Juan Ramón Martínez
Hay mucha preocupación por lo que está ocurriendo. Los sectores moderados de la sociedad civil, los empresarios modernos, los educadores, las mujeres y los intelectuales, se preguntan sobre lo que, se debe hacer. Aunque no son pocos los que preocupados reclaman que nadie hace nada. Es normal. Aunque era previsible, muy pocos creyeron que se volvería al camino equivocado; y que, inevitablemente, aunque el discurso sea modificado, los resultados inevitablemente serían igualmente peligrosos. Y dentro del fácil maniqueísmo binario de gobierno y oposición, se llega a la fácil conclusión que al final, Honduras perderá porque se frenará la acumulación primaria necesaria para la inversión, se destruirán las instituciones creadas en los últimos sesenta años; y seguiremos postergado el desarrollo que algunos crean que, nos merecemos.
En otros artículos nos hemos referidos a las dificultades de los partidos y, el liderazgo ausente, poco comprometido con los intereses nacionales. Pero no solo tenemos estas dificultades. También hay falencias y debilidades en Libre; y, por supuesto en el gobierno que actúa en su nombre. Libre no es un partido político. Es una serie de facciones, pandillas o tribus, unidas por la aceptación del liderazgo de Zelaya que, basa su poder en su capacidad de escucharlos a todos y al final, tomar la decisión que siempre es suya; lo que obliga a las facciones a competir entre sí, para hacer en el gobierno, lo que visceralmente se les ocurre, sabiendo que, con tal de no poner en duda el liderazgo de “Mel” y no irrespetar a Xiomara Castro, todo está permitido. Y es que el gobierno, como dice Arturo Morales Fúnez, no tiene discurso; y, en consecuencia, nadie sabe que es lo que se debe hacer, sino operar y decidir cada día, lo que a cada uno se le ocurre, seguros que, con tal de respetar las reglas internas mencionadas, todo es permitido; y, a nadie se le cuestionará. Ochoa, Salgado, Hernández, Moncada, dicen estupideces constantes. Por ello es que, en los momentos de lucidez, es evidente la preocupación de Zelaya y la Presidente Castro cuando, de tarde en tarde, descubren que hay insatisfacción popular; y que las acciones del gobierno, no tienen los índices de aprobación que han esperado con ingenuo optimismo.
Entendamos a Libre. Sin descalificarlo, acusándolo de izquierdista. O porque no tenga quien le escriba. En la medida en que el pueblo lo eligió, su legitimidad obliga a todos. Y la pertinencia de la crítica, será justificada por el deseo que al desempeñar sus funciones y lograr sus metas, se fortalece la construcción del bien común. De allí que, el relato de la dictadura y la obligación de callar por supuesta o enfermiza descalificación de la crítica racional, no tiene fundamento. Porque tanto la legitimidad del gobierno, como la actividad opositora y la acción de la crítica sobre ambos desempeños, son básicos para buscar en el escenario democrático, espacios de acuerdo, dentro de los cuales alcanzar pactos para lograr los objetivos nacionales, y los caminos para alcanzarlos.
Aquí está, es el primer problema. Porque si bien la oposición democrática, la derecha como la llaman en forma despectiva e impropia, ofendiendo a sus miembros y descalificándolos, tiene muy definidos los temas; Libre -fuera de discursos incoherentes, expresiones exaltadas y declaraciones estúpidas-, carece de la postura ideológica y el discurso para ofrecer un punto de diálogo. Incluso en el esfuerzo para ordenar las cuestiones a discutir: relaciones internacionales con China, modelo de desarrollo, papel del sistema bancario privado, salvamento de empresas públicas, confrontación entre pobres y ricos, poderosos y explotados, empleo, migración y, respeto a las reglas establecidas en la Constitución, Libre no tiene una postura definida. Y lo más preocupante, su líder y máximo ideólogo no muestra interés en discutir, porque para él, el método es la agitación; y no le interesan los resultados, porque cree que, en la marcha, se van ajustando a las necesidades de la “revolución permanente”. Matías Fúnez, dijo que “Mel” Zelaya era una “patastera” ideológica.
Es decir que, en estas condiciones es difícil imaginar un diálogo y menos un acuerdo para avanzar. La tesis de los liberales antiguos, -“dejar hacer y dejar pasar”-, para que sea el tiempo quien arregle los problemas, como en el pasado, no funcionara. No se necesita sabiduría para entender que, vamos hacia el desfiladero.