Palabras sobre Montaner

Juan Ramón Martínez

Acaba de morir en Madrid, Carlos Alberto Montaner. Había cumplido 80 años en abril pasado, de los que, más de 60, los dedicó a luchar por la libertad y la democracia. Desde 1960, muy joven todavía, descubrió el carácter totalitario de la Revolución cubana acaudillada por Fidel Castro. Con la misma intuición de Hannah Arendt, supo que en Castro había un caudillo totalitario que ahogaría todas las libertades de su patria y comprometería severamente los procesos de cambio democrático del continente. Con el enorme talento que tenía, Montaner advirtió que el marxismo era un camino equivocado, que la dictadura -aunque disfrazada por ideologías dulzonas- era un peligro para la vida humana; y que la revolución era, un acto mesiánico destructivo, donde bajo fuego, perecían todas las libertades. Fue durante todos esos años, un predicador de la libertad, como máxima expresión de la vida humana y de la democracia como el único espacio para su ejercicio. Y al final de su vida, tuvo la lucidez para darse cuenta, en qué momento exacto murió la Revolución cubana, cuando ni siquiera Fidel Castro se hubo dado cuenta que era un cadáver artificialmente sostenido por la caridad de Hugo Chávez; y por los últimos auxilios prestados por el Foro de Sao Pablo.

Desde muy joven, todavía no había cumplido los 18 años, se implicó en la oposición a la deriva autoritaria de la Revolución cubana, en la que inicialmente y de manera fugaz, vio una señal esperanzadora. Capturado por el sistema de seguridad revolucionario, padeció cárcel y soledad en una prisión, de la cual se fugó para asilarse en la embajada de Honduras en La Habana. Era nuestro embajador, Francisco Alemán, fallecido hace algunos años. De aquí salió para radicarse en Miami. Nunca le pregunté si había llegado a Honduras y que, desde aquí se fue para Estados Unidos. Es posible que esa haya sido la ruta. Le conocí, por sus artículos, que se publicaron en LA TRIBUNA, en nuestra página editorial. Después, un par de veces coincidimos en Miami y en Madrid. Era, inteligente, conversador, hábil en el manejo de las palabras; y muy generoso en metáforas atrevidas que salpicaban sus juicios extraordinarios. Tenía las cosas muy claras y evidentemente su conciencia de pensador latinoamericano, anclado en cuatro pilares: Cuba, España, Estados Unidos y América Latina. Y por su habilidad para escribir y para dialogar, se abrió paso para convertirse en un referente extraordinario de la defensa de la libertad, en una cultura que por razones que muchos no entendemos, está dispuesta a entrar en el mercado de las inmoralidades para intercambiar libertad por seguridad. Y franco como era, tuvo la lucidez para entender las estupideces de los latinoamericanos y destruir el edificio de las idioteces que nos han paralizado, lo que plasmó – junto con Álvaro Vargas Llosa y Plinio Apuleyo Mendoza- en el clásico “Manuel del Perfecto Idiota Latinoamericano”. Evidencia que Carlos Alberto Montaner, evitó el riesgo de hacerse europeo, aunque era un incorregible miembro del talento español, sobre el cual se fundó la cultura cubana, que se ha paseado por el continente, dando talento y haciendo pedagogía civilizadora. De la mano de Martí, Carpentier, Novas Calvo, Vaquero, Marrero, Ortiz, Quintana, Mañach, y Cabrera Infante, hizo magisterio en el continente. Y en Honduras, dejando el aliento de su palabra y sus esperanzas en una sociedad, resistente como la nuestra, a la esperanza y al sueño posible por construir una democracia sólida entre nosotros.

Y a eso consagró su vida. Fue columnista de muchos periódicos del mundo. Sobrio, preciso y hábil en el manejo del lenguaje, nos dio cátedras a los más nuevos en el oficio del compromiso con la libertad de expresión, la defensa de la democracia y la lucha en contra de las dictaduras. Al principio su anticastrismo, me parecía exagerado, casi neurótico. Después del caso Padilla en los setenta, lo entendí mejor. Y supe que, era necesario aceptar que la revolución no era el único camino, porque casi siempre termina en el relevo de un dictador por otro. Años antes, había recibido en Tegucigalpa a Huber Matos, recién excarcelado por Castro; y, este me refirió sus desacuerdos con Fidel. Emocionalmente, rompí mis ingenuas visiones y pude comprender mejor a Montaner. Ahora que, voluntariamente pone fin a su vida, lo entiendo mejor. Y, lo respeto más.