Rafael Delgado Elvir
El cambio climático se ensaña contra todo el planeta. Aunque algunos no establezcan esa relación al ver las noticias alarmantes de otras latitudes, es importante recordarles que eso que sucede en otras partes del mundo sobre este asunto, se presenta también en nuestro país. Indudablemente que hay diferencias y una de ellas es que lamentablemente las consecuencias para nuestra región implican mayores trastornos, precisamente para los sectores más desfavorecidos económicamente que ya han llegado al límite de su capacidad de adaptación y sucumben cada vez más en la pobreza. Ya poco o nada se puede hacer en algunas regiones de Honduras para adaptarse a los efectos, al menos con los recursos y capacidades existentes, por ejemplo contra el aumento severo de las temperaturas y de los cambios drásticos en los regímenes de lluvia y sequía.
Recientemente tuve la oportunidad de ver de cerca otra de las manifestaciones de la crisis ambiental. La vi y la escuché en Tela Marine, el acuario ubicado en el Puerto de Tela que se dedica a educar a los hondureños y extranjeros sobre el significado de los arrecifes coralines para la humanidad. Este creciente deterioro se atribuye, según los expertos, a varios factores entre ellos el aumento en las temperaturas del agua y además a las agresiones que día a día se producen al mar y a todos los seres vivos existentes allí por la actividad humana de las poblaciones costeras y de los ríos que desembocan en el mar. Desde las aguas contaminadas de las ciudades, pasando por la basura sólida de todo tipo que flota libremente en los ríos, hasta el uso irresponsable de agroquímicos en la agricultura que caen directamente al mar, estas situaciones suman y se multiplican en una explosiva ecuación que agrede y destruye.
El acuario teleño en sus advertencias y lecciones ilustra sobre esas agresiones al océano que se produce en la bahía de Tela. Pero dentro de ese contexto amenazador para la vida marina aparece una pequeña esperanza. Por razones que le toca investigar, así como confirmar a la comunidad científica y académica, el arrecife coralino de Tela presenta condiciones muy buenas comparadas a los demás de la región de Mesoamérica. Según los investigadores 70% de la cobertura del arrecife coralino de Tela sigue aún sana, muy por arriba de los niveles de otros sitios en la región cuya precaria situación avanza amenazando con exterminarlos; la densidad y variedad que presentan las colonias de los arrecifes coralinos tecleños también asombra ya que son altas en comparación con los demás, demostrando así su fortaleza inexplicable. Claramente que la situación que se presenta en Tela desafía a la ciencia que debe ahondar no solamente sobre su condición, sino sobre los factores positivos que aún han logrado más que compensar las agresiones que se dan en la bahía. Aquí se presenta una oportunidad que los académicos y científicos hondureños deben abordar.
Pero es importante ponerle atención al esfuerzo que se hace desde Tela, precisamente porque es una iniciativa innovadora y muy diferente a lo que tradicionalmente observamos. Desde esa iniciativa científica y educativa pionera en esa ciudad y en el país entero se está iniciando un programa de rescate de los arrecifes coralinos. Es vital que todos los hondureños conozcamos más de cerca la tragedia para la vida marina que representa el crecimiento económico irresponsable, así como todos los cambios de actitud, de cultura y de incentivos que tenemos que debemos poner en funcionamiento para evitar el desaparecimiento de los arrecifes coralinos que son parte del ecosistema marítimo.
Queda muchísimo que hacer tanto en la Bahía de Tela como en cada rincón de Honduras para emprender las tareas estratégicas para el futuro del país. Precisamente en estos días que se escuchan planes como el de crear una prisión en las Islas del Cisne por parte del gobierno, se plasman claramente los terribles errores y la falta de comprensión integral de los problemas nacionales y de sus soluciones. Pero iniciativas locales como la de Tela Marine son quizás las que hacen que la última esperanza no se pierda.