Las debilidades de las ciudades

Rafael Delgado

Una fuerte lluvia sobre San Pedro Sula o Tegucigalpa por varios minutos ha demostrado en repetidas ocasiones ser suficiente para poner a la vista las terribles deficiencias de sus infraestructuras. Las calles de las ciudades se vuelven cauces peligrosos donde fluyen corrientes de agua que se van formando al no conducirse a los drenajes construidos para tal fin; tierra y piedras de todo tamaño arrancadas por la poderosa fuerza del agua de las laderas y cerros descombrados de las ciudades terminan peligrosamente por las mismas calles; la basura que se va acumulando por días, sale de todos los rincones para flotar rápidamente en las corrientes de agua. Mientras tanto el congestionamiento vehicular, convertido ahora en algo normal en las ciudades, sube a niveles de caos y de tragedia para miles de conductores que terminan varados, a la espera que la lluvia termine para que la calle, convertida temporalmente en río, vuelva a ser apta para el tránsito vehicular. Esta es una de las tantas manifestaciones de la debilidad con que están creciendo las ciudades.

En esos momentos surgen las rabiosas preguntas sobre lo que se ha hecho y lo que se ha dejado de hacer en el país para prepararse ante estos fenómenos climáticos, para apoyar con medidas que mitiguen las causas de esas acrecentadas y cada vez más veloces corrientes de agua. Rápidamente cualquiera que medite se remitirá a la infraestructura, especialmente a las soluciones viales que se han construido, así como a la prioridad que en nuestro ambiente político tiene construir obras, aunque no sirvan mucho, pero que al final erróneamente por ello se evalúan los gobiernos. Evidentemente estas no alcanzan para agotar toda la problemática de la ciudad en crecimiento, ni compensará todos los grandes vacíos, errores y omisiones de la respuesta del país. Claramente los gobiernos han olvidado los diseños adaptados a las circunstancias locales y particularidades de estos tiempos del cambio climático. Se han olvidado también que los cambios de actitud y los comportamientos de los ciudadanos en casa y en la calle, así como de las empresas definen en gran medida el éxito y fracaso de todo esfuerzo, obra pública, así como de toda política pública dirigida por ejemplo a contribuir a que la ciudad y las calles no se inunden.

Por otro lado, un repaso de las instancias desde las que deberían venir acciones y soluciones duraderas indica que el país cuenta con suficientes autoridades públicas, así como profesionales para ocuparse de las complicaciones que impone el crecimiento rápido de las ciudades. Las instituciones centralizadas y descentralizadas sobran cada cual con complicados nombres; los comisionados, interventoras y comisiones ad-hoc de esto y lo otro, también brotan en cada esquina de la estructura pública con objetivos cada vez más específicos, pero que al final demuestran muy pocos resultados. Seguramente, esas instancias se convierten en una oportunidad para emplear a los leales que, así como sus líderes, exigen también su cuota del poder. O bien su actuación termina en estériles esfuerzos en un ambiente donde no hay coordinación y complementariedad en las instituciones públicas tanto a nivel nacional como local.

En fin, padecemos ante las fuertes sequías y cuando caen las primeras gotas hay alegría que se vuelve preocupación cuando las lluvias se incrementan. Esto nos recuerda que los gobiernos tanto el nacional como los municipales en su actual condición no son aptos para enfrentar estos fenómenos. Se trata indudablemente de problemas que requieren un sector público capaz, de un esfuerzo conjunto con la academia, los gremios profesionales y toda institución privada en cuyos objetivos esté aportar al bienestar de la población. Los problemas no deben continuar abordándose con enfoque tan estrechos. De lo que se trata es de soluciones integrales que incorporen cambios en la forma en que vivimos, producimos y consumimos en la ciudad. De lo contrario el Merendón en San Pedro Sula y los cerros de Tegucigalpa seguirán desprendiendo tierra y piedras cada vez en mayores cantidades con cada tormenta, la basura seguirá flotando en las corrientes de agua y todo esto hará de las ciudades una pesadilla más para los habitantes.