Elvia Elizabeth Gómez
La secundaria llegó a su fin y es momento de tomar una de las decisiones más importantes y que marcará significativamente el resto de nuestras vidas, la carrera universitaria que estudiaremos. Esta decisión llega en una etapa de la vida sumamente conflictiva, la adolescencia. Según la Organización Mundial de la Salud, “la adolescencia es la fase de la vida que va de la niñez a la edad adulta y que se comprende entre las edades de los 10 a los 19 años”.
Si bien, hay quienes lo tienen claro y planificado, hay otros que titubean entre dos o tres opciones, hay quienes no tienen de otra y no por decisión propia sino por imposición o por cumplir sueños ajenos. En definitiva, en ese momento crucial en el que nos matriculamos en la universidad hemos decidido lo que haremos en los próximos 4-5 años. Llega el primer día de clases y entre la emoción, incertidumbre y nerviosismo damos el primer paso de lo que será un entramado de relaciones donde no hay una ecuación perfecta para hacer alusión a quienes piensan que todo debe resumirse a un número o una cifra, sino seres humanos con sentimientos y emociones, con días buenos, malos y peores, con problemas generados por una sociedad cada vez mas materialista y menos humana. En esa ecuación universitaria hay tres elementos: maestro-compañeros-yo, pero el funcionamiento del sistema se ha vuelto más complejo, y como en un tablero de ajedrez, los alumnos deben medir sus movimientos pues ya su entorno es diferente, los sistemas de control son diferentes y el cambio es en 180 grados. Atrás quedó la dirección y la consejería, y aunque las instituciones de educación superior han creado sus sistemas de acompañamiento a los estudiantes, estos no sienten la obligación de acercarse a ellos, se sienten libres y menos vigilados.
De cierta forma, la universidad es como una jungla a explorar, en donde la interacción con los docentes es menor y la durabilidad de los lazos establecidos tiene fecha de caducidad, el fin del semestre o del periodo académico. Muy probablemente no vuelva a verlo porque solo le dará una clase, seguramente ni siquiera recuerde su nombre, pero formó parte de la ecuación. Como docentes, nuestro papel es entregarles el conocimiento que poseemos y hacerles ver la importancia de nuestra clase, cualquiera que esta sea e independiente del lugar que ocupe en el pensum de la carrera. Pero nuestra labor docente no debe limitarse solo a impartir la clase, asumimos la responsabilidad de formar a otros y es un peso muy grande sobre nuestros hombros, el cómo lo haremos es lo que determinará el tipo de huella que dejemos en nuestros alumnos. El otro elemento de la ecuación son los compañeros, el primer semestre o periodo es complejo, probablemente no conozcan a nadie en la clase, o se encuentran con dos o tres conocidos, pero el grupo es de 5, ¿a quién le digo que se una? ¿Con quién hago grupo? Y así, comienzan a identificar a sus compañeros de carrera, los que más adelante se volverán recurrentes en las clases, los que son de la ciudad y los que vienen del “pueblo”, con su acento característico y sus costumbres diferentes, que vuelven heterogéneo el entorno que antes era siempre igual.
El último elemento de la ecuación soy yo, ¿y si no encajo? ¿Y si no entiendo? Pero la realidad se centra casi siempre en la primera interrogante y en cómo lograr formar parte del grupo, ser tomado en cuenta, ser incluido, y eso sucede justo en la etapa más conflictiva de nuestra vida. Según el reconocido psicólogo germano-estadounidense Erik Homburger Erikson, conocido mundialmente por sus aportes en la psicología del desarrollo, los adolescentes construyen su identidad “a medida que resuelven tres problemas fundamentales: la elección de una ocupación, la adopción de valores con los cuales vivir y el desarrollo de una identidad sexual satisfactoria”. Es por ello, que la presión social puede muchas veces jugarles en contra, pero no suele dársele la importancia debida. Ese yo que recibimos debe ser tratado con respeto y empatía pues no sabemos si su identidad está definida.
Docente universitaria