Latinoamérica, entre la izquierda y la derecha

Héctor A. Martínez

El mapa político de América Latina no termina de pintarse de un color uniforme. En cuanto aparecen los retazos rojos identificando el avance de las izquierdas, en otros lados, los partidos de derechas también hacen lo suyo, coloreando de azul las posibilidades históricas de sus respectivos países.

Izquierdas y derechas se alternan en el poder, quizás como nunca se había visto en la historia, mientras los analistas y los académicos se devanan los sesos tratando de explicar el fenómeno, aplicando inadecuados marcos teóricos que aprendieron de los textos y manuales en sus tiempos de estudiantes universitarios. Otros se limitan a echar mano de fórmulas almidonadas que luego son reproducidas en el ambiente mediático de manera irreflexiva: que “el pueblo se hastió de la política”, que “la dialéctica está haciendo su trabajo”, etcétera. Esbozos mentales entremezclados con las querencias ideológicas, “la confusión que todo lo pervierte”, como decía Lope de Vega.

La elección de Gustavo Petro en Colombia, y la de Pedro Castillo en el Perú, sin dejar de mencionar la de Gabriel Boric en Chile, no dejaron de sorprender al mundo por la inesperada presencia con la que irrumpen en el escenario político donde tradicionalmente se ha movido la derecha continental. Javier Milei, sin embargo, ha roto el patrón de las conquistas de los partidos autodenominados -erróneamente- como “progresistas”, sorprendiendo a propios y extraños, dada la distendida presencia del populismo peronista que abandera el clan Kirchner-Fernández.

¿Por qué se mueven las preferencias del electorado de un proceso a otro -pensaba en Chile-, aún dentro de un mismo contexto geográfico? ¿Por qué la gente prefiere depositar su voto en las figuras novedosas, rompiendo con el esquema tradicional del bipartidismo liberal y conservador? La historia es un hilo conductor que por ratos parece romperse, pero, a decir verdad, lo que hoy ocurre en América Latina es un remanente de los conflictos sociales que ayer no se resolvieron, y que hoy emergen enhiestos, rebasando la imaginación de los intelectuales y analistas políticos. ¿O será que nos hemos dedicado a reflexionar tanto, a importar doctrinas extranjeras, mientras la economía y las esperanzas se caen a pedazos?

Nos atreveríamos a decir que nos hemos extraviado aplicando teorías económicas y sociológicas que ya no son de utilidad para descubrir el camino que nos lleve al bienestar y la seguridad; a lo mejor, la historia nos exige ser menos teorizantes y más pragmáticos, y entrarle de una buena vez a los problemas de sobra conocidos; pero ¿dónde se encuentra esa nueva generación de políticos que se atreva a tomar al toro por los cuernos; esa intrépida estirpe de políticos que determine que las crisis no se resuelven con tesis y antítesis salidas de la mente perversa de unos cuantos iluminados?

Porque, mientras los políticos, de izquierdas y derechas, mantienen como prioridad alcanzar el poder para favorecer los negocios de pequeñas élites, las esperanzas y las ilusiones comienzan a esfumarse, quizás para siempre. Esperanzas e ilusiones que ningún modelo de desarrollo ha podido edificar en el espíritu continental: ni el ambivalente estructuralismo cepalino, ni el fallido marxismo, ni el liberalismo financiarista al que todos proscriben en sus discursos electorales, pero que todos terminan obedeciendo en la realidad.

Pues bien: mientras el jaleo entre izquierdistas, derechistas y “outsiders” se mantenga persistente, el vaivén de la historia nos estará llevando de un lado para otro, convirtiéndonos en meros depositantes del voto, y reducidos al triste papel de depositarios de discursos inconsistentes con nuestra cruda realidad. Tras una engañifa y otra, nadie ha podido mostrar el camino moral, económico y político que alguna vez soñaron Ingenieros y los panamericanistas de los primeros tiempos. Todas las propuestas se enmarcan, o en un socialismo desfasado, o en un liberalismo de compadres, productores de migrantes a granel.

Eso es lo que está sucediendo en América Latina: condenados a votar por unos y por otros, y por los mismos; para ver si alguna vez la diosa de la fortuna nos sonríe de una buena vez, y para siempre.

(Sociólogo)