(Segunda quincena del mes de marzo de 1976)
Wilfredo Morazán García
Se recibe en el CESAMO telegrama procedente de la Región Sanitaria número 6, comunicando a las autoridades locales de salud la ordenanza para cumplir con la tradicional campaña de vacunación en el área rural. En esa semana, se procedería a la programación de dicha actividad y emplear la logística necesaria para ello. Cosas reales como esta, jamás fueron tratadas en nuestra clase de Medicina Preventiva, como se le llamaba en nuestros tiempos de estudiante; -ahora la llaman Salud Pública-. Eso que aprendí a hacer en ese momento, fue gracias a la invaluable ayuda de la jefe de enfermería del CESAMO; al parecer, ese tópico sí era abordado en la Escuela de Enfermería que funcionaba en el Hospital Vicente D´Antoni: ella era egresada de esa institución.
La logística: El señor alcalde municipal convocaba telegráficamente a los cabos cantonales (Nombre este con que se conocía a las autoridades locales de las aldeas) en el salón de sesiones de la sede del gobierno municipal. Obviamente la convocatoria que el señor alcalde hacía, era para los lugares donde el CESAMO tenía influencia. En dicha convocatoria, el jefe edilicio solicitaba: número de niños a vacunar, sitio donde se llevaría a cabo dicha actividad; escuela, iglesia o centro comunal; en caso que la comunidad careciera de vía de comunicación apta para el acceso de automotor alguno, se solicitaba al mentado cabo cantonal lograr la colaboración de su comunidad para facilitar transporte a las personas que inmunizarían a sus niños. El transporte utilizado usualmente estaba constituido por equinos.
El primer día, fue un lunes, se inicia la Campaña de vacunación; para ese día se había programado inmunizar la mayor parte de las aldeas del área de influencia de nuestro centro de salud -No recuerdo cuantos lugares eran- si sé que fue el único día que hice actividad de supervisión, me dirigí a una de las aldeas más alejadas, a lomo de mula, era uno de los sitios sin acceso a transporte motorizado, es el mismo lugar donde una puérpera inmediata estaba teniendo problemas de hemorragia transvaginal y que hago mención en este trabajo.
De regreso al lugar denominado Planes, el lugar donde el Jeep – automotor propiedad del centro de salud- esperaba el retorno de los grupos de vacunación que nos habíamos transportado a los sitios accesibles únicamente por caminos de herradura, -como se les ha llamado-; nos encontramos con la novedad que a un grupo de vacunación no les fue posible trasladarse al lugar que se les había asignado: el de la aldea de Los Encuentros, por la carencia de los semovientes que los conduciría a esa comunidad: La comunidad no colaboró en la facilitación de dicho transporte. Lamenté enormemente esa eventualidad, solo me quedó la opción de encomendarlos al Hacedor del Universo.
Aproximadamente un mes después de la actividad inmunizadora, se presenta a nuestro CESAMO uno de los cabos cantonales de una de las comunidades, con la novedad que en ese caserío se había desatado una epidemia, eventualidad esta que trajo como consecuencia el deceso de cinco personas: tres niños y dos adultos de los que en la actualidad se nominan como adultos mayores –En aquellos tiempos los llamaban viejos, término este que en la actualidad se considera como algo peyorativo– Fue la única comunidad afectada: Los Encuentros. El edil de dicha comunidad solicitaba, -si era posible, -enviar un médico a dicho lugar: eran varias las personas afectadas por el mal. El doctor Ayala, nuestro jefe, toca la puerta de mi cubículo, solicitando la presencia de mi persona en su oficina, no sin antes haber finalizado con la paciente que en esos momentos estaba atendiendo; me expuso la situación en el villorrio antes mencionado, encomendándome la responsabilidad de trasladarme para atender la súplica que el hombre clamaba.
Le hice ver al señor suplicante que la mentada epidemia era algo serio, pudo ser evitada, la falta de cooperación de la comunidad hizo imposible la vacunación, lo que significaba culpabilidad de la eventualidad recayendo sobre él como dirigente. Le comuniqué al edil que me comprometía a darles la ayuda necesaria, no sin antes haberle solicitado el transporte necesario para nuestro traslado. Esto sucedió un día previo al asignado para la revisión de las meretrices en el centro de salud.
Al día siguiente salimos muy temprano del centro de salud, transportándonos en el Jeep propiedad de la institución; me acompañaba una joven voluntaria como mi asistente, -Suyapa era su nombre, no recuerdo el apellido, -a lo sumo dicha fémina había aprendido a realizar pequeñas curaciones y aplicar inyecciones intramusculares.
Arribamos a Planes, eran las 8:00 am, ya nuestro cabo cantonal estaba esperándonos con sendas bestias, sin perder tiempo -tiempo suficiente para la carga de los equinos y jinetear al anima–. Cabalgamos por espacio de cincuenta minutos, subiendo por caminos estrechos que serpenteaba hacia la cima, sitio este desde donde se divisaba el río Mame, seguimos el descenso siempre en forma serpenteada; el río se veía hermoso, unos 50 a 60 metros de ancho, con profundidades de cincuenta cm, por donde se atravesaba hacia la margen occidental; el sitio donde se asentaba la comunidad, hasta 150 cm de profundidad. El descenso nos llevó unos 20 minutos.
