Óscar Armando Valladares
Muy difícilmente podrá haber un compatriota que no tenga al menos un pariente o un cercano amigo, viviendo como inmigrante en los Estados Unidos. Si repasamos la historia, esta misma nación tuvo su auge por la llegada en masa de emigrantes europeos de raza blanca, de mano de obra esclava y la incursión de comerciantes de origen asiático.
La diáspora, el desparrame de centroamericanos tras el “sueño” estadounidense, arreció dramáticamente en las últimas cinco décadas por la agravada situación de pobreza, los altos índices de violencia, desastres naturales, en fin, carencia de oportunidades en sus aldeas y municipios. En el caso de México, la ola migratoria -además de los factores apuntados- existen otros de carácter histórico. “Estados Unidos… en una de las guerras más injustas de la historia, ya de por sí negra, de la expansión imperialista, nos arrebatan más de la mitad del territorio”, dijo Octavio Paz en su obra “El laberinto de la soledad”. Tras esa pérdida violenta, su compatriota Carlos Fuentes, adujo más tarde: “La nueva frontera sobre el río Bravo se convirtió, para muchos mexicanos, en una herida abierta”.
Por su lado, el polémico periodista Jorge Ramos, señala lo siguiente en el libro “La ola latina”: “Nadie en esta época está pidiendo el regreso de los territorios que pertenecieron a México, ni existe un movimiento anexionista… Lo que no se está luchando a nivel legal o militar se está peleando a nivel cultural… Los latinoamericanos están reconquistando culturalmente zonas que pertenecieron al imperio español, cuyos nombres gritan su origen: Los Angeles, San Bernardino, Monterrey, San Luis Obispo, San Diego”.
Desde hace tiempo, la ola migratoria hondureña ha ocupado un lugar cimero en términos cuantitativos, en retornos compulsivos y en los niveles de sufrimiento padecidos a lo largo del durísimo trayecto hacia la metrópoli soñada y apetecida. Unos van con el propósito de hacer temporal su estadía; laborar, labrarse algún “billete” y regresarse a emprender una inversión; los más numerosos ansían quedarse permanentemente, enviar periódicas remesas a sus familiares y por lo general asumir como suyo el modo de pensar “norteamericano”. Sin embargo, propósitos y anhelos no alcanzan siempre la meta; antes bien, suelen ser glóbulos de aire, burbujas de jabón o diluirse en siniestras pesadillas apenas el migrante intenta abordar La Bestia, ferrocarril carguero de fama notoria por causar y haber causado muertos y mutilados en su ruidoso trayecto. Pedro Ultreras, autor del texto que lleva el sobrenombre del tren en cuestión, documentó “la tragedia de migrantes centroamericanos en México”, entre ellos, los casos de Eva García Suazo, José Alemán Guardado y Juan Carlos Matamoros, hondureños, quienes terminaron con ambas piernas cercenadas.
Empero, como toda regla conlleva a veces fructíferas excepciones, la constancia y la voluntad son capaces de burlar la suerte adversa y, en ocasiones, producir positivos resultados. Ha sido el caso ejemplar de Roy Gustavo, joven capitalino que después de intentos fallidos pudo llegar a buen destino y encontrar un asidero a su inquieto talento para dicha de sus padres, María Santos y Roger Edgardo y demás miembros del cuerpo familiar. “Salí de Tegucigalpa -nos dice- con las manos vacías y la maleta llena de ilusiones y objetivos”. En sus ratos libres, dio inicio a su trabajo actoral, en un corto metraje denominado “Insidia”. Con promesas latinas, figuró en la serie de índole medieval “Coronas y corazones”, en la cual personifica al señor Christoph, consejero del monarca.
Recientemente, Roy y ocho actores -procedentes de distintos países latinoamericanos- protagonizaron el documental “Capturados”, en el que nuestro compatriota hace el papel de Edgardo Martínez, jefe policial de Nueva York, quien pretende capturar a una banda delincuencial de hackers, atracadora de una institución bancaria. Fue galardonado como actor del año, en el marco de los premios Primavera, una plataforma digital neoyorquina.
Con la sonrisa a flor de labio, motiva a otros soñadores, a “otros locos” como él, a buscar nuevos rumbos en sus vidas. Recalca con justo orgullo que, al cabo de dos años de no abrazar a su entrañable progenitora, gozó de su compañía durante el estreno de Coronas y corazones. Desde esta columna, le auguramos nuevos logros al querido sobrino, que pudo a pulso salvar obstáculos y estar en vías de realizarse en otra tierra y bajo otro cielo, sin perder un ápice el afecto por su patria y sus raíces.