Por: SEGISFREDO INFANTE
Hay una especie de consenso mundial, que el año 2023 (subrayándose los meses de julio y agosto), será registrado como el momento más ardiente de la historia, con temperaturas que han sobrepasado “la media” estadística, con todas las oleadas de calor, los incendios y los chubascos alternos que podríamos imaginar. Sería pertinente averiguar si los climatólogos se refieren a la “Historia” de todas las civilizaciones humanas en general. O a la historia de los siglos veinte y veintiuno de nuestra era. Y luego cómo se practican las mediciones en lo que concierne al pasado térmico del planeta.
Los egipcios antiguos poseían “nilómetros” rudimentarios, con el fin de medir las crecidas y bajadas de las aguas del río Nilo, y de este modo calcular las áreas de tierras inundables, con el fin de programar los trabajos agropecuarios, creando la disciplina de la agrimensura y asegurando, a la vez, los alimentos de la sociedad. A esto se le podría llamar “visión de Estado”, encaminada a anticipar acciones humanas adaptativas, según las circunstancias meteorológicas anuales del difícil entorno inmediato. Es algo que se religa con el relato bíblico de “José el Soñador”, y las medidas preventivas orientadas a neutralizar la horrible época de “las siete vacas flacas”. Es probable que las ciudades mesopotámicas adoptaran medidas análogas, en entornos diferentes.
A sabiendas que cada vez es menor el número de personas que leen periódicos, libros concretos y revistas, y que soy un ciudadano íngrimo de un país que hoy por hoy es demasiado periférico, sigo escribiendo sobre temas más o menos complicados que parecen tener importancia universal, y que en otras ocasiones solo interesan a los hondureños, y tal vez a los salvadoreños, en tanto que ambos países se localizan en la colindancia transfronteriza del “corredor seco” suroccidental del istmo centroamericano, sin olvidar una pequeña porción de Guatemala. A mi juicio (lo he expresado en otros artículos) tal zona debiera llamarse “depresión geológica seca”.
Volviendo a lo medular. Los incendios forestales han continuado en Portugal y se avizoran nuevos siniestros en Corea del Sur. En la China Popular las inundaciones han arrasado, incluso, con una parte de Pekín (hoy le dicen “Beijín”), que es la capital política, ideológica e intelectual de aquel enorme país, con la urgencia de evacuar a centenares de miles de personas. En la República del Perú los cultivos agrícolas se han perdido en un alto porcentaje, por causa de diversas plagas. Los arqueólogos y otros científicos presumen que cuando menos dos civilizaciones andinas (prehispánicas) se extinguieron por antiguas sequías prolongadas, entre un juego dinámico entre “El Niño” y “La Niña”, cuyos nombres meteorológicos casi nada le dicen a la humanidad, generando confusión informativa en los lectores de diversas latitudes y longitudes.
Por principio de cuentas todo se puede debatir, desde los tinglados de la sabiduría, la medianía y la ignorancia. Pero es indudable que existe (y persiste) un “calentamiento global”, que hace estragos en diversos países, incluyendo a Honduras, en una combinación trágica de aguaceros diluvianos, deslaves, incendios forestales, terremotos, maremotos, sequías recurrentes y hambrunas. ¿Qué factores son aquellos que condicionan y finalmente desencadenan el calentamiento global?, es una pregunta pluridimensional que está sobre el tapete de las grandes discusiones planetarias. Algunas respuestas se encuentran a la vista de todos, como la excesiva contaminación ambiental, la destrucción sistémica de bosques sin ningún manejo científico, y el exponencial crecimiento demográfico con nuevas necesidades cada día. Pero también valdría la pena examinar los estudios respecto de la intensidad de los rayos solares que han penetrado la atmósfera terrestre en las últimas décadas, hasta el día de hoy.
En fecha recientísima se realizó en Brasil la “Cumbre Amazónica” de los países suramericanos directamente afectados por la destrucción de los bosques maduros de aquel importante pulmón planetario, con miras a ratificar y darle continuidad al “Acuerdo de Escazú” (Costa Rica) y preparar la siguiente Cumbre Mundial sobre asuntos climáticos.
La “Biosfera del Río Plátano”, en el nororiente de Honduras, debiera ser motivo de ocupación y de información transparente para los ciudadanos catrachos. (Sobre este detalle he discurrido en otros momentos). Las lluvias y sequías alternas del departamento de Olancho, de una subzona de El Paraíso y de los departamentos de Francisco Morazán, Comayagua e inclusive parte de Yoro, dependen en un alto porcentaje de la buena conservación o, por el contrario, de la depredación furtiva de aquellos bosques. Pareciera que varios individuos que practican la ganadería extensiva, el saqueo de maderas preciosas y otros entuertos enigmáticos, han venido destrozando la rica “Biosfera del Río Plátano”. Habría que reconfirmar o invalidar esta información peligrosa.