Tomás Monge
Resulta sorprendente pensar que las distintas partes del cerebro de un bebé se estructuran más detalladamente alrededor de la semana 25 de gestación, momento en el que se comienzan a formar pliegues y oquedades, gracias a que sus neuronas se están multiplicando a un ritmo de 250,000 por minuto; por lo que, para la semana 36, el cerebro ya poseerá un juego completo de entre ochenta y cien billones de neuronas, listas para pasar una vida reconcentrándose y reorganizándose según la variedad, calidad y cantidad de estímulos sensoriales que se reciban a través de múltiples y constantes experiencias de aprendizaje.
Por lo tanto, si tenemos niños en casa, es muy importante que como padres sepamos acerca de la estructura, de la configuración y del funcionamiento de su cerebro; así como de algunos de los procesos neurobiológicos más relevantes para su aprendizaje y desarrollo en general. Solamente de esta forma sabremos aprovechar todos esos años en los que permanecen a cargo de padres y/o cuidadores, para poder prepararlos de la mejor manera, mientras llegan a la edad en que puedan asistir a un centro educativo preescolar.
Primeramente, para entender mejor los fundamentos de la neuroeducación, es imperativo que sepamos que el soma (cuerpo celular, que contiene el núcleo), las dendritas, el axón y los botones (bulbos) terminales son las partes básicas de una neurona; y que, a través de sus funciones específicas, permiten la comunicación entre billones de ellas, en apenas fracciones de segundo. Por lo que es precisamente la multiplicidad de estos procesos de transmisión de datos y su asombrosa simultaneidad y velocidad, lo que hace que la neuroeducación sea un tema tan fascinante que debe ser estudiado más a fondo, para entender mejor nuestros estilos de aprendizaje y a la vez optimizar nuestros hábitos de estudio.
En este sentido, tanto al percibir información del exterior (formas, colores, palabras, sonidos, texturas, sabores, olores, etc.), como al enviar instrucciones a las glándulas, músculos y demás órganos; las neuronas se comunican a través de impulsos nerviosos, que pueden ser tanto eléctricos como químicos. Para que dicha comunicación se lleve a cabo, las neuronas deben de crear uniones en las que curiosamente nunca llegan a tocarse entre sí, sino que entre ellas existe una separación de entre 20 y 30 nanómetros (millonésima parte del metro) a la cual se le denomina hendidura sináptica, por lo que los mecanismos de interconexión y comunicación neuronal son mejor conocidos como sinapsis.
Es así que, durante el proceso sináptico, y gracias a sus múltiples ramificaciones, las neuronas reciben los impulsos de otras neuronas por medio de sus dendritas, los cuales pasarán a su soma (cuerpo de la neurona), el cual, como un centro de procesamiento de datos, reconocerá a través de sus receptores de membrana todos los neurotransmisores recogidos por las dendritas; y activará un mecanismo del tipo llave-cerradura, por medio del cual la apertura de los receptores desencadenará una serie de procesos basados en dicha información, permitiendo la elaboración nuevos neurotransmisores, que pasarán a lo largo del axón, hasta llegar a los bulbos terminales, en donde serán liberados hacia la hendidura sináptica, para ser recogidos por las dendritas de otra(s) neurona(s). Dicho proceso se repite una y otra vez, millones de veces por segundo.
Por tal razón, la neuroeducación nos abre paso a nuevos enfoques por medio de los cuales podremos abordar los procesos de enseñanza-aprendizaje desde otras dimensiones. Es decir, que si somos capaces de cambiar de paradigma y abrir nuestra mente a la evidencia científica que nos indica que nuestro cerebro aprende por medio de la constante creación y fortalecimiento de millones de conexiones interneuronales (sinapsis); entenderemos que el aprendizaje se genera a partir de la repetición de estímulos durante el día (pronunciar palabras, formar oraciones, resolver problemas, cantar, bailar, reír, descubrir, asombrarse, maravillarse, etc.), y que luego el cerebro utiliza el sueño por las noches, para hacer un muestreo de todas las sinapsis hechas durante el día, normalizarlas de forma inteligente y equilibrada; y lograr que toda la información más destacable y significativa se comience a integrar en el conjunto de nuestro conocimiento y los detalles irrelevantes se olviden.
Por ejemplo, en el cerebro de un niño que canta con sus padres la misma canción día tras día, experimentando emociones profundamente positivas, es más posible que una secuencia de activación llegue al hipocampo, desarrolle ciertos trenes de frecuencia en la actividad eléctrica neuronal; y permita que la atención, la cognición, la memoria y el aprendizaje se incrementen, para ayudarnos a capturar detalles de nuestro entorno que difícilmente olvidaremos.
¿Qué pasaría si los padres y maestros proveyéramos cientos de experiencias diversas de aprendizaje agradables, divertidas y repetitivas durante cada día de cada etapa de desarrollo? ¿Qué pasaría si los niños durmieran todas las horas recomendadas y en óptimas condiciones después de sesiones significativas de estímulo cerebral durante el día?
Consultor Educativo y Catedrático UPNFM