Juan Ramón Martínez
Un diccionario literario es algo más que un listado de nombres, fechas y obras publicadas. Es más bien, un territorio, cubierto de un denso bosque, múltiple y variado que, permite incluso conocer su historia y evolución, sin tener que derribar un árbol; o hacer cortes longitudinales para conocer su desarrollo histórico. En el caso de “Diccionario de Literatos Hondureños”, de José Gonzales Paredes, hay, además, una narración en el tiempo, del proceso creativo de varias generaciones que, han escrito poesía, cuento y novelas, construyendo una personalidad singular al país y a su pueblo. En pocas palabras, un quién es quien, en un territorio poco ordenado. Y que después, insinúa el inicio de la crítica literaria, con juicios valorativos sobre los actores del país literario que se trata, en este caso, Honduras prefigurada en su individualidad más definida en los últimos años de la colonia española, los tiempos de la República inicial, y el principio de la madurez del siglo XXI. Aunque su inicio es tardío, porque la literatura hondureña la inicia José Trinidad Reyes (Tegucigalpa 1797—Tegucigalpa 1855) en esta obra de Gonzales Paredes, es obvio el arranque literario tuvo expresión oral, pero que, en Reyes, expresa una clara vocación coral, para de ese modo darle continuidad al primer libro orientado a la enseñanza de los números. Confirmando que la tardanza, tiene que ver con el escaso desarrollo económico y la falta del ocio bien utilizado por las elites del siglo XIX, poco sensibles a las expresiones literarias. Las Pastorelas de Reyes, son un esfuerzo magisterial por atender las necesidades espirituales de una sociedad deslumbrada por sus propias sombras. Desde aquí, con Reyes, Honduras inicia su andadura y aunque lenta y distante de lo que ocurre en los alrededores – cosa que se nota incluso ahora en que los literatos se reúnen y se celebran entre sí, sin rupturas y sin que ninguna generación se atreva como pide Leonel Alvarado, a “matar el padre” – tiene en el curso del tiempo, una expansión, especialmente poética que, contrario a lo que se afirma, Honduras no es literariamente la “cenicienta de Centroamérica”. Este diccionario de Gonzales, obligara a los críticos a revisar esta injusta e inexacta expresión.
Además, aunque no haya sido el propósito de Gonzales Paredes, se puede cruzar su mirada enumeradora, con la clasificadora de Ramón Oquelí – en el tema de las generaciones – y de Nery Gaitán, sobre los movimientos literarios en las que además se observa, el tema de las influencias y la vinculación de Honduras, con las grandes tendencias de la literatura latinoamericana, especialmente con la eclosión que represento el boom de los cuatro grandes: Fuentes, Vargas Llosa, García Márquez y Cortázar. Y con el mundo, por supuesto. Con la útil información que proporciona Gonzales, los estudiosos pueden situar, señalando nombres, las fronteras entre el romanticismo, el modernismo, el vanguardismo y el post vanguardismo en la literatura hondureña.
Como es natural este libro, bello, prolijo y bien documentado, permite configurar y probar, según sea el énfasis disciplinario sobre sus páginas, algunas afirmaciones que durante años se han manejado. La primera de ellas es si somos o no, un país de poetas. De todos los nombres incluidos, la mayoría lo son. Pero a continuación, después de leer la obra que comentamos, se descubre que es falsa la afirmación que la literatura hondureña carezca de la disciplina y dedicación, por lo que la novela no se produce en forma destacada en la producción nacional. Contrario a lo anterior, al revisar toda la obra, es sorprendente la cantidad de novelas que se han escrito y publicado. Desde Angelina y Adriana y Margarita, hasta Anchura de Geovanny Rodríguez, y Corre la sangre doña Inés, de Javier Suazo, se han publicado muchas novelas, lo que no deja de ser una sorpresa. Aunque hay que decirlo, desde la neblina que cubre el hallazgo de Gonzales, podría ser que, de repente, muchas de las citadas no son tales, sino que más bien cuentos largos, para lo cual hace falta que los críticos, desde las enumeraciones de Gonzales, hagan las respectivas valoraciones.
Otro hecho relevante, es la mayor presencia, en la medida en que pasa el tiempo histórico, de la mujer. Su número es creciente y en momentos, supera la actividad masculina. Este hecho podría explicarse, por el crecimiento poblacional, la liberación de la mujer en la medida en que accedió al empleo y a la formación universitaria. Y en esta misma dirección, hay que observar que el Diccionario de Literatos Hondureños, una profesionalización universitaria de los creadores literarios. Mientras Molina, Turcios, Molina, Vigil, Sosa, Gamero, Navas, Suárez, Amaya Amador, no era universitarios, ahora la mayoría de los cultores de la poesía, el cuento y la novela en Honduras, provienen de las universidades y en forma relevante, son egresados de los departamentos de letras de las dos principales universidades, la UNAH y la UPN. Además, destacan las profesiones de derecho, ciencias sociales e incluso, no deja de ser interesante que muchos de los autores sean egresados de carreras que hasta hace algún tiempo no tenían que ver con la literatura como la Agronomía, la administración de empresas y otras relacionadas. Gonzales el autor de esta obra, es agrónomo que, sin embargo, prefirió el cultivo de las letras, antes que esperar el florecer de las especies sobre la tierra húmeda, cultivar, en su casa y en la soledad, sus propias flores imaginadas, como este bello libro que comentamos. Y para demostrar que no es un caso aislado, muchos de los poetas especialmente, son egresados del CURLA y la Granja Demostrativa de Catacamas, lo que llama mucho lo atención. Finalmente, es interesante que, aunque ya Molina y Turcios, mostraron esa vista puesta en el exterior, levantando los ojos de las realidades nacionales, es relevante el hecho que varios nombres de la literatura hondureña, residan o han estudiado en el exterior. La cita de algunos nombres, puede servir para mostrar una feliz tendencia que puede ayudar a que la literatura hondureña, venza la impronta rural o el provincialismo temeroso que le ha afectado durante muchos años, originando un realismo duro y metálico, empujado por la tendencia a mezclar ideología con literatura. Ello ha impedido que nuestros literatos no hayan recibido los influjos de la literatura estadounidense, mejicana o europea. Antonio Bermúdez, Melisa Merlo, Yolany Martínez, Amanda Castro, José Antonio Fúnez, Nery Gaitán, Roberto Quesada, Leonel Alvarado, César Indiano, Geovany Rodríguez, Helen Umaña y muchos más, han estudiado en el exterior; o residen fuera del país. Lo que muestra un mayor oficio literario, una fuerte disciplina creadora y un impulso para que la literatura nacional se vincule más con los movimientos mundiales. Posiblemente en esta tendencia, el principal novelista del país, Julio Escoto, sea el mejor ejemplo, por lo que su liderazgo consolidado, destaca este diccionario.
Unas palabras finales. Si Jesús Aguilar Paz hizo el retrato de la Patria en 1932 cuando realizo la proeza de publicar el primer mapa de Honduras, ahora José Gonzales Paredes entrega el retrato vivo de la literatura nacional, en un libro inevitable para todos los hondureños que quieran enseñar literatura y para los estudiosos extranjeros. Porque se trata de un indispensable manual para tomar el pulso a la pasión y la tensión literaria de Honduras. Y en Honduras, es una lectura obligada para políticos, funcionarios y diplomáticos. Incluso los menos dotados, ahora tienen, en sus relaciones con sus pares, una obra con la cual reclamar para Honduras, una posición destacada en la literatura mundial. Apoyados por este “Diccionario de Literatos Hondureños”. Tegucigalpa, 10 julio del 2023.