integral de atención de maras que tome en consideración un abordaje preventivo, educativo y de apertura de oportunidades hacia las nuevas generaciones y represivo con medidas de castigo simultáneamente según los delitos cometidos, enfatizando en condiciones de desarrollo, convivencia y compromiso ciudadano ante el propio desarrollo.