Por: Carlos López Contreras
Así se expresa el Génesis, al describir cómo Dios ordenó a nuestros primeros antepasados “creced y multiplicaos” y puso a su disposición para que lo dominara todo lo que había creado en la tierra, en el mar y en los cielos. La fuente es la Biblia o Sagrada Escritura que es difícil saber cuándo fue escrita, aunque no hay razón alguna para considerarla como voluntad de odio o discriminatoria contra nadie. Esta concepción de la creación de la especie humana como hombre y mujer es aceptada por el pueblo judío y por todas las denominaciones del cristianismo. La razón es sencilla: si no hubiera maternidad, no habría multiplicación y perpetuación de la especie humana, que necesita la pareja hombre y mujer como fundamento de la familia, de la relación entre padres e hijos, hermanos, abuelos, nietos etc. De allí el conjunto de familias van dando lugar a la formación de las tribus, de comunidades homogéneas que, con el paso del tiempo, llegar a formar ciudades, provincias hasta conformar lo que conocemos como estado-nación.
Si lanzamos una mirada a las diferentes religiones, todas establecen determinados ritos para la celebración del matrimonio entre un hombre y una mujer; la razón es evidente: la perpetuación de la especie, por medio de la maternidad. Y esa calificación de la pareja, no tiene ni debe buscársele sentimientos de odio u homofobia, porque es conforme a la voluntad de Dios o de la naturaleza, para los que no reconocen a Dios como su creador.
La maternidad es tan sagrada que en los tiempos primitivos, las mujeres no participaban en actividades peligrosas como combatir a los enemigos o la caza, no porque fueran menos fuertes, menos inteligentes o valientes, sino porque se protegía la maternidad.
Creo que, a lo largo de dos mil años de nuestra era, nunca se consideró la dualidad hombre-mujer como una agresión o una expresión de odio contra conductas sexuales ajenas al diseño original.
En el sistema constitucional británico, en contraste con el constitucionalismo continental europeo, el Parlamento no solo es soberano, sino que además, supremo, como sostenía Dicey a finales del siglo XIX. Pues bien, de ese poder soberano y supremo, se decía que su única limitación era no poder convertir a un hombre en mujer o una mujer en un hombre.
Esta concepción del hombre y de la mujer como base de la maternidad, de la familia y de la perpetuación de la especie humana ha sido común en todas las civilizaciones.
No obstante la limitación citada del parlamente británico, en nuestro tiempo ocurre que ciertas organizaciones internacionales, apoyadas por algunos gobiernos de Estados industrializados, proponen que todos los parlamentos aprueben leyes que permitan que un hombre cambie de sexo y se convierta en mujer o viceversa, sin más requisitos que su sola voluntad, gestionando el cambio ante el registro de las personas, aunque el peticionario sea menor de edad.
Esta facultad, junto a la legalización del aborto, la eutanasia, el matrimonio entre personas del mismo sexo, y las operaciones que amputan partes del cuerpo humano es promovida con base en lo que se ha dado en llamar los derechos reproductivos, propuestas acompañadas de medidas restrictivas o sancionadoras contra los países que no las adoptan.
Este tipo de pretensiones han sido rechazadas tradicionalmente en los estados cristianos como contrarias a las buenas costumbres, además de entrar en colisión con el principio de defensa por el mismo derecho interno del orden público. Aceptar esas propuestas en atención a las presiones de ciertos organismos internacionales, equivaldría a que un estado donde el matrimonio es monogámico, acepte campantemente la poligamia, que también es contraria al orden público en los países cristianos.
Las referidas propuestas de “reformas legales” que ya tienen algunos diputados que las apoyan, vienen bajo el inocente título de ley de Educación Integral para la prevención del embarazo adolescente conforme al marco del plan 20-30 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Estas pequeñas consideraciones sobre un movimiento que está presionando sobre autoridades y diputados, es solo la punta de lanza de las transformaciones que podrían ocurrir en nuestro país si el pueblo, que es el titular de la soberanía, no toma conciencia de lo que está ocurriendo.
Usted, estimado lector, ¿estaría de acuerdo en que el Congreso Nacional apruebe una ley autorizando el matrimonio entre personas del mismo sexo o la eutanasia?
Y más delicado todavía, ¿estaría de acuerdo en que su hijo, nieta o cualquier miembro de su familia menor de edad vaya al registro y sin más requisitos que su sola voluntad se cambie de sexo y que los funcionarios tengan que hacer la inscripción correspondiente?
Dios salve a Honduras
*Ex Canciller de la República