Juan Ramón Martínez
No nos asustan las discusiones. Más bien las celebramos. Cuando de las mismas, han sido civilizadas, el país ha sacado valiosas enseñanzas. Los que nos preocupa es el lenguaje usado, el ánimo de destruir al otro; y la falta de capacidad de las “dialogantes” para descubrir que la verdad, está entre los contendientes, en una proporción que los confrontados frecuentemente pasan por alto. Si en 1924, los políticos hubieran pensado más en Honduras que en sus egoísmos, habríamos evitado la peor guerra civil de la historia nacional. Y si la hombría de bien, se hubiese impuesto sobre la cobardía partidaria, condensada en el miedo a perder la vinculación presupuestaria, y hubiese imperado el compromiso y la lealtad de servir a Honduras, habríamos evitado la ruptura del orden constitucional en 1954, la dictadura de Julio Lozano y el golpe de Estado del 21 de octubre de 1956.
Impedido el largo connubio de nacionalistas y militares con López Arellano, facilitando en cambio la continuidad a la primavera democrática de Villeda Morales, Flores Midence y Rodas Alvarado. No solo habríamos ahorrado sangre, sino que las energías nacionales, se habrían canalizado en dirección a abatir la pobreza y por medio del incremento de la riqueza, tener una Honduras de mayor presencia internacional y con capacidad para darle a cada uno de sus hijos, un mejor nivel de vida. Claro, me regaño a mí mismo. La historia, no se supone de manera diferente a como ocurrió. Pero la tentación es muy fuerte. Estoy convencido que, si hubiésemos hecho las cosas de otra manera, tendríamos un país diferente, con una ciudadanía más consciente; y, con muchas esperanzas colectivas que, las cosas futuras serían mucho mejores.
Porque lo amenazante no son los problemas, sino que la falta de voluntad para enfrentarlos; y la ausencia de instituciones, canalizadoras del diálogo; e incluso rectificadoras de conductas inapropiadas. Por ejemplo, un Congreso Nacional más democrático, con una instancia de análisis de conductas indebidas y por ello, con capacidad para encontrar en el diálogo, la solución a los desacuerdos, haría las cosas mucho más fáciles. Pero, el que tengamos una discusión sobre la aprobación de actas, resulta infantil y propio de bobos, tratando de engañar a otros que, no saben que son también bobos. Y menos que, los diputados tuvieran que ir a la Fiscalía General para denunciar la conducta irregular, por decirlo de manera elegante, de Luis Redondo, Carlos Zelaya y Angélica Smith. En otros Congresos, hay una comisión de ética o de cumplimiento constitucional con independencia de criterio y de total credibilidad para manejar este tipo de irregularidades. En Colombia hay una comisión, integrada por 15 miembros, encargada de manejar las conductas impropias de sus miembros. Nosotros carecemos de un mecanismo necesario como el que nos ocupa.
Pero, además, tenemos una clase política, sin clase y sin cultura. Indigna y distante. No solo le hace falta pupitre, sino que está orgullosa de su ignorancia. Y en la exaltación de los caprichos, muchos creen que la más alta calidad, se centra en su fuerza para negarse al cumplimiento de la ley. La idea que la historia de Honduras empieza cuando ellos llegan al Ejecutivo o entran al Congreso, es una vergüenza que, de no corregirse, enajenará la posibilidad que el país pueda salir adelante. Adicionalmente hay que señalar que, es trágico, que la mayoría de los políticos menosprecien al electorado. Y lo peor de todo es que, tienen razón. Los electores nacionales, que no son ciudadanos la mayoría, sino que simples valedores mecánicos de caudillos irresponsables, no saben en la orfandad en que se sienten ubicados, que ellos son pobres electores, que encumbran a los responsables de la pobreza de sus hijos, los asesinos de las esperanzas de sus descendientes.
Por manera que no hay otra alternativa, más que la disposición para crear y sostener una nueva institucionalidad democrática, consolidando estructuras que preparen a los políticos, -en responsabilidad y compromisos para servir-; y perfeccionando la vigilancia sobre los mecanismos electorales en los que se construya el ejercicio de la soberanía. A esto, es necesario darles pensamiento. Porque no es cierto que ser elegido sea un derecho, sino que oportunidad de servicio derivada de la voluntad popular. En democracia, los políticos tienen que entender que, son servidores. Y que, la política es una misión.