Golpes de Estado y guerras civiles

Juan Ramón Martínez

La unidad nacional está en peligro. No por división política, que es una constante inevitable y necesaria de la praxis democrática. Ahora el problema es que, tenemos a dos Honduras enfrentadas. Y una de ellas, la que ejerce el control gubernamental, no solo amenaza a la oposición, sino que, parece tener en curso una acción para que el Ejecutivo, imponga violentamente su voluntad al Congreso Nacional, en donde la oposición, tiene la mayoría de los congresistas. La manifestación convocada por la Presidente Castro, es una clara manifestación de un comportamiento antidemocrática que, si no se detiene a tiempo, puede llevar al país a la guerra civil, en una primera fase, en que la dictadura se imponga como forma de gobierno, con el respaldo de las Fuerzas Armadas que, como nunca, en vez de fuerza de unidad y respeto, se ha involucrado abiertamente, en la voz de Fortín -jefe del estado Mayor Conjunto- en el debilitamiento de la institución que sirve, al ofrecer declaraciones propias de políticos y no de oficiales de un ejército profesional respetuoso de la ley, de los derechos y dignidades de sus miembros. Tanto Castro como Fortín, son prisioneros de un relato falso; y, de un apasionamiento que poco coincide con las obligaciones de sus cargos que les lleva a descuidar el compromiso de ambos, en favor de la unidad nacional, el respeto de la institucionalidad y la obediencia a la ley.

Nadie quiere un golpe de Estado. Excepto los malvados. Los ejecutados en la historia nacional, no han dejado nada a Honduras. Su uso, para dirimir diferencias, ha provocado atraso, miseria interna; y desprestigio internacional. En 1904, Manuel Bonilla, usando al director de la Policía, Lee Christmas, ingresó por la fuerza al Congreso; capturó a los diputados que fueron llevados a la Penitenciaría Central; y rompió el orden constitucional. El golpe de 1904, no produjo estabilidad. Tres años después, los liberales -apoyados por el gobierno de Santos Zelaya de Nicaragua- derrotaron a las fuerzas de Bonilla, coaligadas con las de El Salvador. En Namasigüe, más de 1,000 compatriotas dejaron sus vidas. Tres años después, Bonilla volvió al gobierno, derrotando a los “liberales”. Practicadas elecciones, Bonilla y Bertrand, empezaron a gobernar, en un periodo de extraña paz y tranquilidad, posiblemente porque ambos, pactaron con el caudillo revoltoso de entonces Policarpo Bonilla. Y volviéndolo empleado público, lo controlaron. Lo que facilitó la paz. Después, los golpes de Estado han sido dados por los militares. En 1956, derribaron a Julio Lozano; y, en 1963, y 1972, depusieron a Villeda Morales y Ramón Ernesto Cruz, con la complicidad del Partido Nacional y algunas facciones liberales. El 12 de julio de 1959, Velázquez Cerrato, intentó derribar a Villeda Morales, ocasión en que por última vez los exmilitares, después de la reorganización de las Fuerzas Armadas bajo la tutela de Estados Unidos, se opusieron y defendieron al gobierno civil, mientras López Arellano, en forma calculada, hacia sus cábalas esperando su oportunidad. Una primera conclusión, -para Fortín especialmente-: los golpes de Estado los dan los gobiernos y los militares. De modo que, hacer denuncias en contra de miembros de la reserva, ofendiendo el respeto debido entre camaradas de armas, es un desatino; una prueba de infantilismo político, y una conducta abyecta que lesiona el espíritu de unidad de la institución que actualmente dirige.

El 2009, la Fiscalía dictó una orden de captura en contra de Zelaya. La Corte Suprema, en la ejecución de su resolución, ordenó a las Fuerzas Armadas la captura del gobernante liberal. Ante las vacilaciones de Vásquez Velázquez, el Fiscal General, le mostró una orden de captura en su contra. Ante esto, los militares cumplieron la sentencia del más alto tribunal. El Congreso Nacional, en dos oportunidades destituyó a Zelaya. La primera ilegal; y, la segunda, fruto del “Acuerdo de San José”. En forma mayoritaria, dieron por legítima su salida del Ejecutivo.

Ahora, el gobierno de “Mel”, igual que Bonilla en 1904, puede dar un golpe de Estado, impidiendo que los diputados cumplan sus tareas. Y los militares, como el “gringo” Christmas, cumplirán con la tarea ingrata, -por su condición de subordinados-, capturando y encarcelando a los diputados. La posibilidad es real. El riesgo, es terrible. Y los resultados en contra de la paz de Honduras, devastadores. ¿Entiende Fortín?