Ernesto Paz: un legado de prudente amistad

Por: Segisfredo Infante

Es difícil encontrar la mejor manera de comenzar un artículo sobre una figura pública a quien conocí a mediados de la década del setenta. Y con quien cultivamos una amistad que, a pesar de los zigzagueos voluntarios e involuntarios de la vida, se mantuvo inalterable (durante cuarenta y ocho años) hasta el momento en que el amigo, diplomático, escritor, columnista y colega, dejó de respirar. Es oportuno exteriorizar que a temprana edad visualicé mis inclinaciones intelectuales, razón suficiente para que me haya ligado con escritores de diversos signos, edades y tendencias ideopolíticas.

Con Ernesto Paz la amistad surgió espontáneamente. Recuerdo haber asistido al Auditórium Central de la UNAH, cuando él ganó las elecciones de la Federación de Estudiantes Universitarios de Honduras (FEUH). El joven líder transpiraba simpatía cristalina por todos lados. Y aunque yo jamás milité en ningún frente estudiantil universitario, mantuve el contacto heterogéneo con varios dirigentes posteriores, entre ellos Teodoro Sánchez, Luis Martín Alemán y Aldo Cárcamo.

Deseo ilustrar ciertos momentos de la amistad con Ernesto Paz Aguilar. En una eventualidad remota asistimos a una reunión de tres días y tres noches consecutivos, con dirigentes magisteriales, estudiantiles y de obreros y campesinos. Estuvimos sentados a la par, comunicándonos por medio de papelitos. Creo que poco después el hombre se marchó a estudiar a Francia. Desde allá escribía cartas colectivas (mencionando mi nombre) en donde destacaba que, a diferencia de Honduras, en Francia nadie podía debatir sin haber leído previamente varios libros. Claro, eran los tiempos de las influencias de Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Albert Camus, muy diferenciados entre sí.

En el contexto del gobierno del doctor Carlos Roberto Reina, el amigo paladeó “Las fresas de la amargura”. Nosotros fuimos a visitarlo sin ningún comentario, en tanto que se debe estar de lado de los amigos en los momentos de mayor adversidad, ya se trate de enfermedades crueles, pobreza extrema o cárcel. No olvido que Ernesto exhibía una imagen simbólica de la “Virgen María de Suyapa”, y que apuntaba en un libro los nombres de las personas que lo visitábamos. Pienso que después de aquel incidente nuestra larga amistad se hizo mucho más intensa (amén de un par de diferencias pasajeras que juntos despejamos con prudencia), y nuestros encuentros se volvieron más frecuentes.

Me es imposible mencionar en este breve espacio todos los detalles. Pero conviene resaltar que Ernesto Paz nos acompañó (junto con Matías Funes Valladares) en la conmemoración del primer centenario del fallecimiento de Medardo Mejía (2008) en la Hemeroteca de la UNAH. Tal evento exitoso fue preparado por la magíster Reina Amaya Montoya, con la disertación de Manuel Antonio Rodríguez (“Manuelito”) y la presencia de la familia de “Don Medardo”. Un par de años después preparábamos con Luis Martín Alemán Castillo y Matías Funes, el tema del “Bicentenario de la Independencia de América Central”, y uno de los primeros nombres que colocamos en la lista de acompañantes, fue el del doctor Ernesto Paz Aguilar. Me reuní con él en una cafetería, y le pareció excelente la idea.

Aquellas reuniones en las cafeterías del centro histórico de Tegucigalpa y de un centro comercial, y las llamadas telefónicas, se volvieron continuas. Nos veíamos para conversar hasta dos horas. Intercambiábamos libros y revistas. Entre ellas la famosa revista “El Ciervo” de España. Bromeábamos constantemente entre nosotros, pero con respeto y sentido de amistad. Decía, en tono de broma, que él y yo pertenecíamos “a la misma nomenklatura” (así con una “k” en medio), y siempre reaparecía el tema de la figura intelectual pluralista de Oquelí Garay. Por cierto, Ernesto Paz había publicado una compilación de artículos titulada “Ramón Oquelí y la Estampa de la Espera” (2005). Más recientemente publicó “Elecciones y revoluciones en Honduras” (Erandique, 2022), para cuya presentación me invitó por “whatsapp”. Me presenté y percibí el tremendo deterioro físico en la salud del amigo. El 12 de enero del 2023 me escribió literalmente lo que aquí transcribo: “Maestro. Estoy en Nueva Orleans en chequeo médico. Gracias a Dios he salido bien librado. Iré a visitar la biblioteca de Tulane University y donaré mi libro. Tiene una buena colección latinoamericana”.

Ernesto siempre me regaló varios elogios verbales y escritos. Él decía: “Segisfredo conserva la serenidad en medio de las tempestades”. Y en fecha reciente le comunicó a “Manuelito” Rodríguez lo que sigue: “Segisfredo es una persona especial, a la que debemos tratar y considerar”. Pero quizás su mejor elogio escrito, por pudor, lo conservaré para mí mismo. O tal vez para más tarde. Cada vez que un buen amigo muere, la soledad real cruje, y la tristeza se agiganta. ¡Abrazos solidarios y fraternos a toda su familia!