Por: Fernando Berríos (Periodista)
No es extraño que los presidentes, de cualquier latitud, cuando el peso de las encuestas les agobian y cuando se acercan los años electorales, comiencen a darse eso que popularmente se conoce como “baño de masas”.
Esta práctica, de convocar a los simpatizantes, la popularizó el comandante venezolano Hugo Chávez, quien en un afán casi desesperado por mostrar que su régimen tenía respaldo popular, no tuvo inconvenientes de lanzar a las calles a sus simpatizantes, convirtiendo las principales vías públicas de Caracas y de otras ciudades venezolanas, en verdaderas mareas rojinegras.
El objetivo del comandante fue equilibrar la balanza mediática que ya hacía estragos a nivel nacional e internacional en sus niveles de popularidad.
Las marchas antichavistas crecían en la misma proporción que crecía el descontento popular por el empobrecimiento y la catástrofe social de la otrora economía más robusta de América Latina.
Desde aquellos años comenzaba a surgir una generación de jóvenes políticos que exigían un cambio urgente en Venezuela y es así como vemos desfilar a un Henrique Capriles, a un Leopoldo López, a un Juan Guaidó y una Dinorah Figuera, que funge actualmente como presidente de la Asamblea Nacional opositora (paralela a la asamblea nacional oficialista).
Dicho sea de paso, todos estos dirigentes desfilaron por la cárcel, están viviendo en el exilio o sufren persecución, como es el caso de Figuera quien dirige dicha asamblea opositora pero desde España.
De Leopoldo López, quien es el coordinador nacional del partido opositor Voluntad Popular, hemos leído que después de estar bajo arresto, se refugió en la embajada de España en Caracas y en 2020 viajó como exiliado a Madrid. Capriles, líder del partido Primero Justicia y aspirante presidencial, también conoció la cárcel.
En tanto, Guaidó culminó su aventura como presidente legítimo e interino y se ha radicado en Estados Unidos, junto a toda su familia.
Igual camino de ese baño de masas observamos en el pasado en países como Ecuador, en tiempos del correísmo; en aquella Bolivia de Evo Morales; en la Nicaragua de Daniel Ortega durante la “primavera nica” o levantamiento civil de 2018; y hasta en la Cuba de Díaz Canel, gobernante que en julio de 2021 enfrentó el levantamiento civil más importante en los más de 60 años de dictadura comunista.
Todas esas manifestaciones populares fueron reprimidas y sus líderes encarcelados o expulsados al exilio, en una demostración de intolerancia por parte de regímenes dictatoriales y tiranos. De esta persecución no se han escapado ni los empresarios ni los líderes religiosos ni los académicos.
Hoy en día esas movilizaciones populares financiadas con fondos públicos se vuelven más comunes entre los países latinoamericanos y hasta llegamos a verlas en naciones como Estados Unidos, donde desde el propio ejecutivo se convocó a simpatizantes durante el fragor de la pasada contienda electoral.
Estos baños de masas, si bien son cuestionables por los métodos abusivos para llevar a sus simpatizantes a las calles, representan un alivio para aquellos gobernantes que se sienten asfixiados por su baja popularidad producto de su incapacidad para dar respuesta a los problemas que más agobian a los ciudadanos: pobreza, enfermedades, altos precios de la canasta básica, combustibles, precios de la energía eléctrica, inseguridad, secuestros, robos, extorsiones, falta de empleo e incapacidad para obtener una vivienda digna.
Está claro que, en toda Latinoamérica, estas manifestaciones son financiadas con fondos públicos que bien podrían usarse para resolver algunos de los innumerables problemas que golpean a la población.
Es así que los recursos estatales se emplean para pagar un estipendio o bonificación a cada asistente, alquilar centenares de buses, comprar los sandwich (sanguches) o burritas y quizás lo más importante: la garantía de que todo aquel que apoye en las calles no perderá su puesto de trabajo.
Pero también ahí van los que asisten por decisión personal y sin esperar nada a cambio, solo impulsados por sus convicciones y el amor a su partido.
De la misma manera funcionan aquellas manifestaciones que se gestan desde la oposición, de manera que mover a las masas no solo es difícil sino también costoso.
Esperamos con ansias ver ese día en que las masas sean movilizadas para generar cambios verdaderos en un país y no para ser usadas con fines políticos e ideológicos de quienes “amasan” el poder o quieren “amasarlo”.
Por esta vez no hablaremos de Honduras, porque más nos interesa el análisis de lo que ocurre en nuestra querida América Latina.
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