Por: Elvia Elizabeth Gómez*
La semana pasada reflexionaba sobre el docente del siglo XXI y la responsabilidad inherente de formarse y actualizarse constantemente, sin menospreciar el conocimiento base ya adquirido. La segunda pregunta planteada fue ¿han dejado de lado los docentes la rigurosidad al momento de evaluar? No podemos ignorar el hecho de que la tecnología ha revolucionado las formas de aprendizaje, pero también las de enseñanza y como docentes estamos obligados a “ponernos al día”. Esto conlleva el reto de formarnos y transformarnos. Hemos visto muchos memes en los cuales se hace burla de aquellas personas que se han quedado rezagadas con el uso de las computadoras o cualquier dispositivo que pueda servir de apoyo a las clases. Los clásicos docentes de marcador y borrador. En mi experiencia, considero que ambas son importantes, ¿hay que volver a lo básico? Si y no. Sí, si logramos combinarlo con la revolución tecnológica, no si nos quedamos solo en eso y no logramos innovar. Volviendo a la interrogante en cuestión, si como docentes no reconocemos que realmente existe ese ecosistema universitario y trabajamos solo en función de nuestra temática, dejando de lado otros elementos que son importantes también, y que son parte de esa formación integral que estamos comprometidos a fortalecer desde el momento que aceptamos el reto de formar a otros. Pero esto implica también que es importante ser acuciosos en nuestro quehacer docente. Una portada mal elaborada, palabras con errores de ortografía, hojas arrancadas de los cuadernos sin mayor cuidado, una muy mala redacción, manchones en los ejercicios dejados de tarea. Este cúmulo de situaciones deriva en futuros profesionales que no darán el cien porque no se los exigimos en los salones de clases. ¿Qué hacer con el alumno que copia, que baja la tarea de algún sitio de Internet y la presenta como propia? ¿Dejarlo pasar? O con el estudiante que no entrega su tarea a tiempo pese a que se le asignó con una o dos semanas de antelación, pero lo olvidó. Y si hablamos de trabajos en grupo, grupos que ellos mismos escogieron y que no fueron impuestos pero que presentan conflictos a lo interno y que por el incumplimiento de uno el resto se ve afectado, ¿qué decisión salomónica debemos tomar? Todas estas interrogantes pueden desgastarnos y hacernos caer en el conformismo. La expresión de que “las generaciones de antes eran mejores” puede servirnos como una excusa para no exigirnos ser mejores y replantear nuestros esquemas de enseñanza. La posición más cómoda es asumir que si la apatía de los alumnos es el reflejo de que no les interesa aprender ¿porque debo preocuparme por ello? Paulo Freire dijo que “La educación no cambia al mundo: cambia a las personas que van a cambiar el mundo”. ¿Es por eso por lo que percibimos que cada día estamos peor como sociedad? Si dejamos de inculcar en las aulas a nuestros estudiantes la búsqueda de la excelencia, y en lugar de ello los acompañamos por el camino de la mediocridad y la apatía, no podemos esperar una sociedad mejor. No debe ser nuestro objetivo llegar a convertirnos en el maestro buena onda, el maestro relax con quien todos los alumnos quieren llevar clase. Al menos en mi caso nunca ha sido ese mi interés, porque he asumido e interiorizado la gran responsabilidad que implica el formar a otros. Cualquier asignación que programemos en nuestras clases debe revisarse y/o supervisarse con la misma rigurosidad con la que un doctor debe examinar a sus pacientes. Hacernos de la vista gorda ante el plagio, la desidia o la irresponsabilidad de nuestros estudiantes contribuye a formar profesionales menos aptos, menos comprometidos. No se trata de convertirnos en ogros inflexibles que no aceptan excusas de ningún tipo, se trata de saber establecer las reglas de la clase, tanto para ellos, pero en especial para nosotros, pues al fin de cuentas somos quienes debemos dar el ejemplo a partir de nuestro cumplimiento. Sea en el sector público o el privado, en el nivel básico o universitario, cada uno somos una pieza clave de un gran rompecabezas llamado educación y, si no encajamos en el lugar indicado, este perderá su sentido.
*Docente universitaria.