“Me brota del corazón un poema bello” (Sal 44:1).

En la partida de Elsita Salinas de López…

Tony Salinas Avery

Ciertamente la familia no es la que uno escoge sino la que Dios nos quiso dar; y dentro de ese misterio por congraciarse Él con cada una de sus criaturas, le regala dentro del conjunto de los suyos, tesoros invaluables ante los que uno mismo se interroga ¿puede tanta riqueza radicar en un ser humano? Preámbulo este para querer hablar de la muy querida tía Elsita, como muchos la hemos llamado y conocido, en esa Sultana del Sur, Choluteca. Nacida en 1921 se hizo ciudadana ejemplar de ese siglo XX en el cual, con la sabiduría que se esparcía por la ejemplaridad en acción de sus padres y demás familiares, se hizo mujer de artes y cultura, de disfrute y sacrificios, de amistad y solidaridad, de empoderamiento personal por las causas casi perdidas, convencida de volverlas a encarrilar hacia el futuro promisorio al que toda persona está llamada a encontrar y disfrutar.

Hizo su batalla de lucha la causa del “hombre” es decir, la persona humana, no había nadie que no supiera encontrar en su sabiduría la palabra serena y refrescante que le sacara de la angustia y el tormento, quien buscando ayuda monetaria no tocara su generosidad y la de su siempre cómplice su esposo Salomón, para resolver su necesidad material. Su casa fue siempre la de “puertas abiertas”, donde amigos y desconocidos hallaran la mano amiga y la sonrisa sincera de recibir a quien fuera incluso en el horario más incómodo del día. ¡Cuánta bondad hecha desde el corazón! Esa bondad que nunca fue para esperar recompensa o recibir el aplauso de la sociedad emergente de su querida Choluteca.

Maestra de vocación, costurera, enfermera seguramente con sus remedios caseros, hasta maestra constructora para saber dar indicaciones prácticas para la forma de construir la casa. Realmente una actitud polifacética con propiedad y conocimiento, mujer de lectura y correspondencia, de finos modales y delicadeza en el trato. Punto de referencia para una familia numerosa en sus miembros y que ella trataba siempre de convocar. Otra mujer anterior a ella en Francia en el siglo XIX, escribía en su diario: “En el corazón de la iglesia, que es mi madre, yo seré el amor” (Teresa de Lisieux). La tía Elsita, descubrió igual que Santa Teresita que en la iglesia y desde ella, podría seguir su causa de lucha por la promoción y la santidad de toda persona con la fuerza del amor. Ella comprendió con la sencillez de los pobres el Evangelio y se puso en tiempos del post-Vaticano II a ser para su parroquia y sus amigos los sacerdotes y Delegados de la Palabra, una colaboradora siempre con tiempo y generosidad para estar allí donde más se le necesitara.

Sus últimos años en silencio y postrada en la cama, pero lúcida en el espíritu y feliz de sobrellevar lo que San Pablo dijo: “Completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo” (Col 1: 24). Oración fue su vida en la salud y lo fue más en sus años de postración. Al despedirla, agradecer, aunque no soy yo quien, a la iglesia de Choluteca, a su señor obispo y hermanos presbíteros por el cuidado de su vida y sobre todo a esos muchos sus amigos y amigas, que con hechos y no palabras le expresaron siempre lo mucho que la amaban y lo mucho que le debían, por lo que se hicieron presentes para darle en atención y cariño un “Gracias” que hoy se va hasta el cielo. Pero, “Gracias” también a Dios habernos hecho tan merecedores de un tesoro hecho ángel de carne, en la gran realidad de la tierra. ¡Bendito sea el Señor, que nos la dio y que ahora se la llevó!