Clave de SOL: ¿Duelo filosófico?

Por: Segisfredo Infante

Por un tiempo se percibió que yo era un defensor acérrimo de las tendencias filosóficas neoestructuralistas o posmodernas, representadas por autores más o menos actuales como Michel Foucault, Jacques Derrida y Jean-Froncois Lyotard. Creo que fui mal interpretado, en tanto en cuanto mi deseo cabalgaba sobre el proyecto de dar a conocer en estas tierras hurañas y ausentes de buenas bibliotecas, los nombres de filósofos contemporáneos casi desconocidos, mediante comentarios apresurados y recensiones sintéticas, que es lo usual en la esfera periodística de cualquier parte del mundo.

Quise llamar la atención en el sentido que el posmodernismo filosófico estaba articulado por diversas tendencias transitorias, cuya transitoriedad podría ser prolongada, tal como ha ocurrido con las manifestaciones existencialistas. En consecuencia, desde mi ángulo de observación e interpretación, había que conocer los nombres representativos de tal posmodernidad, aun cuando fueran diferentes entre ellos, como en el caso de Emil Cioran, quien a veces me parece inclasificable. Por otro lado intenté, hace unos dieciocho años aproximados (2006), nunca confundir el susodicho posmodernismo filosófico con las condiciones concretas posmodernas de las sociedades humanas contemporáneas, cuyas circunstancias han coincidido, en términos temporales, con la globalización más reciente que se ha hecho sentir, con énfasis y laureles triunfalistas, a partir de la década del noventa del siglo próximo pasado.

En la misma medida en que se aceleraron los submodelos pilotos de aquel crecimiento económico sólido en ciertos lugares, y que fue muy burbujeante en otros países dispersos, también creció la pauperización, el hambre y la desarticulación de las clases medias, llevándose de encuentro a las instituciones estatales. En definitiva, así como hay una condición moderna, también hay una condición posmodernista concreta, sobre diversas circunstancias y bajo signos de pensamiento a veces mixturados. No es lo mismo, para nada, “neoliberalismo” económico que “posmodernismo” filosófico, aun cuando coincidan en la línea temporal.

Conviene aclarar, por enésima vez, que mi formación filosófica se la debo, en términos rigurosos y sistemáticos, a Guillermo Hegel y al señor Aristóteles, sin importar para nada el orden cronológico. A Hegel comencé a leerlo a los diecinueve años de edad (1976), asomándome con dificultad a su obra. Por otro lado, mi primer ensayo histórico-filosófico estricto sobre la “Dramaturgia griega”, lo pensé y terminé de redactar desde la filosofía aristotélica, el 21 de noviembre de 1983, hace cuarenta años. Simultáneamente llegaron a mi vida íntima, como por encanto, las obras filosóficas de Platón, Nicolás de Cusa, René Descartes, Ortega y Gasset, Immanuel Kant, Gaston Bachelard, Jean-Paul Sartre y varios otros autores. (Más tarde destacaré los nombres de los dos buenos amigos que me introdujeron a los rudimentos elementales previos de la filosofía).

Volviendo al francés Jacques Derrida: Este escritor ha sido clasificado como padre del “posmodernismo” actual. Pero él ha rechazado tal concepto clasificatorio en tanto que se ha mirado a sí mismo como fundador del “desconstruccionismo” del lenguaje textual metafísico de algunos de los grandes filósofos occidentales. Inclusive en determinados momentos este filósofo francoargelino prefirió el concepto de “diseminación”, porque su proyecto filosófico y literario aparentemente nunca pretendió una destrucción gratuita del pensamiento occidental (según lo han acusado sus más fervoroso censores), sino que una relectura más minuciosa a fin de encontrar las contradicciones internas que dimanan de los fundamentos textuales producidos por personajes como Platón, Rousseau, Hegel y el mismo Ferdinand Saussure, lingüista ginebrino del cual arranca casi todo el aparato crítico de monsieur Derrida, quien a su vez estuvo influido por los filósofos alemanes Edmund Husserl y Martin Heidegger. Quizás Jacques Derrida cayó, por su propia cuenta, en tentaciones análogas a las de Karl Popper, como aquella de minusvalorar a los filósofos claves del pensamiento occidental y mundial, anteriores a él.

Jacques Derrida (1930-2004) publicó alrededor de cuarenta libros, entre rigurosos y juguetones, de los cuales apenas me he aproximado a unos once textos. Según Derrida existe un desgaste en el basamento supuestamente metafórico extenso sobre el que se asienta el lenguaje filosófico tradicional, en donde imperan las categorías binarias o bipolares de razonamiento. Se trata de un “duelo lingüístico” en donde la llamada filosofía tradicional es acusada por Derrida de ambigua, “indecidible” y puramente analógica. En este punto me parece que Derrida decae en una de las contradicciones que él mismo critica y ataca. No puede, según mi juicio derivado, haber pensamiento binario si al mismo tiempo, y en el mismo lugar, hay razonamiento analógico trascendental, que es lo propio de la gran “Filosofía”.