Reyes Mata, guerrilleros
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Oscar Armando Valladares
Como quedó dicho, James Francis Carney Hanley nació en Estados Unidos en 1924 -año en que fue invadida Tegucigalpa por 200 marinos estadounidenses y que avivó el celo patriótico de Froylán Turcios, Visitación Padilla y otros dignos conciudadanos. Carney Hanley arribó a Honduras en 1958; decidió llamarse Guadalupe y tras convivir con los pobres de tierra adentro obtuvo la nacionalidad hondureña. “He adoptado ser de la clase oprimida -expresó por entonces- para estar hombro a hombro con los campesinos en su lucha para su liberación y con Honduras en su lucha para liberarse de la dependencia externa que la tiene oprimida”.
Sin abdicar de la fe de Cristo, había experimentado lo que llamó metamorfosis en materia ideológica. En sus “oraciones” abogaba por “hacer la revolución y cambiar esta sociedad explotadora” y alcanzar “una nueva sociedad socialista más justa, más igualitaria y más fraterna”. Su honesta simbiosis -más que metamorfosis- le hizo manifestar “que el socialismo que queremos es un paso necesario hacia el comunismo cristiano. En el siglo XX no existe un tercer camino entre ser cristiano y ser revolucionario. Ser cristiano es ser revolucionario”.
Entretanto, bajo el ejemplo e influjo de la revolución cubana, el triunfo sandinista en Nicaragua y la lucha guerrillera en El Salvador, agrupaciones estudiantiles y movimientos de izquierda lanzaban airadas protestas ante la política represiva y antisubversiva tildada de “seguridad nacional” y que implicó la presencia en el país de oficiales y soldados extranjeros, agentes de la CIA, mercenarios nicaragüenses llamados “contras” y operaciones militares conjuntas con miembros de las Fuerzas Armadas.
Surgió entonces en la palestra la figura de José María Reyes Mata, militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos (PRTC-H). Hijo de Marcelino Reyes y Mercedes Gómez, vino al mundo el 5 de octubre de 1943, en San Francisco de Yojoa, departamento de Cortés. Vivió en El Progreso e hizo estudios en la Escuela Normal Rural Centroamérica, de Comayagua. En la Escuela Pedro P. Amaya, de El Progreso, inició su actividad docente. A instancias del Partido Comunista de Honduras viajó a Cuba con el propósito de emprender estudios de medicina que, en efecto, culminó y, asimismo, acrecentó su formación político-revolucionaria. Viajó a Chile, contrajo matrimonio y participó en actividades inherentes al gobierno socialista de Salvador Allende. Estuvo en Bolivia, en el que trabó contacto con Ernesto Che Guevara y miembros del destacamento guerrillero que comandó el médico argentino-cubano por 1967.
De regreso en Honduras, Reyes Mata asumió el compromiso -que le fue encomendado- de organizar un destacamento revolucionario, en procura del cual por cerca de dos años se procedió a formar compatriotas en el campo guerrillero y efectuar citas secretas de trabajo y asesoría en países como México y Costa Rica, con la participación de más de algún oficial de las FFAA en situación de retiro.
La columna insurgente, ingresó a Olancho el 19 de julio de 1983, formada por un número estimado de 96 hombres, con Reyes Mata al frente y el Padre Guadalupe en condición de soldado y capellán. Próximo al río Patuca establecieron la “base Congolón”.
Deserciones, asedios por tierra y aire, presencia de instructores y soldados estadounidenses y contras antisandinistas, iban cercando, debilitando y aniquilando las filas combatientes. El 19 de septiembre, en conferencia de prensa celebrada en Nueva Palestina, el Ejercito adujó que Guadalupe había perecido de hambre en la selva y que José María -Chema- Reyes Mata pereció en combate encarnizado ocurrido un día antes. La verdad de los hechos quedó en el limbo, pues el desertor del tristemente célebre Escuadrón 3-16, Florencio Caballero, declaró haber participado en el interrogatorio a que fue sometido Reyes Mata y luego fue ejecutado en la base de los contras El Aguacate. Los restos suyos y de Guadalupe nunca fueron encontrados.
A 40 años de este singular levantamiento, cabe al menos rendir un tributo admirativo a quienes, en cívico desespero, ofrendaron su sangre, prosiguiendo la huella liberatoria de Francisco Morazán.