Rodolfo Dumas Castillo
Las políticas migratorias de México y Estados Unidos impactan la vida de miles de personas que buscan refugio o una vida más segura lejos de su lugar de origen. Lastimosamente, en lugar de identificar soluciones humanitarias y efectivas, ambas naciones han optado por implementar políticas migratorias crueles e ineficaces. En el caso de los Estados Unidos los dos partidos que han gobernado esa nación se acusan mutuamente de mantener un sistema migratorio que ambos reconocen es totalmente disfuncional y que contraviene el espíritu que impulsó el surgimiento de esa nación.
Desde la administración Clinton se inició la construcción de enormes muros, instalación de equipos de vigilancia militar y guardias fronterizos armados que orillan a las personas a las zonas más peligrosas de la frontera. El resultado: más de 9,000 migrantes han muerto cruzando la frontera desde finales de la década de los noventa. El año pasado, la frontera entre Estados Unidos y México se convirtió en la frontera terrestre más mortífera del mundo. Al menos 853 personas murieron intentando cruzar, casi el triple del promedio anual desde 1998, cuando se comenzó a llevar un registro de fallecimientos (se teme que el número real sea mayor pues muchos cuerpos nunca son recuperados).
En 2022 la Patrulla Fronteriza registró un récord de 22,014 rescates de migrantes; paradoja que resalta que quienes persiguen a los migrantes son quienes también los rescatan. Sin embargo, su eficacia es cuestionable: un informe de la Coalición de Derechos Humanos revela que en el 63% de las llamadas de socorro la Patrulla Fronteriza no llevó a cabo búsquedas confirmadas. Además, menos del 1% de su presupuesto se asigna a su Unidad de Búsqueda y Rescate (Borstar). Durante la administración Trump se llegó al extremo de autorizar la separación familiar, infligiendo terribles daños y traumas a adultos y niños. Ahora algunos gobernadores como Greg Abbott de Texas han promulgado leyes aún más desalmadas, incluyendo el retorno de mujeres embarazadas y niños, junto con la instalación de boyas en el Río Grande (que podrían haber resultado ya en la primera víctima mortal).
Mientras tanto en México, como país de tránsito para muchos migrantes, la situación no es mejor. Cuando era candidato López Obrador ofrecía tenderles la mano a los hermanos centroamericanos, pero ya en el poder no titubeó para convertir a la Guardia Nacional en gendarme fronterizo cuando Trump amenazó con aplicarle aranceles de importación a México si no aceptaba sus condiciones, incluyendo la vergonzosa política de “tercer país seguro” que también fue aceptada cobardemente por países centroamericanos.
La protección humanitaria fue sustituida por operativos de detención y deportación repletos de violaciones de derechos humanos y condiciones inhumanas para los migrantes detenidos, que tuvieron su expresión más grotesca y criminal con la muerte de decenas de personas en un centro de detención en Ciudad Juárez, es decir, bajo la custodia y responsabilidad del Estado mexicano. Por eso resulta irónico, hasta ofensivo, escuchar al presidente mexicano criticar las políticas y medidas implementadas por Estados Unidos. ¿Memoria corta o puro cinismo?
En lugar de buscar políticas más humanitarias, ambas naciones prefieren seguirse culpando mutuamente, pero manteniendo sus estrategias crueles y fallidas. Poco o nada hacen por establecer sistemas de procesamiento de asilo más eficientes y compasivos, con procedimientos justos y seguros. Los anuncios de millonarias ayudas a la región para combatir las “causas raíz” de la migración se quedan en solo esperanzas o, en el mejor de los casos, mínimos aportes que se diluyen en enorme mar de pobreza que oprime a nuestra región.
Estas políticas migratorias violan los derechos humanos al socavar la dignidad e integridad de los inmigrantes, y deben reemplazarse por normas que respeten los principios fundamentales del derecho internacional, especialmente en materia de asilo. En la frontera de Estados Unidos, se observan los efectos intensamente humanos de décadas de políticas bipartidistas de militarización. En México, la “hermandad latinoamericana” solo sirve para rellenar discursos, ya que los inmigrantes son tratados como invasores o moneda de cambio para ventajas económicas. Mientras estas políticas persistan, quienes sobrevivan la peligrosa travesía serán recompensados con un “sueño americano” difícil de alcanzar; todos los demás seguirán sufriendo deportación o muerte.
Correo: [email protected]