“La Carretera” de Cormac McCarthy, una crónica de la desolación

Nery Alexis Gaitán

El escritor estadounidense Cormac McCarthy nació el 20 de julio de 1933 y falleció el 13 de junio del 2023. Su novela “La carretera” ganó el Premio Pulitzer de ficción en 2006. Esta es una novela donde se vislumbra un Apocalipsis ambiental. Sigue la línea de la literatura fantástica que ha sido pródiga en pintar la destrucción de la humanidad desde todas las perspectivas posibles. Aquí, se nos presenta un mundo derruido del cual no se puede esperar ya nada, ni siquiera la esperanza. Para donde se vislumbre, será siempre igual: desolación invadida por las cenizas, como si un incendio atroz, total, hubiese devorado el corazón de la vida.

El inicio de la novela es desgarrador: “Al despertar en el bosque en medio del frío y la oscuridad nocturnos había alargado la mano para tocar al niño que dormía a su lado. Noches más tenebrosas que las tinieblas y cada uno de los días más gris que el día anterior. Como el primer síntoma de un glaucoma frío empañando el mundo…”. Padre e hijo siguen una carretera que solo les ofrece desolación, violencia y muerte; ya casi nada tiene vida; y lo que se resiste a morir está ya exangüe. El calvario que enfrentan cada día es el de la sobrevivencia con sobras encontradas a lo largo del camino. Es oportuno mencionar la magistral narración, diríase casi poética en algunos momentos, para describir la odisea de padre e hijo para sobrevivir en un mundo en el cual ya la vida es imposible. Así lucharán, por un día más, contra la hostilidad del clima, la restante maldad humana y la inclemencia de la soledad.

Esta es una crónica de la desolación producida por la criminal mano del hombre, cuya ambición nunca tiene fin. Y que para saciar sus mezquinos intereses no le importó destruir el planeta. Este Apocalipsis es el espejo de la ingrata condición humana que pervive en cada corazón. En todo momento sentimos que somos los responsables del sufrimiento que padecen este padre y su hijo, que son víctimas de nuestra cotidiana maldad. Aquí se abre un espacio para la reflexión filosófica, ante el panorama de una vida que ya no es posible vivir nunca más.

Algunas apreciaciones sobre esta impactante novela: El crítico, Gerardo Moncada, plantea que: McCarthy presenta un relato fracturado, casi telegráfico, a la manera de quien vive inmerso en sus  pensamientos. Breves pasajes. Ideas, recuerdos, sueños que se agolpan, torturantes. Diálogos sucintos. Los párrafos son cortos y doblemente espaciados, acentuando la desolación y la ansiedad, como si al narrador le faltara el aire. Algunas frases son minúsculas; otras se extienden como una ráfaga inesperada. Hay una suerte de minimalismo narrativo, una corriente continua que mezcla los escasos elementos que subsisten. En el chico se encuentra el último aliento de la piedad, el destello de la conciencia. Él es capaz de enfrentar una tierra desolada pero se paraliza ante la involución humana, ante la inviabilidad de convivir con otros o la imposibilidad de asentarse en un sitio debido a los grupos de saqueadores que han encontrado en el canibalismo una opción a la falta de alimentos. Aun ante condiciones tan extremas, este chico se resistirá a seguir el camino de los adultos, porque la subsistencia no puede ser a cualquier costo. El desenlace es estrujante, de gran nivel”.

Antonio Muñoz Molina escribió: “Me impresionó vivamente (…) Cormac McCarthy, que había cultivado hasta entonces con mucho empeño las densidades y las proliferaciones faulknerianas, saltó de la novela barroca a la fábula, de lo preciso y terrenal a lo abstracto, de la crónica a la alegoría. Los nombres propios de personas y lugares quedaban sustituidos por sustantivos genéricos, que dan enseguida un aire de profundidad, con o sin mayúsculas: El padre, el hijo, el camino, el mar. McCarthy cultivaba a conciencia la estética del desapego, que llevó a su extremo en No Country for Old Men: contar los hechos más atroces con perfecta frialdad, con una distancia clínica y cínica que es uno de esos rasgos que parecen máximamente originales a las personas entendidas a pesar de que llevan largos años repitiéndose en la literatura y en el cine. El desapego de McCarthy, inclinación nueva a lo visiblemente simbólico”.

Janet Maslin escribió: “La imagen es brutal, incluso para los altos estándares de desesperación de Cormac McCarthy. Esta parábola también es mordaz y aterradora, escrita con una urgencia desnuda y alimentado por la fuerza de una pesadilla universal. La carretera sería pura miseria si no fuera por su espectacular belleza salvaje. Este es un conjuro exquisitamente sombrío –azufre poético. McCarthy ha convocado a sus visiones más feroces para invocar la devastación. Da voz a lo indecible en un cuento con moraleja concisa que es demasiado potente para ser adormecedor, a pesar de los pasmosos estragos que describe. Con una furia casi bíblica, McCarthy da testimonio de imágenes que los humanos nunca tienen la intención de ver”.

Leamos algunos pasajes de la novela: “Se quedó escuchando el goteo del agua en el bosque. Lecho rocoso. El frío y el silencio. Las cenizas del mundo difunto trajinadas de acá para allá por los crudos y transitorios vientos en el vacío. Llevadas, esparcidas y llevadas de nuevo. Todo desencajado de su apuntalamiento. Sin soporte en el viento cinéreo. Sostenido por una respiración, temblorosa y breve. Ojalá mi corazón fuese de piedra”.

“Permaneció de hinojos en las cenizas. Levantó la cara al pálido día. ¿Estás ahí?, susurró. ¿Te veré por fin? ¿Tienes cuello por el que estrangularte? ¿Tienes corazón? ¿Tienes alma, maldito seas eternamente? Oh, Dios, susurró. Oh, Dios”.

“Se arrimó al chico. Ten presente que las cosas que te metes en la cabeza están ahí para siempre, dijo. Quizá deberías pensar en eso. Algunas cosas las olvidas, ¿no? Sí. Olvidas las que quieres recordar y recuerdas lo que quieres olvidar”.

“Un incendio en el bosque se abría paso por los cerros de pura yesca, llameando y titilando como una aurora boreal contra el cielo nublado. El color de todo aquello removía en él algo olvidado hacía tiempo. Haz una lista. Recita una letanía. Recuerda”.

“Oscuridad de la luna invisible. Las noches ahora solo un poco menos negras. De día el sol proscrito circunda la tierra cual madre afligida con una lámpara”.

“Y ella llevaba razón. No había argumentos. Innumerables noches pasadas en vela debatiendo los pros y los contras de la autodestrucción con la seriedad de unos filósofos encadenados al muro de un manicomio”.

“Intentó pensar en algo que decir, pero no pudo. No era la primera vez que tenía esta sensación, más allá del entumecimiento y la sorda desesperación. Como si el mundo se encogiera en torno a un núcleo no procesado de entidades desglosables. Las cosas cayendo en el olvido y con ellas sus nombres. Los colores. Los nombres de los pájaros. Alimentos. Por último, los nombres de cosas que uno creía verdaderas. Más frágiles de lo que él habría pensado. ¿Cuánto de ese mundo había desaparecido ya? El sagrado idioma desprovisto de sus referentes y por tanto de su realidad. Rebajado como algo que intenta preservar el calor. A tiempo para desaparecer para siempre en un abrir y cerrar de ojos”.

Invito a leer “La Carretera”, novela del espejo de la desolación humana. En cualquier lugar del mundo.