La pérdida de civilidad en el discurso político

Por: Abog. Octavio Pineda Espinoza(*)

Desde hace algunos años ya, hemos venido en Honduras experimentando un fenómeno preocupante que denota, entre otras cosas, la poca capacidad emocional de nuestros políticos vernáculos y en mayor medida la ausencia de cultura general y en particular de la ausencia de la cultura política necesaria en la ciudadanía, que nos permita como sociedad generar los acuerdos y consensos necesarios para resolver los grandes males sociales.

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua define la civilidad como sociabilidad, urbanidad; en otros textos se dice que es comportamiento de la persona que cumple con sus deberes de ciudadano, respeta las leyes y contribuye así al funcionamiento correcto de la sociedad y al bienestar de los demás miembros de la comunidad. Como valor es la forma en como interactúan las personas, como conviven y como se tratan unas a otra. Tiene que ver con la cortesía, el respeto y el cumplimiento de las normas establecidas por la sociedad, para favorecer la convivencia y la participación de todas las personas.

Si agregamos a este análisis la definición de Civismo como “el servicio de los intereses patrios. El celo por las instituciones ciudadanas. La íntegra y consciente defensa del Poder civil frente a los atropellos de la fuerza” nos encontraremos concluyendo que, en Honduras desafortunadamente hemos perdido tanto la civilidad como el civismo en el discurso político, solo tenemos que revisar los medios sociales tradicionales y nuevos en donde nos encontramos con personajes de diferentes partidos políticos incapaces de tolerar los desacuerdos entre ellos que les impiden dialogar con los demás y vivir en cierta armonía en el ecosistema político-ideológico-partidario del país a tal extremo que no permite el funcionamiento normal de la institucionalidad de la nación, sino basta con ver lo sucedido en el Congreso Nacional de tanto en tanto en sus sesiones o en la falta de las mismas, la violencia verbal, psicológica y física ejercida por la autoridad constituida en contra de los movimientos, grupos o personas de oposición.

Las redes sociales han contribuido en gran manera a la proliferación de mensajes ofensivos, ataques personales, destrucción de personalidades, mancha del honor y de la vida pública y privada de los adversarios políticos, cosa que no sucedía antes y que, en otras latitudes del mundo se manejan con mayor decoro permitiendo que las diferencias de toda índole se expresen con un discurso firme pero enmarcado en las reglas y normas que apuntan a lo que debe hacerse y no debe hacerse dentro de los cánones del sentido común y que se estructuran en la sociedad por costumbres y culturas locales y por reglas básicas que señalan que debemos tratar a otros como uno quisiera ser tratado, de tal forma que el torpe, el necio, el incapaz, el rudo o carente de civilidad no sea la regla sino la excepción.

Da gusto por ejemplo ver las deliberaciones del Congreso de los Diputados de España, la forma de articular las profundas diferencias ideológicas en el Congreso Norteamericano, el respeto absoluto a las distintas posiciones en el Reischtag alemán, las fundamentaciones producto del análisis y estudio del Congreso colombiano y de sus Cortes constitucionales, la civilidad con la que los uruguayos dirimen sus diferencias en las urnas y en la acción de las políticas públicas, la diplomacia con la que China, Rusia y USA establecen sus posiciones y diferencias con respecto a la guerra en Ucrania y de igual manera la Unión Europea.

Lo que priva es el insulto, no solo a la inteligencia que ya es suficiente insulto sino que también a la persona, la reiterada intención de causar daño reputacional, moral y personal a aquel que no nos cae bien o que no nos gusta como líder o que simplemente envidio de alguna forma porque no representa mi mezquino y personal interés, ese impulso febril y a flor de piel por destruir en una frase, en una combinación de palabras o de gritos, en una acción incluso física a aquel que repudio porque no piensa ni siente igual que yo, sensaciones y sentimientos que se han llevado al extremo y que se desbordan porque vivimos “en la sociedad del espectáculo” como lo dice Vargas Llosa.

Sucede todo esto, en la vida personal, en la vida profesional, en la vida laboral pero donde es más visible y destructivo es en la vida política porque no solo afecta a una o dos o tres personas, nos afecta a todos ya que nos aleja de la posibilidad real de resolver la problemática social que nos aqueja porque desconocemos dos máximas importantes: “una casa dividida contra sí misma, no puede subsistir” y “ todos los extremos son malos, lo que hay que buscar es el justo medio”, quizás que una de ellas sea bíblica y la otra sea producto de la mente de Aristóteles es un indicativo de lo que estamos llamados a hacer todos pero en particular los políticos.

Mi padre que era un hombre culto, dado al análisis, a la conversación constructiva y al mismo tiempo firme en sus creencias, dispuesto al diálogo me enseñó esto: “trata a cada quien según su rango, y déjalo que se arrepienta si no lo merece”.

*Abogado y Notario. Catedrático Universitario. Estudiante de la política.