Tan pronto como arribamos al poblado, probablemente eran las 10:30 am, la comunidad se encontraba reunida en una choza de unos 5 por 4 metros, piso de tierra, sin paredes, un viejo pizarrón, pupitres construidos por gente de la comunidad que no mucho entendían de carpintería. Lo anterior indicaba que ese era el sitio que fungía como escuela.
Tan pronto como descargamos nuestro equipaje, procedimos a iniciar la atención médica. La carga que acarreamos estaba constituida por: Anti diarreicos, penicilina benzatínica, piperazina, alergil, epinefrina y, paremos de contar. Obviamente llevábamos material de curación y un termo que contenía biológico para vacunar a aquellas personas que no habían contraído el proceso.
No recuerdo la cantidad total de pacientes, probablemente entre 20 a 25 gentes. La mentada epidemia era SARAMPIÓN: con rash, conjuntivitis purulentas, –el pus les resbalaba por sus mejillas– neumonías. Me atreví a indicar penicilina sin previa prueba: Suyapa, mi asistente, no contaba con esa habilidad. No hubo reacciones alérgicas –no sé si por la anergia propia del padecimiento, o por esos azares que los religiosos llaman milagros. Finalicé con la última persona atendida unos pocos minutos antes de las cinco de la tarde. El regreso a esa hora, era imposible.
Nos quedamos esa noche en la choza donde los niños asistían a aprender sus primeras letras, con la idea de pernoctar, esto no fue posible: el frío, lo incómodo de los muebles lo impidieron. Fue una noche que se me hizo interminable, son de esas noches que su recuerdo es imborrable.
A las 6:00 am, me levanté del pupitre de donde estaba sedente, me dirigí al margen del río y lograr una aseada a medias, lo propio hizo Suyapa. No había para más. Regresamos a la escuela esperando al cabo cantonal e iniciar nuestro respectivo retorno. Esperamos aproximadamente una hora, al ver la no aparición del mentado edil, me dirigí a una de las chozas que estaba a unos 50 metros del lugar donde permanecíamos, el objetivo era averiguar acerca de nuestro transporte, la puerta de dicho habitáculo estaba abierta –como es usual en el área rural-. La señora que ahí se encontraba, de baja estatura, se adivinaba en ella una obesidad incipiente, de tez más bien curtida por el sol, cabello liso y luciendo una larga cola hasta la espalda a nivel de la séptima vértebra dorsal; me atendió en el umbral de la puerta, señal esta que me indicaba la no disposición a recibirme.
Después de los saludos matutinos pertinentes, procedí a la plática acerca de nuestro transporte, la localización del cabo cantonal; al final dicha fémina, después de dar muchos rodeos me expresó que no habría transporte para nosotros; los pobladores del sexo masculino habían desaparecido. En ese momento se activó mi sistema límbico al máximo, lo que tuvo como resultado, el que yo profiriera palabras soeces hacia los habitantes de la comunidad. Tal ha sido el impacto que esta acción me ha calado que cada vez que me acuerdo, se me activa el mentado sistema límbico con los mismos efectos –es difícil olvidar-.
Emprendimos nuestro regreso a pié, cruzamos el río cargando el material y medicamentos; consumimos al menos 2 y media horas. Me pregunto, ¿A cuántas personas les habrá ocurrido algo similar? Se me ha mencionado en varias ocasiones acerca de los buenos sentimientos, fidelidad y agradecimiento de las personas del área rural, como increíbles. ¿Será?
Todas estas situaciones que pasan en este inexorable camino hacia la muerte, no son malas, son experiencias que han hecho de mí una persona empática; esta empatía me ha pasado factura, en nuestro medio se abusa de las personas que tienen esa cualidad: No debemos ser tan empáticos. He aprendido a ser humanista.
El hecho de haber sido un niño tímido me hizo ser introvertido, no hablaba mucho, observaba y analizaba lo que había a mi alrededor, no entendía las inconsistencias del proceder de las personas, -más de las adultas-, desde esa temprana edad me di cuenta de la falta de veracidad de lo que los adultos narran, eso era y sigue siendo cotidiano. Tiene una explicación neurológica que no es oportuno mencionar, me tomaría mucho espacio y no va con el tema.
Me detengo aquí para pensar en la definición de normalidad, – no es más que un término estadístico: Una persona normal es aquella que se encuentra dentro del 95% de una población dada, el otro 5% se considera anormal, es simple-. Por lo anterior, mi desconfianza en lo que los demás dicen es óptima. El 95% de las personas en este país, tratan de sacarle provecho al prójimo y no de hacer el bien: Prefieren pagar un “buen abogado” para encarcelar a una persona antes que pagar una consulta médica. En nuestro medio, se dicen seguir a Dios, careciendo de voluntad para seguir los preceptos cristianos. No culpo a los habitantes de Los Encuentros, ellos son normales. A los anormales que constituyen el 5% de la población, los católicos los llaman Santos y los canonizan, –no todos los canonizados son parte de este 5%- Los budistas los llaman Iluminados y en nuestro medio los llaman pendejos.
Es difícil localizar personas que se encuentren dentro del 5%.
Aquí me pregunto: ¿El hombre como especie es malo? Y si llegamos a esa conclusión, la Biblia dice que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, se supone que Dios es bueno.