Tomás Monge
En más de una ocasión, Milan Kundera dijo que él no era un hombre político, que de hecho, cuando se involucraba en la política -en las raras ocasiones que lo hacía-, muchas veces se equivocaba; y no era para menos, si durante el apogeo del estalinismo, siendo aún un chico de 16 ó 17 años, decidió ser un ferviente comunista, pero un año después terminó siendo expulsado, tanto del partido como de la universidad, y tuvo que trabajar como jornalero, como músico de jazz, y quién sabe en cuántos otros oficios.
Luego, en mayo de 1967 -un año antes de la “Primavera de Praga”-, en el Cuarto Congreso de escritores de Checoslovaquia, pronunció un discurso en el cual dejó entrever que anhelaba que se pusiera fin a la opresión ideológica del socialismo de la Unión Soviética sobre su país, y fue denunciado en los documentos del partido comunista checo, como uno de los inspiradores de la contrarrevolución.
Es por esto que, a pesar de que luego dijera que dicho congreso -y su propio discurso- pretendían simplemente rescatar la cultura de su país, defender las libertades totalmente elementales de la literatura, y poner fin a la censura y a la presión ideológica que deforma la literatura, terminó expulsado nuevamente del partido comunista; e incluso, con la invasión soviética de 1968 que aplastó la “Primavera de Praga”, sus obras fueron prohibidas en su país, por lo que perdió su empleo como profesor de cine, su esposa perdió su empleo como presentadora de televisión, y vivieron modestamente algunos años en los que él se dedicó a escribir algunas de sus obras, hasta exiliarse en Francia en 1975.
Años más tarde, terminó viéndose a sí mismo siendo percibido por algunos -erróneamente- como un eterno (ex)militante comunista, y por otros -también erróneamente-, como un contrarrevolucionario, disidente y traidor a la patria. Acusaciones que fueron materializadas por el régimen comunista checoslovaco en 1979, cuando finalmente lo despojaron de su nacionalidad checa y lo convirtieron en un apátrida. Por tal razón, en 1980; antes de obtener la ciudadanía francesa, dijo al autor Philip Roth en una entrevista para el New York Times: “Si alguien me hubiera dicho de chico “algún día verás tu nación desvanecerse del mundo”, lo habría considerado una tontería, algo que no podía concebir. Un hombre sabe que es mortal, pero da por sentado que su nación posee una especie de vida eterna”.
En consecuencia, con el posterior éxito que La insoportable levedad del ser le trajo después de 1984, decidió tajantemente renunciar a la vida pública, no volvió a permitir fotografías, no volvió a dar entrevistas a la prensa; y de hecho, en el primero de su tetralogía de ensayos, titulado El arte de la novela, en la sexta parte (que es prácticamente un “diccionario” de palabras clave de sus novelas), una de las sesenta y siete palabras “definidas” es: Entrevista, en donde escribió: “Hace un tiempo tomé una decisión: nunca más una entrevista. Salvo los diálogos, coredactados por mí y acompañados de mi copyright. A partir de esta fecha todo comentario mío de segunda mano debe ser considerado como falso”. Y fue así que se negó a que de escritor y novelista se le redujera a ser llamado disidente; no solamente porque no le gustaban las simplificaciones, sino también porque este término automáticamente hacía que su obra se convirtiera en una especie de literatura comprometida políticamente, y robaba fuerza a la idea de que su pelea con el régimen era por defender su derecho de hacer literatura con un sentido verdaderamente autónomo y creativo.
Al final, todas estas vicisitudes y peripecias históricas, aunadas a su infancia altamente culta, a su formación musical y a su peculiar carácter y personalidad, lograron inyectar en su obra una exquisita ligereza en el tono, una poderosa hondura, complejidad, belleza y filosofía en la reflexión, y un espíritu suficientemente irónico, introspectivo y de desengaño; que, a través de narraciones complejas y enigmáticas, puede provocar destellantes fogonazos capaces de iluminar hasta las zonas en penumbra de la vida humana.
Su obra literaria siempre conservó una gran independencia y autonomía, no solamente para ayudar a aligerar la carga humana a través de su lectura; sino también para influenciar nuestro ser, y para que todos aprendamos a ser capaces de defender nuestra originalidad, nuestro individualismo, nuestra razón, y la riqueza de nuestra vida de la politización atontadora que amenaza siempre con allanarla. El más grande homenaje que podemos hacer después de su sensible fallecimiento el pasado martes 11 de julio de 2023, sería leer su obra completa, atesorarla en nuestra mente y corazón, y compartirla con todos.
“Pretendo que mis libros sean divertidos, fáciles de leer y difíciles de comprender. Porque detesto los libros difíciles de leer y fáciles de comprender” -Milan Kundera.
Consultor Educativo y Catedrático UPNFM