Por: Jorge Raffo*
En junio de 1778, en Lima, se produjo una pelea en la bollería de la calle del Sauce entre los panaderos Francisco Caravana y Espíritu Bruno, francés. La disputa, que empezó por una deuda que el primero tenía con el segundo, terminó siendo ideológica y con Caravana herido de gravedad. Formalmente la querella fue procesada como una de carácter comercial. “Espíritu Bruno logró salvarse de la horca a que estaba condenado pero no pudo eludir la vergüenza pública de recibir latigazos por las calles” (AGN, Real Audiencia, Leg. 40 c. 478, 1778, citado por Quiroz, 2022). Otro hecho de sangre ocurrió en setiembre de 1782 en el Cajón de Botoneros de la Plaza de Armas cuando el botonero indígena Juan José Hurtado recibió una paliza por parte de Juan Ortiz y los hermanos Jacinto y Narciso Chávez, tíos del agredido, producto del cobro de una deuda que terminó en gresca ideológica (AGN Cabildo Penal, Leg. 12, 1782).
Con los Habsburgo, los virreinatos tenían un cierto desarrollo de actividad industrial pero las reformas borbónicas de 1787 modificaron negativamente la situación. En términos burocráticos fueron los Borbones los que introdujeron el término “colonias” para referirse oficialmente a Latinoamérica y al papel al que desean confinar a esos territorios. Unos pocos años antes, las rebeliones de Túpac Amaru II (1780) y de Túpac Catari en el sur del Perú generaron una crisis estructural que si bien no afectó a todos los sectores productivos por igual, abrió el espacio para debatir -académicamente todavía- sobre el futuro de estos territorios. Las reformas de los Borbones aplicaron impuestos que elevaban entre 38 y 53% el precio de las mercaderías enviadas desde España (Quiroz, 2022) lo que no hizo sino agravar la situación financiera del virreinato. Se fijaron cupos por actividades productivas -las ordenanzas de 1787 establecieron para Lima solo 40 panaderías, 40 molinos, 24 velerías, por citar algunos ejemplos- y aceleraron, sin proponérselo, el proceso mercantil limeño asociado al contrabando. “Las exportaciones propiamente españolas a América fueron principalmente agrícolas, en especial el vino que afectó a los productores vinícolas de la costa peruana” (Halperin, 1986; Buller, 2020; Quiroz, 2022). La economía limeña experimentó una “desmonetización” con la casi desaparición del circulante de baja denominación aunque la acuñación de monedas de plata seguía constante (Fisher, 1985). En suma, un ambiente de descontento se abría paso entre las élites criollas del país. El tránsito hacia nuevas acciones armadas vinculadas a las nuevas nociones de “Patria”, “Nación”, “Autonomía”, “Independencia” y “Libertad” aportadas por el Enciclopedismo y la Ilustración era cuestión de tiempo por parte de los españoles americanos como aún se denominaba a los criollos del virreinato hasta inicios del s. XIX. Aún así, estudios recientes muestran que el brazo financiero del virreinato peruano desde 1814 hasta poco antes del 28 de julio de 1821, Día de la Independencia, era el Tribunal del Consulado -del gremio mercantil- que contribuyó sustancialmente a sostener el esfuerzo de guerra de los últimos virreyes Abascal, Pezuela y La Serna lo que da un indicio de un fuerte sentimiento de lealtad hacia la Corona y grafica el estado de segmentación ideológica en que se encontraban aquellas tierras incas al sentir que se aproximaban dos Corrientes Libertadoras, las de San Martin y Bolívar, al último reducto virreinal de la Sudamérica española (Raffo, 2023).
Para medir la fuerza productiva del virreinato peruano en los albores al desembarco de las huestes patriotas del Libertador San Martín en 1820 en Paracas, investigadores como Quiroz (2022) utilizaron el registro del impuesto a la alcabala que combinaron con los resultados del censo de 1790. Ello arrojó que se tenían, solo en Lima sin contar las poblaciones satélites, “90 hacendados, 393 comerciantes, 308 agricultores, 363 jornaleros, 1.027 artesanos, 60 fabricantes, 48 panaderos, 287 pulperos, 17 gremios y un número indeterminado de talleres independientes de plateros y de carpinteros. La mayor fábrica que tuviera la ciudad en tiempos virreinales fue, sin duda, la de tabaco” (Quiroz, 2022). Como anécdota se cita que habían “201 indios zapateros que trabajaban en forma independiente, distribuidos literalmente por todos los rincones de la ciudad” (F.Quiroz, 1991) que cobraron por cada par de calzado que hacían para los ejércitos virreinales pero que, cuando se trataba de las fuerzas patriotas, las confeccionaban gratis.
Las mentalidades cambiaban al ritmo de las urgencias de la guerra de Independencia, la Ciudad de los Reyes orientó su producción hacia el esfuerzo bélico -tanto patriota como virreinal- hasta 1824, año de la victoria de Ayacucho. La historiografía actual introduce en el análisis económico de esta transformación nuevos vectores como el urbanismo, la demografía y la política. En las condiciones críticas de la guerra y del embate mercantil inglés, los talleres artesanales -independientes o agremiados- demostraron mayor flexibilidad y capacidad para sobrevivir y fueron uno de los pilares sobre la que nació la nueva República peruana hace 202 años.
*Embajador del Perú en Guatemala